Esto acabó de convencer a Clarissa.
—¡Buenas noches, buenas noches! No se molesten que ya conozco el camino.
Entró en su camarote, que se había convertido, como por arte de magia, en el tocador de una gran señora, repleto de frascos y bandejitas. No había ningún centímetro de su cuerpo que careciese del apropiado instrumento de belleza. El perfume a violetas, que tanto gustó a Rachel, llenaba el ambiente. Clarissa cambió su ropa por un precioso camisón, calzóse unas coquetonas zapatillas y se acomodó en la litera con un bloc y pluma. Su mano, al deslizarse sobre el papel, parecía acariciarlo. Lentamente fue llenando carillas.
«Imagínate, querida mía, que nos hallamos a bordo del buque más especial que puedas imaginarte y no lo es tanto la embarcación como las personas que en ella se encuentran. ¡Con cuántos seres raros se tropieza viajando! Pero he de decirte que resulta muy distraído. El dueño del buque, un tal Vinrace, es un inglés enorme, grandón y agradable, pero hombre de pocas palabras. Cualquiera de los restantes pasajeros hubiera constituido un éxito en un número del «Punch». Parece como si llevaran ya en el buque años y años, formando un mundo aparte. Se diría al verlos, que no han pisado jamás la tierra firme, ni realizado las cosas que a todos se nos antojan corrientes. Siempre he sostenido que los literatos son gente incomprensible, y no me he equivocado. Y lo peor es que hay a bordo tres personas —dos mujeres y un hombre— que podrían parecer normales si no estuvieran absorbidos por los recuerdos de Oxford, Cambridge y otros lugares por el estilo, lo que los convierte en unos seres ñoños e inaguantables. El hombre resultaría delicioso si se cortase las uñas. La mujer, que tiene un cutis precioso, se viste como un saco de patatas y se peina como una pobre dependienta. Hablan de arte y nos toman por unos bichos estrafalarios por el solo motivo de que nos vestimos para la cena. Yo preferiría morirme de hambre que sentarme a la mesa con el mismo vestido que he llevado toda la tarde. ¿No te sucede a ti lo mismo? Parece increíble como pequeñeces así llegan a dominarnos. Hay una muchacha muy mona, pero muy tímida. Me da pena. Quisiera avivarla antes de que sea demasiado tarde. Tiene los ojos y el pelo muy bonitos, pero presiento que se volverá una excéntrica, como todos los que la rodean. Deberíamos crear una sociedad con la misión, mucho más difícil y sutil que las de los misioneros, dedicada a ensanchar el entendimiento de las jóvenes, Hester. ¡Ah; se me olvidaba! También hay a bordo un desagradable muñeco llamado Pepper. Se asemeja en todo a su nombre{1}. Convivir con él es algo así como sentarse a cenar con un mono mal educado. Es indescriptiblemente insignificante y de un genio muy especial. ¡Pobrecillo! Lo malo es que no puede una peinarlo y ponerle polvos como se haría con un animalito propio. Es una lástima. Como estamos sin periódico, este viaje resultará unas verdaderas vacaciones.
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