En mi tiempo las perlas significaban lágrimas..
ANGUSTIAS.— Pero y a las cosas han cambiado.
ADELA.— Yo creo que no. Las cosas significan siempre lo mismo. Los anillos de pedida deben ser de diamantes.
PRUDENCIA.— Es más propio.
BERNARDA.— Con perlas o sin ellas las cosas son como una se las propone.
MARTIRIO.— O como Dios dispone.
PRUDENCIA.— Los muebles me han dicho que son preciosos.
BERNARDA.— Dieciséis mil reales he gastado.
LA PONCIA.— (Interviniendo.) Lo mejor es el armario de luna.
PRUDENCIA.— Nunca vi un mueble de éstos.
BERNARDA.— Nosotras tuvimos arca.
PRUDENCIA.— Lo preciso es que todo sea para bien.
ADELA.— Que nunca se sabe.
BERNARDA.— No hay motivo para que no lo sea.
(Se oyen lejanísimas unas campanas.)
PRUDENCIA.— El último toque. (A Angustias.) Ya vendré a que me enseñes la ropa.
ANGUSTIAS.— Cuando usted quiera.
PRUDENCIA.— Buenas noches nos dé Dios.
BERNARDA.— Adiós, Prudencia.
Las cinco a la vez: Vaya usted con Dios.
(Pausa. Sale Prudencia.)
BERNARDA.— Ya hemos comido. (Se levantan.)
ADELA.— Voy a llegarme hasta el portón para estirar las piernas y tomar un poco el fresco.
(Magdalena se sienta en una silla baja retrepada contra la pared.)
AMELIA.— Yo voy contigo.
MARTIRIO.— Y yo.
ADELA.— (Con odio contenido.) No me voy a perder.
AMELIA.— La noche quiere compaña.
(Salen. Bernarda se sienta y Angustias está arreglando la mesa.)
BERNARDA.— Ya te he dicho que quiero que hables con tu hermana Martirio. Lo que pasó del retrato fue una broma y lo debes olvidar.
ANGUSTIAS.— Usted sabe que ella no me quiere.
BERNARDA.— Cada uno sabe lo que piensa por dentro. Yo no me meto en los corazones, pero quiero buena fachada y armonía familiar. ¿Lo entiendes?
ANGUSTIAS.— Sí.
BERNARDA.— Pues ya está.
MAGDALENA.— (Casi dormida.) Además, ¡si te vas a ir antes de nada! (Se duerme.)
ANGUSTIAS.— Tarde me parece.
BERNARDA.— ¿A qué hora terminaste anoche de hablar?
ANGUSTIAS.— A las doce y media.
BERNARDA.— ¿Qué cuenta Pepe?
ANGUSTIAS.— Yo lo encuentro distraído. Me habla siempre como pensando en otra cosa. Si le pregunto qué le pasa, me contesta: «Los hombres tenemos nuestras preocupaciones.»
BERNARDA.— No le debes preguntar. Y cuando te cases, menos. Habla si él habla y míralo cuando te mire. Así no tendrás disgustos.
ANGUSTIAS.— Yo creo, madre, que él me oculta muchas cosas.
BERNARDA.— No procures descubrirlas, no le preguntes y, desde luego, que no te vea llorar jamás.
ANGUSTIAS.— Debía estar contenta y no lo estoy.
BERNARDA.— Eso es lo mismo.
ANGUSTIAS.— Muchas veces miro a Pepe con mucha fijeza y se me borra a través de los hierros, como si lo tapara una nube de polvo de las que levantan los rebaños.
BERNARDA.— Eso son cosas de debilidad.
ANGUSTIAS.— ¡Ojalá!
BERNARDA.— ¿Viene esta noche?
ANGUSTIAS.— No. Fue con su madre a la capital.
BERNARDA.— Así nos acostaremos antes. ¡Magdalena!
ANGUSTIAS.— Está dormida.
(Entran Adela, Martirio y Amelia.)
AMELIA.— ¡Qué noche más oscura!
ADELA.— No se ve a dos pasos de distancia.
MARTIRIO.— Una buena noche para ladrones, para el que necesite escondrijo.
ADELA.— El caballo garañón estaba en el centro del corral. ¡Blanco! Doble de grande, llenando todo lo oscuro.
AMELIA.— Es verdad. Daba miedo. ¡Parecía una aparición!
ADELA.— Tiene el cielo unas estrellas como puños.
MARTIRIO.— Ésta se puso a mirarlas de modo que se iba a tronchar el cuello.
ADELA.— ¿Es que no te gustan a ti?
MARTIRIO.— A mí las cosas de tejas arriba no me importan nada. Con lo que pasa dentro de las habitaciones tengo bastante.
ADELA.— Así te va a ti.
BERNARDA.— A ella le va en lo suyo como a ti en lo tuyo.
ANGUSTIAS.— Buenas noches.
ADELA.— ¿Ya te acuestas?
ANGUSTIAS.— Sí, esta noche no viene Pepe. (Sale.)
ADELA.— Madre, ¿por qué cuando se corre una estrella o luce un relámpago se dice:
Santa Bárbara bendita,
que en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita?
BERNARDA.— Los antiguos sabían muchas cosas que hemos olvidado.
AMELIA.— Yo cierro los ojos para no verlas.
ADELA.— Yo no. A mí me gusta ver correr lleno de lumbre lo que está quieto y quieto años enteros.
MARTIRIO.— Pero estas cosas nada tienen que ver con nosotros.
BERNARDA.— Y es mejor no pensar en ellas.
ADELA.— ¡Qué noche más hermosa! Me gustaría quedarme hasta muy tarde para disfrutar el fresco del campo.
BERNARDA.— Pero hay que acostarse. ¡Magdalena!
AMELIA.— Está en el primer sueño.
BERNARDA.— ¡Magdalena!
MAGDALENA.— (Disgustada.) ¡Dejarme en paz!
BERNARDA.— ¡A la cama!
MAGDALENA.— (Levantándose malhumorada.) ¡No la dejáis a una tranquila! (Se va refunfuñando.)
AMELIA.— Buenas noches. (Se va.)
BERNARDA.— Andar vosotras también.
MARTIRIO.— ¿Cómo es que esta noche no viene el novio de Angustias?
BERNARDA.— Fue de viaje.
MARTIRIO.— (Mirando a Adela.) ¡Ah!
ADELA.— Hasta mañana. (Sale.)
(Martirio bebe agua y sale lentamente mirando hacia la puerta del corral. Sale La Poncia.)
LA PONCIA.— ¿Estás todavía aquí?
BERNARDA.— Disfrutando este silencio y sin lograr ver por parte alguna « la cosa tan grande» que aquí pasa, según tú.
LA PONCIA.— Bernarda, dejemos esa conversación.
BERNARDA.— En esta casa no hay un sí ni un no. Mi vigilancia lo puede todo.
LA PONCIA.— No pasa nada por fuera. Eso es verdad. Tus hijas están y viven como metidas en alacenas.
1 comment