¡Oh Casio! ¡Si pudierais atraer a nuestro partido al noble Bruto!...

CASIO. — ¡Tranquilizaos, querido Cina! Tomad este papel y colocadlo en la silla del pretor, de modo que Bruto pueda hallarlo, y arrojad éste por su ventana. Éste fijadlo con cera en la estatua del antiguo BRUTO. Y hecho todo, dirigios al atrio de Pompeyo, donde nos encontraréis. ¿Están allí Decio Bruto y Trebonio?

CINA. — Todos, menos Metelo Címber, que fue a buscaros a vuestra casa. Bien; iré en seguida y distribuiré estos papeles como me habéis ordenado.

CASIO. — Después encaminaros al teatro de Pompeyo. (Sale CINA.) Venid, CASCA. Vos y yo iremos todavía antes de amanecer a ver a Bruto en su casa. Tres cuartas partes de él son a estas horas nuestras, y al primer encuentro nos pertenecerá completamente el hombre.

CASCA. — ¡Oh, él ocupa un lugar elevado en todos los corazones del pueblo! Y lo que en nosotros parecería delito, su sola presencia, como por la más rica alquimia, lo transformaría en virtud y acto meritorio.

CASIO. — Habéis comprendido perfectamente cuánto vale y la gran necesidad que tenemos de su persona. Vayámonos, pues es ya más de medianoche , y antes del día debemos despertarle y asegurarnos de él. (Salen.)(8)

 

ACTUS SECUNDUS

SCENA PRIMA

Roma. — Jardín de Bruto

 

Entra bruto

BRUTO. — ¡Eh, Lucio, hola! No puedo apreciar por la marcha de las estrellas cuánto falta para que apunte el día. ¡Lucio, digo! Quisiera tener el defecto de dormir tan profundamente. ¡Vamos, Lucio, vamos! ¡Despierta, digo! ¡Eh, Lucio! (Entra Lucio.)

LUCIO. — ¿Llamabais, señor?

BRUTO. — Lleva una vela a mi estudio, Lucio, y cuando esté encendida ven y avísame.

LUCIO. — Lo haré, señor. (Sale.)

BRUTO. — ¡Tiene que ser con su muerte! Y, por mi parte, no conozco causa alguna personal para oponerme a él sino la pública. ¡Quisiera ceñirse la corona! pl caso está en saber hasta qué punto pueda modificar ello su naturaleza. El claro día es el que hace salir al áspid, y esto aconseja proceder cautelosamente. ¿Coronarlo! Eso. Y de este modo le damos, de seguro, un aguijón, con, el que pueda crear peligros a su voluntad. El abuso de la grandeza viene cuando se separa la clemencia del poder. A decir verdad, nunca he visto que las pasiones de César dominasen más que su razón; pero es cosa sabida que la humildad es una escala para la ambición incipiente, desde la cual vuelve el rostro el trepador; quien, una vez en el peldaño más alto, da entonces la espalda a la escala, tiende la vista a las nubes y desdeña los humildes escalones que le encumbraron. Igual puede César; luego evitémoslo antes que lo hiciere. Y pues los motivos de queja que tenemos contra él no justifican ninguna hostilidad, démosles esta forma, diciendo que si se aumenta lo que es, surgirán estas y aquellas desgracias, y, por lo tanto, debe considerársele como al huevo de la serpiente, que, incubado, llegaría a ser dañino, como todos los de su especie, por lo que es fuerza matarlo en el cascarón. (Vuelve a entrar LUCIO.)

LUCIO.