Por tratar de engañarme, moriréis todos.
Pew Mogel se inclinó de nuevo sobre los instrumentos de su trono. Comenzó a girar algunos diales y Carter oyó un extraño y estruendoso zumbido que aumentaba rápidamente de intensidad.
De pronto, el terrestre se volvió y corrió hacia la puerta a través de la que había entrado.
Pero antes de que corriera quince pasos otra barrera se había cerrado. Escapar por allí era imposible.
Una ventana se abría sobre al muro a su derecha. Saltó hacia ella. Se golpeó contra otra barrera de cristal.
Había otra ventana al lado izquierdo de la habitación. Estaba cerca de ella cuando se encontró contra otra barrera invisible.
En un segundo comprendió su situación. Los muros se movían hacia él. Podía ver ahora que la barrera cristalina se movía desde unas hendiduras en el vecino muro.
Los dos lados de la barrera, sin embargo, se movían con rapidez impulsados por unos pistones horizontales a presión situados en la bóveda. Estos pistones se movían juntos, conduciendo los muros de cristal uno hacia el otro, con lo que finalmente aplastarían al terrestre entre ellos.
John Carter llevaba en uno de sus dedos un enjoyado anillo. Puesto en el centro del anillo había un grueso diamante.
¡El diamante corta el cristal! Era un nuevo tipo de cristal pero las oportunidades se centraban en si era o no más duro que el diamante del anillo de Carter.
El terrestre cerró su puño presionando el diamante contra la barrera frente a sí y rápidamente dibujó un gran círculo en la superficie del cristal.
Luego se lanzó con toda su fuerza contra la zona interior del dibujo.
La sección se rompió ante el golpe y el terrestre se encontró cara a cara con Pew Mogel.
Dejah Thoris había vuelto a la consciencia con una intensa expresión en su bello rostro.
Una ceñuda sonrisa se dibujó en los labios de Tars Tarkas cuando vio que su amigo no se había visto bloqueado durante mucho tiempo por la invisible barrera.
Pew Mogel se retiró tras su trono y gritó con voz ronca:
—¡Cógelo, Gore, cógelo! —Pequeñas gotas de sudor caían de su frente.
Gore, el mono blanco, apartó su atención de Dejah Thoris y se volvió hacia el terrestre cuando éste avanzaba hacia ellos. Gruñó violentamente, revelando sus poderosos colmillos. Saltó de forma que sus cuatro macizos puños impulsaron todo el peso de su cuerpo. Sus pequeños y sanguinarios ojos brillaban de odio, pues Gore odiaba a todos los hombres salvo a Pew Mogel.
VII
EL TERROR VOLADOR
Cuando Gore, el gran mono blanco, con cerebro humano saltó al encuentro de John Carter estaba totalmente convencido de poder matar a su enemigo humano. Sin embargo, para asegurarse completamente, Gore extrajo la gran espada que colgaba a su costado y atacó violentamente a su enemigo, lanzando furiosos tajos. La brutalidad del ataque hizo retroceder momentáneamente a Carter unos pocos pasos mientras esperaba el poderoso golpe.
Pero el terrestre vio su oportunidad. Rápidamente, con seguridad, su hoja golpeó. Ejecutó un sorprendente giro y la espada de Gore rebotó a través de la habitación.
Gore, sin embargo, reaccionó con ligereza. Con sus cuatro enormes manos cogió la desnuda hoja de la espada del terrestre.
Violentamente arrancó la espada de las manos de Carter y levantándola sobre su cabeza partió el duro acero en dos, como si hubiera partido una astilla de madera.
A continuación, con un sordo gruñido, Gore se acercó. Carter dio un salto.
Por sorpresa el hombre saltó sobre la cabeza del mono; pero de nuevo con increíble velocidad lanzó una peluda mano y agarró el tobillo del terrestre.
Gore atrapó a John Carter con sus cuatro manos, acercando al hombre a sus colmillos goteantes.
Pero con un tirón de sus poderosos músculos el terrestre liberó su brazo y golpeó fuertemente el rostro de Gore.
El mono retrocedió, soltando a John Carter, y se tambaleó hacia la enorme ventana en el muro derecho de Pew Mogel.
Allí la bestia se bamboleó y el terrestre, viendo su oportunidad de nuevo, saltó en el aire pero esta vez con los pies hacia el mono. En el momento del contacto con el pecho del mono, Carter extendió sus piernas violentamente y así, cuando sus pies dieron en Gore, la fuerza de la patada se sumó al tremendo impulso de su cuerpo.
Con un rugiente grito Gore destrozó la ventana y sus gritos sólo acabaron cuando golpeó con un siniestro crujido en el patio inferior.
Dejah Thoris y Tars Tarkas, encadenados al pilar, habían observado la corta lucha, fascinados por la rápida acción del terrestre. Al ver que Carter no había sucumbido instantáneamente al ataque de Gore, Pew Mogel se movió con fría tranquilidad. Comenzó a girar diales y a pulsar interruptores y luego habló brevemente a través del pequeño micrófono.
Mientras el terrestre volvía a recuperar el equilibrio y avanzaba hacia Pew Mogel, no pudo ver la negra sombra que oscureció la ventana a sus espaldas.
Sólo cuando Dejah Thoris grito avisándolo, el terrestre se giró. Demasiado tarde. Una gigantesca mano se cerró en su cuerpo, lo levantó del suelo y lo sacó rápidamente a través de la ventana.
Hasta los oídos de Carter llego el grito sin esperanza de su princesa mezclado con la cruel y hueca risa de Pew Mogel.
Carter no necesitó comprobar con sus propios ojos que el ser que había ayudado a Pew Mogel no era sino su gigante sintético. El fétido aliento de Joog quemó su cara para evidenciarlo.
Joog alzó a Carter varios metros hasta situarlo frente a su cara y contrajo su rostro en algo parecido a una sonrisa burlona, enseñando sus dos grandes filas de destrozados dientes largos como afiladas rocas.
Gorgojeantes sonidos emanaban de la garganta de Joog mientras acercaba al terrestre a su rostro.
•—Yo, Joog. Yo, Joog —consiguió articular el monstruo—. ¡Yo puedo matar! ¡Yo puedo matar! —A continuación aproximó a su víctima hacia sus deslucidos dientes.
De repente, el gigante se detuvo escuchando. Carter escuchó un murmullo de palabras que aparentemente brotaban de la oreja de Joog.
John Carter advirtió que la orden llegaba de Pew Mogel transmitida por onda corta para recibirla en un aparato instalado en las orejas de Joog.
«¡A la arena!”, repetía la voz, “¡Arrójalo al pozo!».
El pozo… ¿qué nueva forma de endiablada tortura era esta vez? Carter trataba, inútilmente, de liberarse de la despiadada presión que le apretaba.
Pero sus brazos estaban sujetos a los costados por la garra del gigante. Toda su atención estaba centrada en tratar de respirar laboriosamente, esperando que el apretón del gigantesco Joog terminara pronto al llegar a su destino, fuera donde fuera.
Los tremendos pasos del gigante, cruzando sobre altos y antiguos edificios o a través de espaciosas plazas, en simples y poderosas zancadas, llegaron pronto al largo y elevado anfiteatro en las afueras de la ciudad.
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