En sus venas había penetrado alguna especie de fuego antiguo que ahora corría tumultuosamente por su sangre, y el hecho de que tuviese cuarenta y cinco en vez de veinte años no significaba lo más mínimo. Por encima de todo, de su tormento interior y confusión emergía un único hecho saliente y definitivo: la mera presencia, el contacto meramente casual con aquella muchacha desconocida, invisible en la oscuridad, había sido suficiente para despertar fuegos dormidos en lo hondo de su corazón y levantarle todo el ánimo, desde un estado de perezosa debilidad a otro de desgarradora y tumultuosa excitación.
Al cabo de un rato, sin embargo, la edad de Vezin empezó a manifestar sus poderosos efectos, se tranquilizó algo, y cuando por fin sonó un golpecito en la puerta y oyó la voz del camarero notificándole que la cena estaba ya dispuesta, hizo un esfuerzo y bajó lentamente las escaleras que conducían al comedor.
Cuando entró, todos levantaron la vista hacia él, pues llegaba con mucho retraso; pero él ocupó su asiento de costumbre, en el rincón alejado y empezó a comer. Todavía le perduraba un cierto temblor en los nervios, pero el hecho de haber cruzado patio y vestíbulo sin ver ninguna mujer había contribuído a calmarle un poco. Comió tan de prisa que casi pareció estar representando la escena habitual de la mesa redonda tan frecuente en muchas posadas, y, de pronto, atrajo su atención un leve cambio acontecido en la estancia.
Su silla estaba colocada de tal manera que la mayor parte de la larga salle á manger quedaba a su espalda; mas no necesitó volverse para saber que la misma persona con que se había cruzado en el corredor acababa de entrar en la habitación. Sintió su presencia mucho antes de ver u oír algo.
Luego se puso tenso cuando los viejos, únicos huéspedes además de él, se fueron levantando uno a uno de sus sitios y cambiaron saludos con alguien que pasaba junto a ellos, de mesa en mesa. Y cuando, por último, con el corazón latiéndole furiosamente, se volvió para cerciorarse por sí mismo.
Vió la figura de una jovencita flexible y esbelta que atravesaba la habitación hacia la mesa del rincón que él ocupaba. Andaba maravillosamente con la gracia sinuosa de una joven pantera, y su proximidad le llenó de un tan delicioso aturdimiento que en un principio fué totalmente incapaz de fijarse en su cara y de pensar qué significaba allí la presencia de aquella criatura que de nuevo le hacía sentirse lleno de calor y felicidad.
–Ah, ¡Ma'mselle est de retour! -oyó murmurar a su lado al viejo camarero; y sólo le había dado tiempo a figurarse que debía de ser la hija de la propietaria, cuando ya estaba ella a su lado y oyó su voz. Se dirigía a él. Vio confusamente unos labios rojos, dientes blancos, reidores, y unos descuidados rizos de fino cabello oscuro en torno a sus sienes; todo lo demás era como un sueño en el que su propia emoción se interponía como una pesada nube ante sus ojos y le impedía ver los detalles de aquel rostro y darse cuenta también de lo que él mismo hacía. Sin embargo, sí se la dio de que ella le estaba saludando con una graciosa y leve reverencia, que sus ojos grandes y bellos se miraban profundamente en los suyos, que el perfume que había sentido en el pasillo oscuro llegaba de nuevo hasta él, y que ella se inclinaba hacia su cara, apoyando una mano en la mesa, junto a su brazo. Se hallaba muy cerca -esto era lo principal- y le estaba explicando que ella siempre se interesaba mucho por el bienestar de los huéspedes de su madre y que ahora venía a ofrecer sus servicios al último llegado, es decir, a él.
–M'sieur ya lleva aquí unos pocos días – oyó decir al camarero; y luego oyó la voz de ella, dulce, musical, que replicaba:
–Ah, pero M'sieur no irá a dejarnos precisamente ahora. Mi madre es muy vieja y muchas veces no puede atender debidamente al confort de nuestros huéspedes; pero ya estoy yo aquí y pondré remedio a todo -rió deliciosamente-. M'sieur quedará satisfecho.
Vezin, pugnando con su emoción y su deseo de mostrarse educado, medio se levantó para agradecer tan halagüeñas palabras y consiguió tartamudear una especie de respuesta; pero, al hacerlo, su mano rozó casualmente la de ella, que estaba apoyada en su mesa, lo cual le transmitió una descarga eléctrica por todo el cuerpo. Los mismos cimientos de su alma se tambalearon en sus profundidades. Vio los ojos de ella fijos en los suyos con una mirada de atenta curiosidad; y, un momento después, observó que, en su turbación, se había vuelto a sentar en la silla, incapaz de hablar, que la muchacha ya se iba, atravesando de nuevo el comedor, y que él se había puesto a comer la ensalada con un cuchillo de postre y una cucharilla de café.
Anhelando que volviese y temiéndolo, al mismo tiempo, engulló de cualquier manera el resto de la cena y en seguida se marchó a su habitación para quedarse a solas con sus pensamientos. Esta vez los pasillos estaban iluminados y no tuvo en ellos ningún contratiempo excitante, a pesar de que el tortuoso corredor se hallaba lleno de sombras y,de que el último tramo, desde el recodo de marras en adelante, le pareció más largo que nunca. El corredor no era llano, sino que tenía un cierto declive, como un sendero en la ladera de una montaña; al recorrerlo suavemente, de puntillas, le dió la sensación de que en realidad aquel pasadizo le iba a conducir al exterior de la casa, al mismo corazón de un gran bosque antiguo. El mundo cantaba en su alma. Por su cerebro revoloteaban extrañas fantasías; y una vez en su habitación no encendió las velas, sino que se sentó junto a la abierta ventana y estuvo pensando largamente, soñando sueños remotos que espontáneamente y en bandadas acudían a su mente.
IV
Toda esta parte del relato le fue contada al doctor Silence sin hacerse mucho rogar, es cierto, aunque no sin gran embarazo y muchos balbuceos. No podía explicarse de ninguna de las maneras -dijo- cómo se las había arreglado la chica para afectarle tan profundamente, incluso antes de haber puesto sus ojos en ella. Su simple proximidad en las tinieblas fue suficiente para encender la hoguera. No sabía lo que era un flechazo; y, durante años, habíase mantenido apartado de toda relación sentimental Con cualquier miembro del sexo opuesto, pues vivía encerrado en su timidez y era excesivamente consciente de sus propios abrumadores defectos. A pesar de todo, esta hechicera jovencita le había buscado a él deliberadamente. Su comportamiento no ofrecía duda, pues siempre se iba con él, a la menor ocasión. Casta y dulce lo era sin duda, pero francamente incitante también; y le dominaba por completo con una simple mirada de sus ojos brillantes, si es que no le tenía ya dominado desde la primera vez, en la oscuridad, con la única magia de su invisible presencia.
–¿Le daba a usted la sensación de que ella era sana y buena? – inquirió el doctor-. ¿No tuvo usted ninguna reacción de cierto tipo…, por ejemplo, de alarma?
Vezin levantó vivamente la cabeza, con una de sus inimitables sonrisas de disculpa. Tardó un ratito en contestar. El simple recuerdo de su aventura hizo enrojecer sus tímidas facciones, y sus ojos pardos miraron hacia el suelo cuando contestó.
–No me atrevería a afirmarlo -explicó por fin-. Tuve que confesarme a mí mismo, algunas noches que no podía dormir y me quedaba despierto en la cama hasta muy tarde, que sentía ciertos escrúpulos de conciencia. Me iba viniendo la certeza de que en ella había algo… ¿Cómo diría yo?… Bueno, algo impío.
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