El anfiteatro estaba levantado aparentemente sobre un cráter natural. Hilera tras hilera de filas circulares habían sido excavadas en el interior del cráter formando una serie de elevaciones en las que se sentaban miles de monos blancos.
El centro de la arena era un pozo circular de unos doscientos metros de diámetro. Estaba lleno de agua hasta una altura de unos tres metros y medio.
Tres jaulas de hierro cerradas estaban suspendidas sobre el centro del pozo por tres pesadas cuerdas uno de cuyos extremos estaba atado a la parte superior de las jaulas, corría a través de una polea en el armazón construido sobre ellas, y caía hasta el fondo del pozo donde estaba anclada\1.
Joog se inclinó sobre el borde del coliseo y depositó a Carter en el borde del pozo. Cinco grandes monos le sujetaron mientras otro mono cogía una de las jaulas para elevarla sobre el terreno. Luego la sujetó con un largo gancho y la acercó hasta el borde, abrió la puerta de la caja con una llave larga. El portador de la llave era un mono bajo y pesado con cuello de toro y ojos excesivamente crueles.
Este bruto se acerco a Carter y mientras cinco monos sujetaban al cautivo lo agarró violentamente por el pelo y lo arrojó a la jaula al mismo tiempo que le pellizcaba sádicamente.
La puerta de la jaula se cerró inmediatamente, y sus candados chasquearon al cerrarse. Así, la jaula de Carter fue empujada sobre el pozo y la cuerda anclada con un pedrusco al fondo. Poco después, Joog volvió con Dejah Thoris y Tars Tarkas. Habían soltado sus cadenas. Fueron introducidos en las dos jaulas restantes que colgaban ahora sobre el pozo próximas a la de John Carter.
—¡Oh, John Carter, mi señor! —gritó Dejah Thoris cuando le vio en la jaula cercana—. ¡Gracias a Issus porque estás vivo! •—La pequeña princesa lloraba suavemente.
John Carter se alargó a través de las barras y tomó la mano entre las suyas, Quería decirle palabras de aliento pero sabía, al igual que Tars Tarkas, que se sentaba ceñudo en la otra jaula cercana a ellos, que Pew Mogel había ordenado sus muertes. De qué manera morirían era algo incierto.
—John Carter—le dijo Tars Tarkas hablando despacio—. ¿Sabes por qué todos esos miles de monos permanecen ahí en la arena sin prestarnos atención aparentemente?
—Sí, creo que lo sé —replicó el terrestre—. Miran todos al cielo sobre la ciudad.
—Mira —murmuró Dejah Thoris—. Es la misma cosa sobre la que cabalgaba el mono cuando fui raptada en el bosque de Helium después de disparar sobre nuestro thoat.
Llegando desde la dirección de la ciudad había aparecido sobre el cielo un gran pájaro solitario sobre cuyas espaldas viajaba un solo hombre.
Los ojos del terrestre brillaron por un instante. El pájaro es un malagor, Pew Mogel lo cabalga.
El pájaro y su jinete planearon directamente sobre ellos.
—Abrir la puerta este —ordenó Pew Mogel, su voz sonando a través de un altavoz situado en algún lugar de la arena.
Las puertas se abrieron y aparecieron en la arena, ola tras ola de malagors exactos al pájaro que cabalgaba Pew Mogel.
Cuando los malagors salieron, una columna tras otra de monos fueron esperando su turno para saltar sobre los lomos de los pájaros. Cuando cada pájaro recibía su pasajero, se elevaba en el aire por una orden telepática para unirse a la enorme formación que volaba formando un círculo sobre sus otras cabezas.
La operación duró cerca de dos horas, pues el número de monos y pájaros de Pew Mogel era enorme. Carter observó que los monos llevaban a la espalda rifles y cada pájaro cargaba con variado equipo militar, incluyendo municiones de reserva, pequeños cañones y un arma semiautomática por cada pelotón aéreo. Al fin todo estuvo listo y Pew Mogel descendió hacia las jaulas de los cautivos.
—¡Mirad ahora: la poderosa armada de Pew Mogel! —gritó—. Con ella conquistaré Helium y luego todo Barsoom. •—Estaba muy orgulloso, con su destrozado e infeliz cuerpo sentado muy erguido sobre su montura aérea.
—Antes de que el agua suba de nivel y acabéis devorados por los reptiles que hay en su interior, dispondréis de unos momentos para considerar el destino que aguarda a Helium en las próximas cuarenta y ocho horas. Preferiría haberos conquistado pacíficamente, pero interferisteis en mis planes. Por eso moriréis lenta y cruelmente.
Pew Mogel se volvió hacia el único mono que quedaba en la arena, el guardián de las llaves de las jaulas.
—¡Abre la compuerta! —fue su única orden antes de elevarse para dirigir a su tropa hacia el norte.
Acompañando a la salvaje tropa voladora, en una estructura transportada por cientos de malagors cabalgaba .Toog, el gigante sintético. Una risa hueca y diabólica retumbaba como un trueno desde la garganta del gigante mientras era elevado al cielo.
VIII
EL POZO DE LOS REPTILES
Cuando el último pájaro del fantástico ejercito de Pew Mogel voló perdiéndose de vista tras el borde del cráter, John Carter se volvió hacia Tars Tarkas, que colgaba en una jaula a su lado. Le habló calladamente para que Dejah Thoris no los pudiera oír:
—Estas criaturas son un poderoso enemigo para Helium —le dijo—. Sólo la poderosa flota de Kantos Kan podría enfrentarse, aunque con muchas dificultades, a esos miles de monos equipados con cerebros humanos y armamento moderno, montados sobre pájaros de presa.
—Kantos Kan y su flota aérea ya no están en Helium para proteger la ciudad —le informó Tais Tarkas ceñudo—. Escuché a Pew Mogel vanagloriarse de que había enviado un mensaje falso a Kantos Kan, haciéndole creer que eras tú, urgiéndole para que la flota de combate heliumita y todas las naves de búsqueda, fueran despachadas para ayudar a las Grandes Marcas Toonolianas.
—¡Las Marcas Toonolianas! —exclamó Carter—. ¡Están a miles de kilómetros de Helium, en dirección contraria!
Un ligero grito de Dejah Thoris llamó la atención de los hombres sobre su destino inmediato. El mono junto al pozo había empujado una larga palanca de metal.
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