Pero no le importó.

Me cogió la guirnalda del cuello y se fue. Estoy llorando y le pregunto a mi corazón: ‘¿Por qué no vuelve?’

37

¿Quieres colocar en mi cuello tu lozana guirnalda, hermosa mía?

Sea, pero has de saber que la única guirnalda que he tejido es para aquellas que aparecen en los rayos de luz, para las que habitan en países desconocidos y viven en las canciones de los poetas.

Es ya muy tarde para pedirme mi corazón a cambio del tuyo.

Hubo un tiempo en que todo el perfume de mi vida estaba concentrado como en el capullo de una flor.

Ahora se ha esparcido a lo lejos en alas de los vientos.

¿Quién sabría el conjuro capaz de recogerlo y encerrarlo de nuevo?

Mi corazón no es mío, y por ello no puedo ya darlo a una sola, pertenece a muchas.

38

Amor mío, este poeta tuyo emprendió una vez la composición de un gran poema épico.

Pero ¡ay! no fui prudente; mi poema chocó con tus ajorcas armoniosas y allí encontró su fin.

Se rompió en fragmentos musicales que se esparcieron a tus pies.

Todo mi caudal de antiguas historias de guerra naufragó en las olas juguetonas y, bañado en lágrimas, se hundió.

Amor mío, convierte esta pérdida en un bien.

Si se frustró mi aspiración a la eterna fama después de la muerte, hazme inmortal mientras viva.

Si es así, no lamentaré mi fracaso ni te acusaré por ello.

39

He pasado la mañana intentando tejer una guirnalda, pero las flores resbalan y se me escapan de los dedos.

Tú estás sentada, mirándome con el rabillo del ojo.

Pregúntales a tus ojos, oscuros de malicia, quién tiene la culpa.

Intento, inútilmente, cantar una canción.

Una disimulada sonrisa tiembla en tus labios; pregúntale la razón de mi fracaso.

Que tus labios sonrientes cuenten cómo mi voz se perdió en el silencio, como una abeja ebria en el corazón del loto.

Llega la noche y las flores cierran sus pétalos.

Déjame sentar a tu lado y ordena a mis labios que cumplan su misión en el silencio de la noche, a la vaga claridad de las estrellas.

40

Una sonrisa incrédula revolotea en tus ojos cuando vengo a decirte adiós.

Me he despedido tantas veces que estás segura de que pronto volveré.

Debo confesarlo, también yo lo creo.

Porque los días de la primavera vuelven año tras año; la luna nos abandona para visitarnos de nuevo; las flores renacen en las ramas. Es probable que también mi adiós sea solamente un hasta pronto.

Pero conserva un instante la ilusión. No la apartes con tan violenta rapidez.

Cuando te digo que me voy para siempre cree en mis palabras, y que una neblina de lágrimas vele un instante la oscura profundidad de tus ojos.

Luego, cuando vuelva, sonríe maliciosamente cuanto quieras.

41

Deseo decirte las palabras más profundas, pero no me atrevo, pues temo tu burla.

Por ello me río de mí mismo y transformo en bromas mi secreto.

Me burlo de mi dolor, para que no te burles tú.

Deseo decirte las palabras más sinceras, pero no me atrevo, pues temo que no me creas.

Por ello las disfrazo de mentiras y digo lo contrario de lo que pienso.

Me esfuerzo en que mi dolor parezca absurdo, para que no te lo parezca a ti.

Deseo decirte las palabras más valiosas, pero no me atrevo, pues temo no ser correspondido.

Por ello te nombro duramente y me enorgullezco de mi insensibilidad.

Te aflijo, para que no ignores qué es la aflicción.

Deseo sentarme silenciosamente a tu lado, pero no me atrevo, pues temo que mis labios traicionen mi corazón.

Por ello parloteo disparatadamente, escondiendo mi corazón tras mis palabras. Trato a mi pena con dureza, para que no lo hagas tú.

Deseo alejarme de ti, pero no me atrevo, pues temo que descubras mi cobardía.

Por ello levanto la cabeza y me acerco a ti con aire indiferente.

La constante provocación de tus miradas renueve mi dolor sin cesar.

42

Oh, Locura, gloriosa embriaguez, cuando abres tu puerta con un puntapié y bromeas en público; cuando vacías tu bolsa en una noche y te ríes de la prudencia; cuando, sin sentido, avanzas por extraños senderos y juegas con fruslerías; cuando, al navegar en la tormenta, rompes tu timón en dos pedazos… entonces te sigo, compañera, me embriago contigo y me doy a los diablos.

Perdí mis días y mis noches en la compañía de los sabios y los discretos.

El mucho saber ha blanqueado mis cabellos y las incontables vigilias han ensombrecido mi mirada.

Durante años recogí y atesoré migajas de ciencia, que ahora destruyo, bailo sobre ellas y esparzo al viento.

Pues sé que la mayor sabiduría consiste en embriagarse y darse a los diablos.

Que se desvanezcan mis engañosos escrúpulos. Que pueda perder desesperadamente mi camino.

Que un arrebato de vertiginosa violencia me arrastre lejos del puerto.

El mundo está lleno de gente honorable, de trabajadores útiles y hábiles.

Hay hombres que se sitúan fácilmente en primera fila, otros que ocupan dignamente la segunda.

Dejad que sean útiles y prósperos y dejadme a mí ser inútil y loco.

Pues, lo sé muy bien, éste es el fin de todos los trabajos: estar borracho y darse a los diablos.

Juro renunciar desde ahora a cualquier pretensión de dignidad y decencia.

Abandono mi orgullo de saber y mi criterio sobre lo verdadero y lo falso.

Quiebro el vaso de mis recuerdos y derramo las últimas lágrimas.

Me baño en la espuma del rojo vino de las moras, que ilumina mi risa.

Desgarro en jirones la cortesía y la gravedad.

Juro solemnemente ser indigno, embriagarme y darme a los diablos.

43

No, amigos míos, nunca seré un asceta.

Nunca seré un asceta, si ella no pronuncia los mismos votos que yo.

Estoy firmemente decidido a no ser un asceta, salvo que hallara un refugio suavemente sombreado y una compañera de penitencia.

No, amigos míos, nunca dejaré mi casa para retirarme al solitario bosque, si en el eco de su sombra no resuena una risa alegre, si no ondea al viento un manto color de azafrán, si el silencio de la selva no se hace más profundo con dulces murmullos.

Lo tengo decidido, nunca seré un asceta.

44

Reverendo padre, perdonad a dos pecadores. Los aires de la primavera soplan hoy en torbellino, barriendo el polvo y las hojas muertas, y con ellas vuestros consejos.

No digáis, padre, que la vida es vanidad.

Pues, por un día, hemos pactado la tregua con la muerte, y por unas horas perfumadas, los dos somos inmortales.

Si se acercara el ejército del rey para cargar violentamente contra nosotros, nos limitaríamos a mover tristemente la cabeza: ‘Hermanos, nos estáis molestando. Si deseáis entreteneros en estos ruidosos juegos, id más lejos a entrechocar vuestras armas. Sólo por unos instantes fugaces somos inmortales’.

Si vinieran a rodearnos los amigos, les saludaríamos humildemente y les diríamos: ‘Esta dicha nos turba.

Ocupamos un lugar muy pequeño en el cielo infinito. Pues en la primavera las flores se multiplican y las afanosas alas de las abejas chocan entre sí. Este pequeño cielo en el que vivimos nosotros dos, solos e inmortales, es extraordinariamente reducido’.

45

Invitados que debéis dispersaros según la voluntad de Dios, sin dejar huella alguna en este mundo.

Tomad, sonrientes, aquello que es fácil y sencillo y está junto a vosotros.

Hoy es la fiesta de los fantasmas que desconocen la hora de su muerte.

Que vuestra risa sea tan sólo una alegría instintiva, como los reflejos de la luz en el agua móvil.

Que vuestra vida baile ágilmente en los bordes del Tiempo, como el rocío en la punta de la hoja.

Los sonidos que arrancáis de las cuerdas del arpa han de ser ritmos fugaces.

46

Me abandonaste y seguiste tu camino.

Creí que lloraría por ti y que entronizaría en mi corazón tu imagen, tejida en una canción de oro puro.

Pero ay, triste suerte, el tiempo vuela.

La juventud se mustia año tras año.

Los días de la primavera son muy breves.

Las frágiles flores mueren por nada y el sabio me advierte que la vida no es más que una gota de rocío en la hoja del loto.

¿Debo olvidar todo esto para buscara quien se alejó de mí?

Sería una locura, pues el tiempo vuela.

Venid, noches lluviosas de pies mojados, sonríe, otoño de oro; ven, abril despreocupado, que envías besos desde lejos.

Venid todos.

Amores míos, sabéis muy bien que somos mortales.

¿Es sensato partirse el corazón por quien se lleva el nuestro? No, pues el tiempo vuela.

Es agradable sentarse en un rincón solitario, soñar y escribir versos que afirmen que tú eres mi vida entera.

Es heroico alimentar el propio dolor y apartar todo consuelo.

Pero un rostro joven se asoma a mi puerta y levanta sus ojos hacia mí.

Debo enjugar mis lágrimas y cambiarla melodía de mi canción.

Pues el tiempo vuela.

47

Si así lo quieres, dejaré de cantar.

Si mi mirada alborota tu corazón, apartaré mis ojos de tu rostro.

Si al encontrarme te estremeces, iré por otro camino.

Si cuando tejes tu guirnalda mi presencia te incomoda, me alejaré de tu jardín solitario.

Si cuando pasa mi barca el agua del río se agita tumultuosa no remaré más hacia tu orilla.

48

Líbrame de las cadenas de tu ternura, amor mío. No me ofrezcas más el vino de tus besos.

Este vapor de pesado incienso oprime mi corazón.

Abre las puertas y deja paso a la luz de la mañana.

Estoy perdido en ti, envuelto en los dobleces de tus caricias.

Sálvame de tus sortilegios, devuélveme la virilidad. Te ofreceré, entonces, un corazón libre.

49

Tengo sus manos en las mías, y la estrecho contra mi corazón.

Intento llenar mis brazos con su hermosura, apresar su dulce sonrisa con mis besos, beber ávidamente su oscura mirada.

Ay, ¿cómo conseguirlo? ¿Quién puede apoderarse del azul del cielo?

Quiero abrazar la belleza, pero se me escapa; sólo el cuerpo queda entre mis brazos.

50

Cansado y desilusionado, prosigo mi viaje.

¿Cómo podría alcanzar el cuerpo la flor que sólo puede tocar el espíritu? Amada, mi corazón desea encontrarte día y noche, como se encuentra la muerte devoradora.

Quiero ser arrastrado por ti como por un huracán. Toma cuanto tengo, destruye mi sueño y llévate mis fantasías. Róbame la vida.

Gracias a esta destrucción, a esta absoluta desnudez de mi alma, convirtámonos en un solo y hermoso ser…

Ay, mi anhelo es inútil. La única esperanza de comunión completa reside en ti, Dios mío.

51

Acaba tu última canción y vámonos.

Olvida esta noche, puesto que nace el día.

¿Quién intento estrechar entre mis brazos? Los sueños no pueden ser dominados, y mis manos ardientes aprietan el vacío contra mi corazón.

Y mi pecho es una gran herida.

52

¿Por qué se apagó la lámpara?

La protegí del viento con mi manto; por ello la lámpara se apagó.

¿Por qué se mustió la flor?

La estreché, inquieto y amoroso, contra mi corazón; por ello se mustió la flor.

¿Por qué se secó el río?

Construí un dique para que el agua sólo me sirviera a mí; por ello el río se secó.

¿Por qué se rompió la cuerda del arpa?

Quise dar una nota demasiado alta; por ello la cuerda del arpa se rompió.

53

¿Por qué me confundes con tu mirada?

No he venido a mendigar.

Sólo me detuve una hora al final de tu patio, tras el seto del jardín.

¿Por qué me confundes con tu mirada?

No he cogido ni una rosa de tu jardín.

No he cogido ni una fruta.

Me tendí humildemente a la sombra del camino, donde todos los caminantes desconocidos pueden descansar.

No he cogido ni una rosa.

Sí, yo estaba fatigado y caía la lluvia.

El viento sollozaba entre las agitadas ramas de los bambúes.

Las nubes corrían por el cielo como un escuadrón derrotado.

Yo estaba fatigado.

No sé si pensabas en mí, ni a quién esperabas desde el umbral.

Brillaban relámpagos en tus ojos vigilantes.

¿Cómo podía yo imaginar que me veías en la noche?

No sé si pensabas en mí.

El día se acaba, la lluvia ha cesado.

Abandono la sombra del árbol que cierra tu jardín y el banco sobre la hierba.

Ha llegado la noche, cierra tu puerta. Yo sigo mi camino.

El día ha terminado.

54

¿Dónde vas con tu cesto, esta noche, si el mercado está cerrado? Los compradores se han ido, y la luna se levanta por encima de los árboles del pueblo.

El eco de las voces que llaman la barca cruza el agua sombría hasta la lejana marisma donde duermen los patos silvestres.

¿Dónde vas con tu cesto, si el mercado está cerrado?

Los dedos del sueño han cerrado los ojos de la tierra.

Hay silencio en los nidos de los cuervos y se acalló el murmullo de las hojas del bambú.

Los labradores han vuelto de los campos y tienden sus ropas en los patios de las casas.

¿Dónde vas con tu cesto, si el mercado está cerrado?

55

Era mediodía cuando te fuiste.

El sol ardía en el cielo. Yo había terminado mi labor y estaba sentada sola en mi balcón, cuando te fuiste.

Las ráfagas del viento me acercaban el perfume de los prados lejanos.

En la sombra los palomos se arrullaban sin cesar, y una abeja que se extravió en mi estancia susurraba las noticias de los campos remotos.

El pueblo dormía en el sopor del mediodía.

El camino estaba desierto.

Crecía súbitamente el chasquido de las hojas y luego se desvanecía.

Yo miraba el cielo, y mientras el pueblo dormía en el sopor del mediodía, bordaba en azul las letras de un nombre amado.

Me había olvidado de trenzar mis cabellos, y la brisa ociosa jugaba con ellos sobre mi mejilla.

El río corría tranquilo bajo la umbrosa orilla. Las blancas nubes perezosas permanecían inmóviles.

Me había olvidado de trenzar mis cabellos.

Era mediodía cuando te fuiste.

El polvo del camino estaba caldeado y los prados jadeaban.

Las tórtolas se arrullaban en la espesura.

Yo estaba sola en mi balcón, cuando te fuiste.

56

Estaba ocupada, con mis compañeras, en las oscuras tareas de la casa.

¿Por qué te fijaste en mí y me hiciste abandonar el fresco refugio de nuestra vida en común?

El amor no confesado es sagrado.

Brilla como un diamante en la secreta sombra del corazón. A la luz del indiscreto día se oscurece feamente.

Ay, rompiste el velo de mi corazón y arrancaste el misterio de mi amor, destruyendo para siempre la preciosa sombra donde escondía su nido.

Mis compañeras siguen siendo las mismas.

Nadie ha penetrado en su interior y ni siquiera ellas conocen su propio secreto.

Sonríen y lloran a su capricho, parlotean y trabajan, van al templo cada día, encienden sus lámparas y sacan agua del río.

Puse mi esperanza en que mi amor no sufriera la estremecedora vergüenza del abandono.

Pero tú has apartado tu mirada de mí.

Sí, tu camino está abierto ante tus pasos; pero has cortado mi retirada y me has dejado desnuda ante el mundo, cuyos ojos sin párpados me miran día y noche.

57

Oh Mundo, cogí tu flor.

La estreché contra mi corazón y me hirió su espina.

Cuando se oscureció el día la flor estaba mustia, pero el dolor ha persistido.

Oh Mundo, muchas flores renacerán perfumadas y gloriosas.

Pero la hora de coger flores ya ha pasado para mí, y en la noche sombría me falta la rosa; sólo persiste su dolor.

58

Una mañana, en el jardín, una niña ciega vino a ofrecerme una guirnalda depositada sobre una hoja de loto.

Colgué la guirnalda de mi cuello y los ojos se me llenaron de lágrimas.

Besé a la niña y le dije: ‘Eres una flor, y las flores son ciegas; por ello no puedes comprender la hermosura de tu regalo’.

59

Mujer: no eres sólo la obra maestra de Dios, sino también la de los hombres, que te adornan con la belleza de sus corazones.

Los poetas bordan tus velos con el hilo de oro de su fantasía, y los pintores inmortalizan la forma de tu cuerpo.

El mar da sus perlas, las minas su oro y el jardín de verano sus flores para embellecerte.

El deseo del hombre glorifica tu juventud.

Eres mitad mujer y mitad sueño.

60

En el torbellino y el estrépito de la vida, tú, ¡oh Belleza!, tallada en piedra, permaneces callada y tranquila, solitaria y lejana.

El Amor eterno murmura a tus pies: ’Háblame, háblame, amada mía’.

Pero tus palabras siguen encerradas en la piedra, ¡oh Belleza insensible!

61

Pacifícate, corazón mío, que sea dulce la hora de la separación; que no sea una muerte, sino un cumplimiento.

Vivamos del recuerdo de nuestro amor y que nuestro dolor se mude en canciones.

Que el vuelo a través de los cielos termine con el aquietamiento de las alas en el nido.

Que la última caricia de nuestras manos sea tan suave como la flor de la noche.

Acércate, hermoso fin de nuestro amor, y dinos en el silencio tus últimas palabras.

Yo te reverencio y levanto mi lámpara para iluminar tu camino.

62

Por el oscuro camino de un sueño busqué a aquella que había amado en una vida anterior; su casa estaba situada al final de una calle desolada.

En la brisa del crepúsculo su pavo real favorito dormitaba en su percha y las palomas callaban en su rincón.

Ella dejó su lámpara junto al umbral y quedó de pie ante mí.

Alzó sus grandes ojos y me preguntó en silencio: ‘¿Estás bien, amigo mío?’

Quise responderle, pero ya no sabía usar las palabras.

Reflexioné, reflexioné en vano.

Ya no recordaba nuestros nombres.

En sus ojos brillaron las lágrimas.

Me tendió su mano diestra. La tomé y quedé callado.

Nuestra lámpara vaciló en la brisa del crepúsculo y se apagó.

¿Ya debes partir, viajero?

La noche es tranquila y las tinieblas desfallecen sobre el bosque.

Las lámparas brillan en nuestro balcón, las flores son lozanas y apenas despiertan los ojos jóvenes.

¿Llegó ya la hora de tu marcha?

¿Ya debes partir, viajero?

No hemos aprisionado tus pies con nuestros brazos suplicantes.

Las puertas están abiertas, y tu caballo, ensillado, te espera ante la verja.

Sólo hemos querido retenerte con nuestras canciones.

Sólo nuestras miradas han procurado retrasar tu partida.

No está en nuestro poder obligarte, viajero; sólo tenemos nuestras lágrimas.

63

¿Qué fuego devorador brilla en tus ojos?

¿Qué fiebre de inquietud anima tu sangre?

¿Qué llamada de las tinieblas te impulsa?

¿Qué terrible hechizo has leído en las estrellas del cielo, para que la noche, extraña y silenciosa mensajera, haya penetrado tan secretamente en tu corazón?

Si desdeñas las alegres fiestas, si deseas la paz, corazón fatigado, apagaremos nuestras lámparas y dejaremos las arpas.

Nos sentaremos, callados en la noche, bajo el susurro de las hojas, y la doliente luna derramará sus pálidos rayos en tu ventana.

Oh viajero, ¿con qué espíritu insomne te ha cautivado el corazón de la noche?

64

Pasé el día en la ardiente polvareda del camino.

Al llegar el frescor de la noche llamo a la puerta del albergue, desierto y en ruinas.

Un ‘ashath’ taciturno extiende sus raíces hambrientas por las profundas grietas del muro.

Hubo un tiempo en que los caminantes venían aquí a lavar sus pies cansados.

Tendían sus esteras en el patio y, sentándose a la difusa luz de la luna apenas nacida, hablaban de países desconocidos.

Despertaban al amanecer, reposados, alegrados por el canto de los pájaros, y las flores amigas se inclinaban hacia ellos desde el borde del camino.

Ahora no me espera aquí ninguna lámpara encendida.

En la pared, las negras manchas del humo, vestigio de antiguas vigilias, me miran con sus ojos ciegos.

Algunas luciérnagas revolotean en el matorral, junto al estanque seco, y las ramas del bambú hacen sombra sobre el camino invadido por la hierba.

El día muere. Nadie me ha invitado y, cansado, tengo ante mí la larga noche.

65

¿Es tu voz la que oigo?

Ha llegado la noche, y el cansancio me oprime como los brazos suplicantes de una enamorada.

¿Me llamas tú?

Te he dado todo mi día; ¿quieres robarme también mis noches, cruel tirana?

Todo tiene fin, y a cada uno corresponde la soledad de la noche.

¿Por qué tu voz la desgarra y viene a abrasar mi corazón?

La noche ¿no canta ante tu puerta su canción de cuna?

¿Nunca se elevan por encima de tu altiva torre las estrellas de alas silenciosas?

¿No caen nunca en el polvo, en dulce agonía, las flores de tu jardín?

¿Por qué me llamas, atormentada? Deja que los suaves ojos del amor velen y lloren en vano.

Deja que arda tu lámpara en la casa desierta.

Que la barca vuelva a su casa a los labradores fatigados…

Abandono mis sueños y acudo a tu llamada.

66

Un loco andaba vagabundeando, buscando la piedra filosofal, el pelo enmarañado, cubierto de polvo, el cuerpo reducido a una sombra, los labios tan prietos como la puerta cerrada de su corazón y los ojos ardientes como la lámpara de la luciérnaga que busca compañero.

Ante él rugía el inmenso océano.

Las olas charlatanas hablaban de los tesoros ocultos en su seno y se burlaban del ignorante que no las entendía.

Sin esperanza y sin tregua, él proseguía la búsqueda que era toda su vida.

Como el océano que se levanta constantemente hacia el cielo para alcanzar lo inaccesible.

Como las estrellas que giran en círculo tras un objetivo nunca conseguido.

Así, en la playa desierta, el cabello enfebrecido de polvo, el loco vagaba buscando la piedra filosofal.

Un día, un chiquillo del pueblo se le acercó y le dijo: ‘¿Dónde has encontrado esta cadena de oro que llevas en la cintura?’

El loco se estremeció. La antigua cadena de hierro era de oro. No estaba soñando, pero, ¿cómo se había producido la transformación?

Se golpeaba salvajemente la frente.

¿Dónde, dónde se había realizado su sueño, sin advertirlo?

Había adquirido la costumbre de probar las piedras que recogía golpeándolas contra su cadena, tirándolas luego maquinalmente, sin mirar siquiera si había aparecido algún cambio; así, el pobre loco había encontrado y perdido la piedra filosofal.

67

Se ponía el sol y a occidente el cielo era de oro.

Maltrecho, quebrantado el cuerpo y el espíritu, como un árbol arrancado de raíz, el loco empezó a buscar de nuevo el tesoro perdido.

Aunque la noche avance lentamente y acalle todas las canciones, aunque tus compañeros hayan partido y tú estés cansado, aunque el miedo pueble las tinieblas y se vele el cielo, ¡pájaro mío, atiéndeme!, no cierres tus alas.

No te rodea la oscuridad de la espesura del bosque, sino el mar, que se hincha como una gigantesca serpiente negra.

No danzan ante ti las flores del jazmín; es el destello de la espuma de las olas.

¿Dónde está la verde orilla soleada, dónde está tu nido?

¡Pájaro mío, atiéndeme!, no cierres tus alas.

La noche solitaria se extiende sobre el camino; la aurora dormita tras las colinas en sombras; las mudas estrellas cuentan las horas y la pálida luna flota en la noche profunda.

¡Pájaro mío, atiéndeme!, no cierres tus alas.

No conoces la esperanza ni el temor; para ti no hay palabras, murmullos ni gritos.

No tienes hogar ni lecho.

Sólo dos alas y el cielo infinito.

¡Pájaro mío, atiéndeme!, no cierres tus alas.

68

Hermano, nadie es eterno y nada perdura. Tenlo presente en tu corazón y alégrate, hermano.

También otros soportaron el antiguo peso de la vida, y otros hicieron también este largo viaje.

Un poeta no puede cantar siempre la misma canción antigua.

La flor se mustia y muere, pero quien la llevaba no ha de llorar siempre su suerte.

Hermano, tenlo presente en tu corazón y alégrate.

Es preciso un gran silencio para ensayar una perfecta armonía.

Cuando se pone el sol la vida declina y se pierde en las doradas sombras.

El amor debe abandonar sus juegos para apurar la copa del dolor y renacer en el cielo de las lágrimas.

Hermano, tenlo presente en tu corazón y alégrate.

Nos apresuramos a recoger nuestras flores, temiendo que se las lleve el viento.

Apoderarnos de un beso que se desvanecería en la espera enciende nuestra sangre y aviva la mirada.

Nuestra vida es intensa y nuestros deseos fervientes, pues suena en el tiempo la campana de la separación.

Hermano, tenlo presente en tu corazón y alégrate.

La belleza nos es dulce, porque su ligero ritmo es el mismo que el de nuestra vida.

La sabiduría nos es preciosa, porque nunca conseguiremos poseer la ciencia suprema. Todo se hace y acaba en la Eternidad.

Pero las flores terrenales de la ilusión conservan con la muerte su eterna lozanía.

Hermano, tenlo presente en tu corazón y alégrate.

69

Quiero cazar el ciervo dorado.

Sí, amigos, sonreíd, pero no dejaré de perseguir la visión que siempre me huye.

Corro a través de colinas y valles, me aventuro por tierras desconocidas, en busca del ciervo dorado.

Id, id al mercado y multiplicad las compras. A mí me ha cautivado la llamada de los vientos errantes. ¿Dónde y cuándo? No lo sé.

No hay inquietud alguna en mi corazón: todo lo que tenía lo dejé tras mis pasos.

Corro a través de colinas y valles, me aventuro por tierras desconocidas, en busca del ciervo dorado.

70

Recuerdo que un día, cuando era niño, eché un pequeño barco de papel al arroyo. Era un caluroso día de julio, y yo estaba solo y encantado con mi juguete.

Eché un pequeño barco de papel al arroyo.

De pronto, aparecieron unas enormes nubes tormentosas, el viento acudió en torbellino y empezó a llover torrencialmente.

Las olas de agua fangosa cubrieron el arroyo y arrastraron mi pequeño barco.

Pensé amargamente que la tormenta no tenía otro propósito que destruir mi dicha.

Hoy, nublado día de julio que se hace largo, recuerdo esos juegos de la vida en los que siempre perdí.

Iba a recriminar a mi destino por tantos fracasos, cuando, de pronto, he recordado el pequeño barco de papel que naufragó en el arroyo.

71

Aún es de día, y no ha terminado la feria junto al río.

Temía haber malgastado mi tiempo y perdido mi última moneda.

Pero no, hermano, algo me queda todavía. El malicioso destino no me lo ha robado todo.

La compraventa ha terminado.