Las luces que se filtraban a través de varias aberturas en el abovedado techo se reflejaban en miles de brillantes estalactitas de piedra de arena roja. Enormes estalagmitas, grandes formaciones sedimentarias de grotesca forma, surgían del suelo de la caverna.

Entre estas formaciones del suelo había numerosas edificaciones en forma de cúpula hechas de barro. Mientras lo arrastraban, Carter vio cómo varias ratas construían uno de los edificios. La obra consistía en blancos bastoncillos de diferentes tamaños unidos con el barro que depositaba en sus orillas una corriente subterránea. Los blancos trozos eran de irregulares grosor y altura. Una de las ratas detuvo su trabajo para roer uno. Parecía un hueso.

Cuando observó más de cerca vio que era el hueso de un muslo humano. Los edificios estaban construidos con huesos y cráneos, incluso algunos conservaban escalofriantes vestigios de pelo y carne. Carter notó que el hueso superior de todos los cráneos había sido retirado, cortado limpiamente.

El terrestre fue llevado hasta un claro en el centro de la caverna. Allí, entre una montaña de cráneos, se hallaba una rata más grande que las demás. Los tenebrosos ojos rosados de la criatura brillaron mientras empujaban a Carter hacia lo alto de la montaña.

Las bestias dejaron de empujar al terrestre y descendieron, dejando a Carter solo con la gran rata.

Los largos bigotes del monstruo se movían incesantemente cuando se acercó a oler al hombre, Había perdido una oreja en alguna antigua pelea y la otra estaba roída por una cicatriz.

Sus pequeños ojos rosados vigilaban a Carter constantemente mientras se atusaba la calva cola con una garra.

Ésta era evidentemente La Reina de las Ratas. Señora de las Profundidades, pensó Carter reteniendo la respiración. El hedor de la caverna era nauseabundo.

Sin quitar sus ojos de Carter la rata se volvió y tomó una calavera que puso ante él. Repitió el gesto, colocando otra calavera junto a la primera, hasta que formó un pequeño anillo de cabezas frente al terrestre.

Después, muy juiciosamente, se colocó dentro del círculo de cráneos y agarrando uno lo envió hacia Carter. El terrestre lo tomó y lo devolvió a la reina.

Esto pareció disgustar a su real alteza. No hizo ningún esfuerzo para coger el cráneo y lo dejó caer botando sobre la pila.

De pronto, saltó y dejó el pequeño círculo de cráneos dando al mismo tiempo agudos gritos airados.

Esto era algo muy desconcertante para el terrestre. Mientras así sucedía, se vio rodeado de dos círculos de ratas que formaron en la base de la pila, cada círculo compuesto por cerca de mil animales. Estos comenzaron una extraña danza moviéndose alrededor del dosel de huesos. La cola de cada rata estaba aferrada por la boca de la siguiente bestia formando así una cadena infinita.

No cabía duda de que el terrestre se hallaba en el centro de un salvaje ritual.

Aunque ignoraba la naturaleza exacta de la ceremonia, no tenía la más mínima duda sobre su final, los roídos cráneos, las amarillentas pupilas de los ojos que le observaban en la caverna, le ofrecían una horrible evidencia de su destino final.

¿Dónde habrían encontrado las ratas los cuerpos a los que pertenecían aquellas calaveras y dónde estaban los cerebros desaparecidos? La ciudad de Korvas, cualquier escolar marciano lo sabía, estaba desierta desde hacía muchos años; muchos de aquellos cráneos y huesos eran recientes, pues aún conservaban algo de carne. Carter 110 había encontrado en la ciudad otra evidencia de vida que el gran mono blanco, el misterioso gigante y a las propias ratas.

Sin embargo también estaba la joven a la que había oído gritar anteriormente. Este pensamiento acentuó su siempre presente ansiedad por la salvación de Dejah Thoris y el hallazgo de su paradero.

La espera le suponía un tormento. Mientras el círculo de ratas se cerraba sobre él. Los ojos del terrestre buscaban alguna vía de salvación. El círculo de ratas se cerraba lentamente, esperando a su rey, que se acercaba con las patas golpeando ruidosamente el suelo, mientras alzaba la cola. La pila de huesos emitía un sonido hueco.

El rey danzaba cada vez más rápido y el círculo de ratas se acercaba cada vez con más rapidez al montón de huesos. Las ratas más cercanas lanzaban hambrientas miradas al terrestre. Carter sonrió hoscamente y apretó su espada con más fuerza. Extraño sería si aquellos animales conseguían retenerlo allí.

Más de una de las bestias moriría antes de empezar su festín, y el rey podría ser la primera. No le cabía duda de que iba a ser sacrificado para proveer una orgía gastronómica. De pronto el rey detuvo sus salvajes giros directamente frente a Carter.