Pero ni tú ni nadie puede vigilar por el interior de los pechos.

BERNARDA.— Mis hijas tienen la respiración tranquila.

LA PONCIA.— Eso te importa a ti, que eres su madre. A mí, con servir tu casa tengo bastante.

BERNARDA.— Ahora te has vuelto callada.

LA PONCIA.— Me estoy en mi sitio, y en paz.

BERNARDA.— Lo que pasa es que no tienes nada que decir. Si en esta casa hubiera hierbas, ya te encargarías de traer a pastar las ovejas del vecindario.

LA PONCIA.— Yo tapo más de lo que te figuras.

BERNARDA.— ¿Sigue tu hijo viendo a Pepe a las cuatro de la mañana? ¿Siguen diciendo todavía la mala letanía de esta casa?

LA PONCIA.— No dicen nada.

BERNARDA.— Porque no pueden. Porque no hay carne donde morder. ¡A la vigilia de mis ojos se debe esto!

LA PONCIA.— Bernarda, yo no quiero hablar porque temo tus intenciones. Pero no estés segura.

BERNARDA.— ¡Segurísima!

LA PONCIA.— ¡A lo mejor, de pronto, cae un rayo! ¡A lo mejor, de pronto, un golpe de sangre te para el corazón!

BERNARDA.— Aquí no pasará nada. Ya estoy alerta contra tus suposiciones.

LA PONCIA.— Pues mejor para ti.

BERNARDA.— ¡No faltaba más!

CRIADA.— (Entrando.) Ya terminé de fregar los platos. ¿Manda usted algo, Bernarda?

BERNARDA.— (Levantándose.) Nada. Yo voy a descansar.

LA PONCIA.— ¿A qué hora quiere que la llame?

BERNARDA.— A ninguna. Esta noche voy a dormir bien. (Se va.)

LA PONCIA.— Cuando una no puede con el mar lo más fácil es volver las espaldas para no verlo.

CRIADA.— Es tan orgullosa que ella misma se pone una venda en los ojos.

LA PONCIA.— Yo no puedo hacer nada. Quise atajar las cosas, pero ya me asustan demasiado. ¿Tú ves este silencio? Pues hay una tormenta en cada cuarto. El día que estallen nos barrerán a todas. Yo he dicho lo que tenía que decir.

CRIADA.— Bernarda cree que nadie puede con ella y no sabe la fuerza que tiene un hombre entre mujeres solas.

LA PONCIA.— No es toda la culpa de Pepe el Romano. Es verdad que el año pasado anduvo detrás de Adela, y ésta estaba loca por él, pero ella debió estarse en su sitio y no provocarlo. Un hombre es un hombre.

CRIADA.— Hay quien cree que habló muchas noches con Adela.

LA PONCIA.— Es verdad. (En voz baja) Y otras cosas.

CRIADA.— No sé lo que va a pasar aquí.

LA PONCIA.— A mí me gustaría cruzar el mar y dejar esta casa de guerra..

CRIADA.— Bernarda está aligerando la boda y es posible que nada pase.

LA PONCIA.— Las cosas se han puesto ya demasiado maduras. Adela está decidida a lo que sea, y las demás vigilan sin descanso.

CRIADA.— ¿Y Martirio también?

LA PONCIA.— Ésa es la peor. Es un pozo de veneno. Ve que el Romano no es para ella y hundiría el mundo si estuviera en su mano.

CRIADA.— ¡Es que son malas!

LA PONCIA.— Son mujeres sin hombre, nada más. En estas cuestiones se olvida hasta la sangre. ¡Chisssssss! (Escucha.)

CRIADA.— ¿Qué pasa?

LA PONCIA.— (Se levanta.) Están ladrando los perros.

CRIADA.— Debe haber pasado alguien por el portón.

(Sale Adela en enaguas blancas y corpiño.)

LA PONCIA.— ¿No te habías acostado?

ADELA.— Voy a beber agua. (Bebe en un vaso de la mesa.)

LA PONCIA.— Yo te suponía dormida.

ADELA.— Me despertó la sed. Y vosotras, ¿no descansáis?

CRIADA.— Ahora.

(Sale Adela.)

LA PONCIA.— Vámonos.

CRIADA.— Ganado tenemos el sueño. Bernarda no me deja descansar en todo el día.

LA PONCIA.— Llévate la luz.

CRIADA.— Los perros están como locos.

LA PONCIA.— No nos van a dejar dormir.

(Salen. La escena queda casi a oscuras. Sale María Josefa con una oveja en los brazos.)

MARÍA JOSEFA.—

Ovejita, niño mío,

vámonos a la orilla del mar.

La hormiguita estará en su puerta,

yo te daré la teta y el pan.

Bernarda,

cara de leoparda.

Magdalena,

cara de hiena.

¡Ovejita!

Meee, meee.

Vamos a los ramos del portal de Belén.

Ni tú ni yo queremos dormir.

La puerta sola se abrirá

y en la playa nos meteremos

en una choza de coral.

Bernarda,

cara de leoparda.

Magdalena,

cara de hiena.

¡Ovejita!

Meee, meee.

Vamos a los ramos del portal de Belén!

(Se va cantando. Entra Adela. Mira a un lado y otro con sigilo, y desaparece por la puerta del corral.