¿Entonces? Entonces... empecé a creer en el diablo.
Pero he aquí que descubrimos mi revólver en el suelo. Sí, mi propio revólver... ¡Eso me hizo volver a la realidad! El diablo no habría necesitado mi revólver para matar a la señorita. El hombre que había entrado allí primero había subido al desván, había tomado mi revólver del cajón y lo había utilizado para sus malvados designios. Y, luego de examinar los cartuchos, comprobamos que el asesino había hecho dos disparos. De todos modos, señor, tuve suerte, a pesar de la desgracia, de que el señor Stangerson estuviera en su laboratorio cuando ocurrió el hecho y que hubiera comprobado con sus propios ojos que yo también estaba allí, porque con esa historia del revólver, no sé qué habría pasado; yo, seguramente, ya estaría en la cárcel. ¡La justicia no precisa mucho más para llevar a un hombre al cadalso!"
El redactor de Le Matin terminaba la entrevista con las siguientes líneas:
Hemos dejado que el tío Jacques nos contara someramente, sin interrumpirlo, lo que sabe del crimen del "cuarto amarillo". Incluso hemos reproducido las mismas palabras que usó; solamente hemos ahorrado al lector los continuos lamentos con que salpicaba su relato. ¡Nos quedó claro, tío Jacques! ¡Nos quedó claro que quiere usted mucho a sus amos! Necesita que lo sepamos, y usted no deja de repetirlo, sobre todo después de que descubrieron el revólver. ¡Está en todo su derecho y no vemos ningún inconveniente en ello! Nos habría gustado hacerle más preguntas al tío Jacques -Jacques Louis Moustier- pero precisamente en ese momento vinieron a buscarlo de parte del juez de instrucción, que proseguía su investigación en el salón del castillo. Nos resultó imposible penetrar en el Glandier; y, en cuanto al robledal, está vigilado en un amplio perímetro por unos policías, que velan celosamente por preservar todas las huellas que pueden conducir al pabellón y, quizás, a descubrir al asesino.
También hubiéramos querido interrogar a los caseros, pero no los pudimos ver. Por fin, esperamos en una posada, no muy lejos de la reja del castillo, a que saliera el señor de Marquet, el juez de instrucción de Corbeil[10]. A las cinco y media, lo vimos con su secretario. Antes de que subiera a su coche, pudimos hacerle la siguiente pregunta:
-Señor de Marquet, ¿puede darnos alguna información sobre este caso, sin que ello perjudique su instrucción?
-Nos resulta imposible -nos respondió el señor de Marquet. Además, es el caso más extraño que jamás haya visto. ¡Cuanto más creemos saber sobre algo, menos sabemos!
Le pedimos al señor de Marquet que se dignara explicarnos estas últimas palabras. Y lo que nos dijo, cuya importancia no puede escapársele a nadie, fue lo siguiente:
-Si nada se agrega a las comprobaciones materiales realizadas hoy por la Justicia, mucho me temo que el misterio que rodea al abominable atentado del que fue víctima la señorita Stangerson está lejos de esclarecerse; aunque es de esperar, en nombre de la razón humana, que los sondeos de las paredes, el techo y el piso del "cuarto amarillo", sondeos que iniciaré mañana mismo con el contratista que construyó el pabellón hace cuatro años, nos darán la prueba de que nunca hay que perder la esperanza en la lógica de las cosas. Porque el problema está ahí: sabemos por dónde se introdujo el asesino -entró por la puerta y se escondió bajo la cama mientras esperaba a la señorita Stangerson-; pero ¿por dónde salió? ¿Cómo pudo escaparse? Si no encontramos trampa, ni puerta secreta, ni reducto o abertura de algún tipo, si el examen de las paredes e, incluso, su demolición -porque estoy decidido, y el señor Stangerson también lo está, a llegar hasta la demolición del pabellón- no revelan un pasadizo que sea transitable, no sólo para un ser humano, sino incluso para cualquier otro ser, si el cielo raso no está agujereado, si el piso no oculta un sitio subterráneo..., ¡habrá que creer en el diablo, como dice el tío Jacques!
Y el redactor anónimo destaca en este artículo -que elegí por ser el más interesante de todos los que se publicaron aquel día sobre el mismo caso-, que el juez de instrucción pareció poner cierta intención en esta última frase: "Habrá que creer en el diablo, como dice el tío Jacques!".
El artículo concluye con estas líneas:
Hemos querido saber lo que el tío Jacques entendía por "el grito del Animalito de Dios". El propietario de la Posada del Torreón nos explicó que así llaman al grito particularmente siniestro que lanza, a veces, por la noche, el gato de una anciana, la tía "Agenoux"[11] como la llaman en el lugar. La tía Agenoux es una especie de santa que vive en una cabaña, en el corazón del bosque, no lejos de la Gruta de Santa Genoveva.
El "cuarto amarillo", el Animalito de Dios, la tía Agenoux, el diablo, santa Genoveva, el tío Jacques: he aquí un crimen muy embrollado, que un golpe de piqueta en la pared desembrollará mañana; esperémoslo, por lo menos, en nombre de la razón humana, como dice el juez de instrucción. Entretanto, se cree que la señorita Stangerson, que no ha cesado de delirar y que sólo pronuncia claramente esta palabra: "¡Asesino! ¡Asesino! ¡Asesino!... ", no pasará la noche...
Finalmente, a última hora, el mismo periódico anunciaba que el jefe de la Súreté[12] había telegrafiado al famoso inspector Frédéric Larsan, que había sido enviado a Londres por un caso de títulos[13] robados, para que regresara de inmediato a París.
[1] La Gran Cruz de la Legión de Honor es la máxima distinción que se otorga, en Francia, a personalidades destacadas de todo el mundo.
[2] El narrador menciona dos sonados casos judiciales de la época. En el proceso de Nayves (1895), Leroux tuvo participación activa, ya que logró publicar una entrevista al acusado, que estaba en prisión. Comenzó así su carrera de cronista judicial.
[3] Es común, entre los autores de relatos policiales, presumir de que sus casos superan en complejidad los de sus predecesores; así, Leroux compara su misterio con dos clásicos exponentes del "crimen en local cerrado". Llama al suyo misterio natural, porque los asesinos de "Los crímenes de la calle Morgue", de Poe, y "La banda moteada", de Conan Doyle, fueron animales.
[4] Le Temps (El Tiempo) era un periódico francés de tendencia moderada.
[5] Épinay-sur-Orge es un municipio que queda al sur de París.
[6] En 1898, los químicos franceses Marie y Pierre Curie descubrieron el radio, que es un elemento metálico radiactivo, empleado en la actualidad para el tratamiento del cáncer. Los esposos Curie recibieron, en 1911, el Premio Nobel de Física y Química por estas investigaciones.
[7] En la física clásica, la materia y la energía se consideraban dos conceptos diferentes, que estaban detrás de todos los fenómenos físicos. A partir de Einstein, los científicos han demostrado que es posible transformar la materia en energía y viceversa, con lo que han acabado con la diferenciación clásica entre ambos conceptos.
[8] El periódico Le Matin (La mañana) era el más importante de París en ese momento. Leroux trabajó en él como reportero entre 1894 y 1907.
[9] Habitualmente, se traducen como tío y tía, respectivamente, los apelativos franceses père y mère que designan a personas de edad avanzada.
[10] Corbeil es una localidad cercana a París, donde Gaboriau ambienta El misterio de Orcival. Probablemente, la elección del lugar sea un homenaje de Leroux al padre del policial francés.
[11] La expresión à genoux, literalmente, significa "de rodillas".
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