¡El misterio del crepúsculo! Es únicamente fuera de las palabras, allí donde nuestra magia ya no actúa, donde se despliega ese elemento inmenso y sombrío. La palabra entonces se descompone, se disuelve, regresa a su etimología, a su oscura raíz. He aquí que oscurece, las palabras se pierden en medio de vagas asociaciones: Aqueronte, Orco, Averno [14] ¿Sentís el soplo de las profundidades, de los sótanos, de la tumba? ¿Qué es el crepúsculo de primavera? Una vez más nos hacemos esa pregunta, leitmotiv de nuestras indagaciones, no encontrando respuesta.

Cuando las raíces de los árboles quieren hablar y bajo la corteza terrestre se ha acumulado mucho pasado, muchas historias y leyendas antiquísimas, cuando en el origen se han concentrado demasiados susurros apagados, un magma inarticulado y esa cosa oscura que precede a la palabra, entonces la corteza de los árboles se ennegrece y se desgaja en escamas ásperas y espesas, de surcos profundos, y allí se abren orificios, oscuros como la piel del oso, y si se hunde el rostro en esa piel suave del crepúsculo, todo se hace repentinamente oscuro y silencioso. Hay que aplicar los ojos, pues, contra la oscuridad más negra, forzarlos un poco, obligarlos a penetrar lo impenetrable, el suelo inerte, y súbitamente nos encontramos del otro lado de las cosas, en el fondo, en el Averno. Y vemos...

La oscuridad no es total, contrariamente a lo que se podría imaginar. No, pulsaciones luminosas hacen vibrar el espacio. Es evidente que la luz interior de las raíces, los fuegos fatuos, finas venas de resplandor recorren la oscuridad, el sueño inmóvil de la materia. Aquí, cortados del mundo, perdidos en ese regreso al arcano, vemos a través de nuestros párpados cerrados, porque los pensamientos se encienden entonces en nosotros, pequeñas llamas, antorchas interiores. Es una regresión total, un viaje hasta el fondo, un retorno a las raíces, la anamnesia[15] se ramifica, y soñamos sacudidos por estremecimientos subterráneos. Es únicamente allá arriba, en la luz del día —hay que decirlo de una vez— cuando somos ese haz melodioso, articulado, tembloroso, alondra y cima incandescente; aquí, en el fondo, nos diseminamos hechos añicos, en sintagmas negros, en infinitas historias inacabadas.

Ahora sabemos al fin sobre qué ha brotado esta primavera y por qué es tan triste, tan plena de sabiduría. ¡Ah, no lo creeríamos de no haberlo visto con nuestros propios ojos! He aquí los laberintos, los depósitos interiores, los silos de materia; he aquí las turbas aún calientes, cenizas y polvo. Historias seculares. Siete capas, como en Troya[16], pasillos, cámaras, tesoros. Cuántas máscaras de oro alineadas, de aplastadas sonrisas, cuántos rostros carcomidos, momias, crisálidas vacías. Es aquí donde se encuentran esos columbarios[17], esos funerarios cajones donde yacen los muertos endurecidos, negros como raíces, esperando su hora; aquí las grandes vitrinas donde están expuestos en urnas, en tarros, en los que permanecen durante años sin que nadie los compre. Quizá se agiten ya en sus nidos, ya completamente curados, puros como el incienso, drogas olorosas, gorjeantes, despiertos e impacientes, pomadas y bálsamos matinales probando con la punta de la lengua su propio sabor. Esos palomares amurallados están repletos de picos saliendo del huevo y del primer balbuceo, a tientas y luminoso. ¡Nace súbitamente una atmósfera matinal, una atmósfera de antes del tiempo, en esos largos pasillos vacíos donde los muertos que allí reposan se despiertan uno tras otro a un alba completamente nueva!

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Aunque eso no es todo, descendamos más abajo. No tengáis miedo, dadme la mano, un paso más, y ya nos encontramos en las raíces y enseguida nos vemos rodeados de ramajes oscuros, como en el fondo de un bosque. Allí huele a hierba y a madera carcomida, las raíces se hunden en lo negro, se enredan, suben, savias inspiradas ascienden por ellas. Hemos pasado al otro lado, al revés de las cosas, a la oscuridad picada por enmarañadas fosforescencias. Revoloteo, agitación, multitud. Magma bullicioso de pueblos y generaciones, multiplicación infinita de Biblias y de Ilíadas. Migración tumultuosa, maraña y ruido de la historia. El camino se acaba aquí. Estamos en lo más hondo, hemos llegado a los fundamentos oscuros, estamos en las Madres[18]. Aquí están los infernos[19] interminables, las desoladas extensiones osiánicas[20], los nibelungos[21] de la desesperanza. Aquí, los grandes viveros de la historia, las fábricas[22] de fábulas, de cuentos, de leyendas. Ahora finalmente comprendemos el gran y triste mecanismo de la primavera. ¡Ah, la primavera estimula las historias.