Cuántos acontecimientos, cuántas vidas, cuántos destinos! Todo lo que alguna vez hemos leído, todas las historias escuchadas y todas aquellas con las que soñamos confusamente desde nuestra infancia, sin haberlas oído nunca, tienen aquí su casa y su patria. ¿De dónde sacarían los escritores sus ideas, dónde encontrarían el ánimo para inventar si no sintieran detrás de ellos esas reservas que hacen vibrar el Averno? Murmullo de la tierra. Contra tu oído golpea regularmente un discurso inagotable. Avanzas, con los ojos semicerrados, entre la tibieza de esos murmullos, sonrisas, sugestiones, hostigado, quemándote en miles de preguntas. Quisieran que aceptes algo de ellas, no importa qué, aunque sólo fuese una pizca de esas historias que nunca han adquirido forma, piden que tú las integres en tu joven vida, en tu sangre, que tú las salves y continúes viviendo con ellas. ¿Qué es la primavera sino una resurrección de historias? En medio de ese elemento inmaterial, sola, la primavera vive, es real, fresca e ignorante de todo. Su joven sangre verde, su ingenuidad vegetal atraen los espectros, fantasmas, larvas y farfarele[23]. Y ella, desamparada e ingenua, los deja entrar en su sueño, duerme con ellos, y, después, se despierta al amanecer sin recordar nada. He aquí por qué es tan plena, tan grávida con toda esa suma de cosas olvidadas, y tan triste, porque debe completamente sola realizar su vida por tantas vidas no realizadas, ser bella por tantas vidas rechazadas y abandonadas. Y para hacerlo, sólo tiene el perfume del cerezo que fluye por un solo cauce eterno e insondable donde todo está comprendido. ¿Qué quiere decir, olvidar? Sobre las viejas historias un verdor nuevo ha surgido en una noche, un delicado depósito verde, y han aparecido, también, claros y densos brotes. El olvido reverdece en la primavera, viejos árboles recubren su dulce e ingenua ignorancia, se despiertan dotados de ramajes ligeros y sin memoria, mientras que sus raíces se hunden en historias antiguas. La primavera leerá esas historias como si fueran nuevas, las silabeará desde el principio, las reunirá, y comenzarán una vez más como si nunca hubiesen ocurrido.
Hay muchas historias que no han nacido nunca. Entre las raíces, ¡cuántos coros quejumbrosos, cuentos contados interminablemente, monólogos inagotables, improvisaciones insospechadas! ¿Tendremos la paciencia de escucharlos? Antes que la más antigua de las historias contadas, hubo otras que no habéis escuchado, hubo predecesores anónimos, novelas sin títulos, epopeyas enormes, pálidas y monótonas, byliny[24] sin formas, troncos informes, gigantes sin rostro que oscurecían el horizonte, palabras oscuras, dramas vesperales de las nubes, y todavía más lejos, libros-leyendas, nunca escritos, libros-aspirando-a-la-eternidad, libros fuegos fatuos, perdidos in partibus infidelium[25]...
***
Entre todas las innumerables historias que se cruzan en los vasos comunicantes de las raíces, hay una que —desde hace mucho tiempo— ya es propiedad de la noche, establecida para siempre al final del firmamento, compañía eterna y telón de fondo de las extensiones celestes. A través de cada noche de primavera, cualesquiera que sean los acontecimientos que se desarrollen, transcurre sobrevolando el concierto de las ranas y el ruido infatigable de los molinos. El hombre avanza bajo el polvo de las estrellas, avanza a grandes pasos a través del cielo, apretujando a la criatura entre los pliegues de su abrigo, siempre en camino, peregrino eterno por los espacios infinitos de la noche. Oh, pena inmensa de la soledad, huérfano por los espacios nocturnos, brillo de las estrellas lejanas. El tiempo ya no puede cambiar nada en esta historia, que atraviesa los horizontes estrellados, se cruza con nosotros y será siempre así, siempre de nuevo, porque una vez que ha abandonado el carril del tiempo, se ha hecho insondable y ninguna repetición podrá jamás agotarla. El hombre avanza apretujando a la criatura entre sus brazos: repetimos intencionadamente ese leitmotiv, ese exergo de la noche, con el fin de apoderarnos de la continuidad intermitente de su recorrido, unas veces velado por la red enmarañada de las estrellas, otras invisible durante largos intervalos mudos por donde pasa el soplo de la eternidad. Los mundos se aproximan demasiado, aterradores de color, envían señales violentas, informes inexpresables, y él avanza, tranquilizando a la pequeña con una voz monótona y desesperada, impotente ante el otro murmullo, a las persuasiones terriblemente dulces de la noche, a esa palabra única que formula la boca del silencio cuando nadie la escucha...
Ésta es la historia de la princesa raptada y sustituida.

XVIII
Cuando a medianoche entran silenciosamente en la umbrosísima villa que se levanta entre los jardines, en la habitación blanca de techo bajo en la que hay un piano de cola negro y reluciente con todas las cuerdas enmudecidas, cuando a través del gran ventanal la noche se introduce como si lo hiciera por los cristales de un invernadero, noche pálida en la que cae una fina lluvia de estrellas —los vasos de las ramas del cerezo expanden su perfume amargo que flota sobre la cama blanca— entonces en la gran noche despierta circulan las angustias y el corazón habla en su sueño, y vuela y tropieza y solloza en la noche salpicada de rocío, luminosa y colmada de mariposas... Ah, cómo el amargo perfume del cerezo dilata la noche, y el corazón fatigado, agotado por sus felices carreras, quisiera dormirse un instante sobre una frontera aérea, sobre una arista estrecha, mientras que la noche discurre cada vez más pálida e inmaterial, completamente rayada por líneas y zigzags luminosos, y el corazón vuelve a delirar, se deja arrastrar en los asuntos complicados de las estrellas, apresuramientos sofocados, pánicos lívidos, sueños lunáticos, estremecimientos letárgicos. ¡Ah, esos raptos y persecuciones de la noche, esas traiciones y murmullos, negros y timoneles, balaustradas de balcones y postigos nocturnos, vestidos de muselina y velos flotando en una enloquecida huida!... Finalmente, tras un breve eclipse, un momento de pausa negra y sorda, llega la hora en la que todas las marionetas están alineadas en sus cajas, todas las cortinas corridas, y las respiraciones recobran su vaivén tranquilo sobre la escena, mientras que en el profundo cielo sereno el amanecer construye silenciosamente sus villas lejanas rosas y blancas, sus pagodas y minaretes claros de cúpulas redondas.
XIX
Solamente para un lector atento del Libro la naturaleza de esta primavera se hace clara y legible. Todos esos preparativos matinales, vacilaciones, dudas y escrúpulos, desvelan su sentido al iniciado en los sellos de correos. Éstos le introducen en el juego complicado de la diplomacia matinal, en largas negociaciones, en las tergiversaciones atmosféricas que preceden al día. El México abigarrado y tórrido quisiera verterse en nieblas rojas de la novena hora —es claramente visible—, con su serpiente retorciéndose en el pico de un cóndor[26], pero en el alto verdor de los árboles un papagayo repite obstinadamente a intervalos regulares, siempre con la misma entonación, «Guatemala», palabra turquesa, y la atmósfera se impregna de un perfume de cereza, de frescor, de hojas. Así, poco a poco, superando dificultades y conflictos, tiene lugar la declaración, se decide el orden del ceremonial, la lista del desfile, el protocolo diplomático del día.
En el mes de mayo, los días eran rosas como Egipto. La plaza desbordaba con un fulgor ondulante. En el cielo, las nubes se acumulaban bajo las grietas luminosas, volcánicas, de contornos cegadores, y —Barbados, Labrador, Trinidad— todo viraba al rojo, como si se mirara el mundo a través de gafas de rubíes. Al ritmo de los eclipses púrpuras de la sangre subida a la cabeza, la gran corbeta de la Guyana[27] atravesaba el cielo, con las velas desplegadas.
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