¿Se habría llevado los diamantes? Cuando estaba a punto de mandar que fueran a buscar un coche de alquiler para ir hasta el hospedaje del viejo, entró James. Estaba ansioso por saber si había llegado el criptograma descifrado. Ella no le dijo nada acerca de sus sospechas, y simplemente se limito a informarle de que en sus manos tenía el mensaje descifrado. Él inmediatamente quiso verlo. Pero la señora Westerfield le dijo que no iba a mostrárselo hasta que él la hubiera hecho su esposa:
–Mañana por la mañana, cuando vayamos a la iglesia, llévate un formón escondido en el bolsillo -esa fue la única pista que le dio. Y ese fue el momento en el que más desconfiaron el uno del otro.
Al día siguiente, a las once en punto de la mañana, fueron unidos en matrimonio, teniendo por únicos testigos al dueño del hostal en el que habían trabajado los dos, y a su esposa. No permitieron que los niños asistieran a la ceremonia. Nada más salir por la puerta de la iglesia, la luna de miel de los recién casados comenzó con un viaje en coche hasta St. John's Wood. Cuando llegaron al lugar, observaron que en una ventana rota había un rótulo lleno de suciedad donde se leía: "Se alquila". Una señora les dijo, con muy malos modales, que podían ver la casa si lo deseaban.
La novia, que estaba de muy buen humor, le hizo ver al novio que para guardar las apariencias lo más conveniente era que vieran primero la casa. Una vez cumplido este trámite, ella se dirigió a la señora encargada de enseñar la casa, y con voz dulce le dijo:
–¿Podríamos ver el jardín?
La señora le dio una extraña respuesta:
–Es realmente curioso.
James habló por primera vez:
–¿Qué es lo que le parece tan curioso? – le preguntó, interrumpiéndola.
–En todo este tiempo han sido muchas las personas que han querido ver la casa -dijo la señora-, pero solamente ha habido dos que quisieran ver el jardín.
James dio media vuelta y se fue hacia la glorieta, dejando que fuera su esposa quien decidiera si valía la pena continuar con aquella conversación. A ella le pareció que el tema bien lo merecía.
–Es evidente que yo soy una de esas dos personas que se han interesado por el jardín. ¿Y la otra?, ¿quién es?
–El lunes vino un hombre mayor.
La amable sonrisa de la novia se desvaneció.
–¿Cómo era ese viejo? – pregunto ella.
Esta vez, la señora de los malos modales se irritó más que nunca.
–¡Ay, cómo quiere que se lo explique! ¡Era un verdadero animal! ¡Un bruto, eso es, un bruto!
"¡Un bruto!", pensó ella. La misma palabra que había utilizado ella misma hacía muy pocos días, cuando el experto había logrado ponerla de tan mal humor. Llena de recelo, se fue hacia el jardín.
James, siguiendo las instrucciones de su esposa, ya había empezado a trabajar con el formón. Sobre el suelo había una tabla suelta. Estaba apartando con ambas manos los cascotes y la tierra que había en el agujero. En cuestión de minutos, el escondite quedó al descubierto.
Miraron dentro. Se miraron el uno al otro. El agujero, vacío, hablaba por sí solo. Los diamantes habían desaparecido.
9. LA MADRE
La señora Bellbridge miró a su marido. Esperaba que de un momento a otro él estallara en cólera, y se preparó para ello. Pero James permaneció en silencio, con una mirada vacía y estúpida. Torpe como era, se había quedado aturdido. Parecía un perfecto imbécil: mudo, inofensivo, y desvalido.
Ella volvió a poner los cascotes en el agujero, puso la tabla en su sitio, y recogió el formón.
–Vámonos James, no te quedes ahí parado.
Pero era inútil hablarle. Lo cogió por el brazo y se lo llevó al coche que estaba esperando en la puerta.
Cuando el conductor abrió la puerta para ayudarle a entrar, observó que en el asiento delantero había un papel. A veces, la gente, que intenta por todos los medios hacer publicidad, echa anuncios por las ventanillas de los coches.
El conductor lo cogió, y lo hubiera tirado al suelo de no ser porque la señora Bellbridge, al ver el reverso del papel, se lo quitó inmediatamente de la mano.
–No es ningún impreso -dijo-. Está escrito a mano.
Lo examinó de cerca y vio que estaba dirigido a ella.
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