El cristianismo ha «redimido» al género humano, dice Nietzsche con ironía: lo ha redimido de los señores. Han vencido, al menos por el momento, los plebeyos.
Sobre el Tratado segundo: «culpa», «mala conciencia» y similares
También aquí el comienzo es frío y sereno, Nietzsche empieza hablando de la capacidad de olvido, que es una fuerza activa, y no meramente pasiva, como se cree. La capacidad de olvido es una forma de la salud vigorosa. En ocasiones, sin embargo, es necesario recordar: cuando se hacen promesas; y por ello es necesario crearle al hombre una memoria. ¿Cómo se le crea una memoria al hombre, es decir, a ese animal del instante, a ese animal solicitado por afectos contrapuestos, que lo arrastran de un lado para otro? Es difícil crear esa memoria, y sólo puede hacerse causando daño: «para que algo permanezca en la memoria se lo graba a fuego; sólo lo que no cesa de doler permanece en la memoria» (véase luego, p. 69). Y a esa memoria, a ese sentimiento de poder disponer del futuro, el hombre lo llama «su conciencia». Ahora bien, ¿de dónde viene la «mala conciencia»? Y aquí Nietzsche acude una vez más a la genealogía, remontándose a los tiempos prehistóricos. La mala conciencia viene de la culpa (Schuld). Pero la culpa no es nada que tenga que ver con la responsabilidad moral, sino que es una deuda (Schuld), esto es, una relación entre un acreedor y un deudor. Cuando el acreedor es la sociedad, y el que contrae la deuda, es decir, el que comete la culpa, viola sus compromisos con aquélla, olvidándose de lo prometido, entonces la sociedad descarga sobre él sus golpes más crueles. El hombre está, pues, preso de la sociedad, y al no poder desahogar sus instintos hacia fuera, los descarga hacia dentro: así se forma la «interioridad» humana. Tal es la verdad nueva de este segundo tratado:
Yo considero que la mala conciencia es la profunda dolencia a que tenía que sucumbir el hombre bajo la presión de aquella modificación, la más radical de todas las experimentadas por él, —de aquella modificación que se dio cuando el hombre se encuentra definitivamente encerrado en el sortilegio de la sociedad y de la paz… Pero con ella se había introducido la dolencia más grande, la más siniestra, una dolencia de la que la humanidad no se ha curado hasta hoy: el sufrimiento del hombre por el hombre (véase luego, P. 95). Nietzsche considera asimismo que los dioses deben su origen a este sentimiento de deuda, de culpa (Schuld). Las viejas estirpes se sentían deudoras de sus antepasados. Y para pagarles su deuda (esto es, para redimir su culpa) les ofrecen sacrificios; cuanto mayor es la deuda, tanto más poderosos se presentan los dioses, hasta que, cuando se considera que la deuda es impagable, llegan los dioses a su máxima altura: al Dios único y omnipotente. Por eso, dice Nietzsche, el ateísmo consiste en no tener deudas (Un-schuld) con los dioses; es una segunda inocencia (Unschuld), una vuelta a una existencia pre-teológica. El final es abrupto: Mas ¿qué estoy diciendo? ¡Basta! ¡Basta! En este punto sólo una cosa me conviene, callar: de lo contrario atentaría contra algo que únicamente le está permitido… a Zaratustra el ateo (p. 110).
Sobre el Tratado tercero: ¿qué significan los ideales ascéticos?
Este tratado, el más amplio e importante de todos, comienza con burlas e ironías dolorosas sobre los artistas y, más en concreto, contra «Wagner y su Parsifal». Las opiniones de los artistas no tienen ningún valor, dice; ellos han sido siempre las ayudas de cámara de una moral, de una filosofía, o de una religión. Por tanto, el que unas veces alaben la sensualidad y otras la castidad, no demuestra más que su inconstancia, su veleidad. Después vienen algunos «relámpagos»; ¿por qué los filósofos se han sentido atraídos por el ideal ascético? Porque en él se encuentran insinuados ciertos puentes hacia la independencia. Porque pobreza, humildad y castidad (los tres votos sacerdotales, dice Nietzsche) son más propicios al filósofo que «la fama, los príncipes y las mujeres». A un filósofo se le reconoce en que se aparta de estas tres cosas brillantes y ruidosas. Nietzsche escribe entonces el asombroso § 8 en que con tremenda ironía comenta los «tres votos» del filósofo. El ascetismo duro y sereno, o, en otras palabras, el ideal ascético, fue algo favorable a la filosofía en sus comienzos. Le ayudó a dar sus primeros pasos en la tierra. Los hombres contemplativos fueron al comienzo despreciados —o temidos. Por ello el sacerdote-filósofo tuvo que hacerse temer, lo cual no podía conseguirse más que con la crueldad: crueldad consigo mismo (ascetismo), primero, y después, crueldad con los demás.
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