El segundo tratado ofrece la psicología de la conciencia: ésta no es, como se cree de ordinario, «la voz de Dios en el hombre», —es el instinto de la crueldad, que revierte hacia atrás cuando ya no puede seguir desahogándose hacia fuera. La crueldad, descubierta aquí por vez primera como uno de los más antiguos trasfondos de la cultura, con el que no se puede dejar de contar. El tercer tratado da respuesta a la pregunta de dónde procede él enorme poder del ideal ascético, del ideal sacerdotal, aunque éste es el ideal nocivo par excellence, una voluntad de final, un ideal de decadence. Respuesta: no porque Dios esté actuando detrás de los sacerdotes, como se cree de ordinario, sino faute de mieux (a falta de algo mejor) —porque ha sido hasta ahora el único ideal, porque no ha tenido ningún competidor. «Pues el hombre prefiere querer incluso la nada a no querer…» Sobre todo faltaba un contraideal —hasta Zaratustra. —Se me ha entendido. Tres decisivos trabajos preliminares de un psicólogo para una transvaloración de todos los valores. —Este libro contiene la primera psicología del sacerdote (Ecce Homo, pp. 109-110).
Sobre el Tratado primero: «bueno y malo», «bueno y malvado»
El comienzo «frío, científico, incluso irónico», se refiere aquí a los psicólogos ingleses. Nietzsche se burla suavemente de ellos, de esas ranas viejas, frías, aburridas, que chapotean en la ciénaga humana. Siente cariño por ellos, le gustaría que fuesen valientes y magnánimos.
Pero en seguida viene la grave acusación: carecen de espíritu histórico. Se contradicen al atribuir los conceptos del bien y del mal al olvido y al hábito. En este punto resulta más coherente, dice, aunque no más verdadero, Spencer.
Hace falta, pues, acudir al espíritu histórico, hace falta recurrir a la genealogía y, más en concreto, a la etimología. ¿Qué significan las palabras, y cuál es la historia de su metamorfosis intelectual? Nietzsche analiza el vocablo «malo» (schlecht), que significó originariamente el «simple», el hombre vulgar y bajo. En cambio, el concepto «bueno» (gut) se refería al hombre de rango superior, al noble, al poderoso, al señor. Las valoraciones brotaban, por tanto, de una forma de ser, de una forma de hallarse en la vida y en la sociedad. Aunque es posible que algunas de las etimologías aducidas aquí y en otros lugares por Nietzsche estén equivocadas, lo decisivo es haber penetrado hasta la fuente de donde brotan los valores.
«Poco a poco, más agitación; relámpagos aislados» —había dicho Nietzsche. En efecto, a partir del § 6 comienzan las verdades desagradables. Nietzsche alude a la casta sacerdotal, degeneración y, más tarde, antítesis de la casta caballeresca y aristocrática. Los hábitos de aquélla son contrarios a los de ésta: los sacerdotes se dedican a incubar ideas y sentimientos; de ahí su neurastenia, dice Nietzsche. Pero el remedio que inventan para curar su enfermedad ha sido más peligroso que la enfermedad misma: los sacerdotes inventan la religión, inventan la metafísica hostil a los sentidos, inventan el «otro mundo». Con ello, sin embargo, el hombre se ha convertido en un animal interesante, con ello el alma humana se ha vuelto profunda y malvada (bose). Así aparece por vez primera la maldad, a diferencia de la anterior malicia.
Y Nietzsche pasa ahora a señalar concretamente con el dedo la fuente de la nueva valoración: esa fuente es el resentimiento, es la sed de venganza del sacerdote y, sobre todo, del pueblo sacerdotal por excelencia: el pueblo judío. Antes, en tiempos más sanos, las valoraciones se atenían a la realidad: no existía más que lo bueno (gut), es decir, las cualidades del hombre fuerte y poderoso, y lo malo (schlecht), las peculiaridades del hombre simple y bajo. Pero el resentimiento introduce una transvaloración: ahora los valores son lo bueno (gut) y lo malvado (bose). La transvaloración consiste en que ahora se llama malvado al que antes era el bueno, ahora se llama malvado al poderoso, al violento, al lleno de vida. En cambio, se llama bueno al que antes era el malo, esto es, al hombre bajo, simple, indigente, enfermo. Y por fin viene la nueva verdad de este primer tratado: la psicología del cristianismo. El cristianismo es el heredero de la transvaloración moral realizada por el pueblo judío, es el heredero de la rebelión de los esclavos en la moral. El cristianismo, dice Nietzsche, no es la religión del amor, sino la religión del odio más profundo contra los buenos, es decir, contra los nobles, poderosos, veraces.
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