El interior estaba completamente a oscuras. No vi otra luz que el débil brillo del mortecino día, visible a través de las alargadas y desnudas portillas de los costados de la nave.
El hombre que me había traicionado me siguió al interior de la nave con mis captores. Cerraron la puerta y la aseguraron con rapidez; luego, la nave se elevó silenciosamente en la noche. No se veía ninguna luz; sin embargo, estaba seguro de que uno de nuestros patrulleros nos vería; si no era así, mi gente hallaría una pista sobre mi desaparición y antes del alba miles de naves de la armada Heliumita rastrearían la superficie de Barsoom y el espacio en mi busca, sin dejar que una nave de este tamaño encontrara forma de eludirlas.
Una vez sobre la ciudad, cuyas luces podía distinguir, se alejaron de la nave a una tremenda velocidad y en completo silencio. Nada sobre Barsoom esperaría poder alcanzarlo. Se movía con gran velocidad. Las luces de la cabina fueron encendidas. Estaba desarmado, por lo que me liberaron las manos. Miré con repulsión, casi con horror, a los veinte o treinta seres que me habían apresado.
Observé ahora que no eran esqueletos, aunque una inspección más detenida hacía que se asemejaran a los huesos desnudos de un cadáver. Una piel como pergamino se pegaba a la estructura ósea de la calavera. Sus cuerpos parecían carecer de cartílago alguno o grasa. Lo que yo había tomado por cuencas desnudas eran unos hundidos ojos de un intenso color marrón sin nada de blanco. La piel de sus caras parecía pergamino y cubría el hueso hasta las encías, mientras que los dientes quedaban expuestos en ambas mandíbulas como si fueran precisamente los de una calavera desnuda. La nariz no era sino un agujero hendido en medio de la cara. No tenían orejas… sólo los orificios de los oídos, ni tampoco cabello alguno en las partes visibles de sus cuerpos ni en sus cabezas. Aquellas cosas eran más repulsivas que los kaldanes de Bantoom, aquellas horribles arañas humanas en cuyas garras cayó Tara de Helium durante su aventura que la condujo al país del Ajedrez Viviente de Marte; ellos al menos poseían unos cuerpos soportables, cosa que no se podía decir de estos seres.
Los cuerpos de mis raptores armonizaban perfectamente con sus cabezas… una piel como pergamino cubría los huesos de sus miembros, tan fina que resultaba difícil convencerse de que no era auténtico hueso lo que se veía. Y así de fina era esta piel que cubría sus esqueletos, que cada costilla y cada vértebra sobresalían en un desagradable relieve. Cuando se situaban directamente frente a una luz, podían verse sus órganos internos.
No vestían otra cosa que un diminuto taparrabos. Sus correajes eran muy parecidos a los que utilizaban los barsoomianos, cosa nada fuera de lo común, ya que todos están diseñados para el mismo propósito… llevar colgadas una espada, una daga y una bolsa.
Asqueado ante la visión, me volví para mirar hacia la superficie bañada por la luz lunar de mi adorado Marte. ¿Pero qué sucedía? Muy cerca de babor podía verse claramente Cluros, la luna más lejana. Pude distinguir su superficie cuando pasamos junto ella. ¡Veintinueve mil kilómetros en un momento, en algo más de un minuto! Era increíble.
El hombre rojo que había planeado mi captura llegó y se sentó cerca de mí. Su atractivo rostro mostraba tristeza.
—Lo siento, John Carter —me dijo—. Quizá, si me lo permites, podré explicarte el porqué de lo que he hecho. No espero tu perdón.
—¿Dónde me lleva esta nave? —le interrogué.
—Hacia Sasoom —me respondió.
¡Sasoom! ¡Ese era el nombre barsoomiano para Júpiter, a quinientos trece mil millones de kilómetros del palacio donde me esperaba Dejah Thoris!
II
U Dan
Durante un tiempo permanecí en silencio, mirando hacia el vacío negro como la tinta del espacio, una oscuridad estigia contra la cual estrellas y planetas brillaban intensamente, firmes y sin centelleos. Desde babor, lejos, los cielos me miraban con ojos cegadores; millones de blancos, cálidos y penetrantes ojos. Muchas preguntas cruzaban mi mente. ¿Había sido especialmente señalado para aquel rapto? Si así fuese, ¿porqué? ¿Cómo había entrado en Helium esta enorme nave y había conseguido posarse sobre mi pista de aterrizaje en plena luz del día? ¿Quién era este hombre de rostro melancólico que me había conducido a una trampa? Jamás, hasta que había aparecido en mi jardín, le había visto. Fue él quien rompió el silencio.
1 comment