Los danzantes se detuvieron instantáneamente, esperando, observando.
Un extraño y jadeante sonido comenzó a oírse en el trono del rey y aumentó de volumen hasta convertirse en un chillido agudo, El Rey de las Ratas se detuvo sobre el anillo de cráneos y avanzó lentamente hacia Carter.
De nuevo el terrestre miró a su alrededor en busca de alguna vía de escape. Esta vez la vio.
La bóveda estaba a poco menos de siete metros de altura. Ningún nacido en Marte podría considerar ese salto, pero John Carter había nacido en el planeta Tierra y había llevado a Marte todo el poder y la agilidad de un atleta de elite.
Así, combinando esta circunstancia con la ligera gravedad de Marte, el terrestre podría llevar a cabo su rápido plan al instante siguiente.
Tensamente esperó su oportunidad. La ceremonia estaba por concluir. El rey estaba acariciándose las fauces a menos de medio metro de la garganta de Carter. La mano del terrestre vibró sobre la empuñadura de su espada, luego la hoja salió de su funda. Se produjeron un movimiento y un golpe vertiginosos. La cabeza del rey voló a través del aire y rodó por el suelo rebotando entre la pila de cráneos.
Las otras bestias quedaron desconcertadas y en silencio momentáneamente. Luego, chillando salvajemente, treparon sobre el montón de huesos intentando partir al terrestre en pedazos. John Carter saltó y con un poderoso impulso de sus músculos terrestres se alzó siete metros en el aire.
Desesperadamente se agarró a una estalactita. Poco después se había deslizado entre los colgantes musgos por el vasto techo de la caverna. En una ocasión miró abajo para ver a las ratas gritando y removiéndose en total confusión. También observó algo más. Aparentemente sólo había una entrada o salida del calabazo que formaban la ciudad subterránea de las ratas: el mismo túnel a través del que había sido arrastrado.
Por tanto el terrestre debía de buscar alguna otra salida de la bóveda.
Por fin encontró un agujero abierto, y saltando entre una pesada cortina de musgo Carter entró en una cueva. Eran muchos las ramales de túnel que penetraban en la oscuridad, muchos de ellos cerrados por las telas de la araña marciana gigante. Eran, evidentemente, parte de una gran obra subterránea de túneles que había sido hecha años atrás por los antiguos que habitaron Korvas.
Carter tenía su espada lista para cualquier encuentro con hombres o bestias que pudiera encontrar en su camino. Empezó a recorrer el largo túnel.
Las perpetuas luces de radio que habían sido empotradas en los muros durante la construcción, daban suficiente luz para que el terrestre viera su camino con alguna claridad.
Carter se detuvo ante una maciza puerta al final del túnel. Estaba grabada con jeroglíficos desconocidos para el terrestre. El ruido distante de algo que sonaba como muchos motores llegaba a él desde el otro lado de la puerta.
La empujó, descubriendo que no estaba atrancada, y se detuvo justo, incrédulo ante el enorme laboratorio que allí había.
Grandes motores bombeaban oxigeno a través de largas pipetas en hileras de cristal, que se alineaban contra la pared y llenaban la aséptica habitación blanca desde un lado al otro. En el centro del laboratorio se desplegaban algunas mesas de cirugía, con grandes hileras de focos que las iluminaban desde arriba.
Pero el contenido de los cristales atrajo inmediatamente la atención del terrestre. Cada jaula contenía un gran mono blanco aprisionado y aparentemente sin vida.
Cada una de las peludas cabezas estaba vendada. ¿Si estas bestias estaban muertas porqué los tubos de oxigeno ronroneaban bombeando al interior de las jaulas?
Carter anduvo a través de la habitación examinando las jaulas de cerca. En medio de la sala, ante el largo muro, había una cúpula que tapaba un pozo abierto en el suelo.
El pozo estaba lleno de cadáveres de guerreros rojos con los cráneos abiertos limpiamente.
V
LA CÁMARA DE LOS HORRORESS
En el fondo del pozo, Carter pudo ver formas vagas moviéndose entre los cadáveres de los hombres rojos. Eran ratas y cuando el terrestre observó atentamente pudo ver cómo arrastraban los cuerpos hacia los túneles vecinos. Estos túneles secundarios probablemente desembocaban en el principal, que llevaba a la ciudad subterránea de las ratas.
¡De aquí conseguían las ratas los cráneos y huesos con los que habían construido y mantenían sus viviendas subterráneas!
Los ojos de Carter inspeccionaron detenidamente el laboratorio. Observó las mesas de operaciones, los instrumentos, los anestésicos. Todo dispuesto para algún espantoso experimento ideado por algún científico demente.
En el interior de una estantería de cristal se alineaban varios libros. Un grueso ejemplar, escrito con letras doradas, se titulaba «Pew Mogel, su vida y sus excelentes trabajos».
El terrestre frunció el ceño. ¿Qué explicación había para todo aquello? ¿Por qué aquel bien equipado laboratorio oculto en una antigua ciudad aparentemente desierta, excepto por monos, ratas y un gigante?
¿Por qué las jaulas en el muro conteniendo los mudos e inmóviles cuerpos de los monos con las cabezas vendadas? ¿Y los hombres rojos del pozo… por qué sus cráneos trepanados, sus cerebros extraídos?
¿De dónde provenía el gigante, la monstruosa criatura que ni siquiera existía en el folclore barsoomiano?
Uno de los libros de la estantería llevaba el nombre de Pew Mogel.
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