La vida de las abejas
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Sobrecubierta
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Tags: General Interest
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La vida de las abejas
Maurice Maeterlinck
PRÓLOGO
Maurice Mxterlinck, autor de la joya literaria que va a leerse, nació en Gante, Bélgica, en 1864.
Dedicóse, desde muy joven, a la literatura, y especialmente al teatro, en el que ha alcanzado grandes éxitos.
Sus dramas han sido traducidos a varios idiomas, y a una edad en que muchos comienzan apenas a escribir, los teatros de París y de Londres abrían de, par en par las puertas a sus obras.
Su indisputable mérito ha hecho que se le llame el Shakespeare belga.
Mxterlinck vive desde hace muchos años en Francia y «se ha naturalizado parisiense» según la feliz expresión de un escritor francés.
Su Vida de las Abejas es una obra admirable. A pesar de su título poco prometedor, es un libro de alta literatura, cuyo pensamiento filosófico, cuyas apreciaciones morales y sociológicas, cuyas agudas observaciones del pequeño insecto y cuyas comparaciones profundas y geniales entre su destino y el destino humano, están envueltas como por espléndida y regia vestidura, en un estilo lleno de elegancia, nutrido, sintético, en que abundan sorprendentes descripciones, cuadros arrancados a la Naturaleza por una pluma que nada tiene que envidiar al pincel.
Esta obra es la última que haya escrito el notable dramaturgo belga y data del año 1901. Remata dignamente su reputación universal, presentándolo a la vez como pensador, como sabio, como poeta y como escritor de alto vuelo e impecable estilo.
Ninguno de los que lean este pequeño libro dejará de aprender algo en sus brillantes páginas, que al propio tiempo le abrirán ancho campo a la meditación, Y le ofrecerán más de una idea consoladora en estos tiempos taciturnos de desconsuelo y positivismo.
Las obras principales de M. Maurice Mxterlinck, son: Serres Chancles, tres volúmenes de obras dramáticas, Les Disciples a Sais et les fragments de Novalis, Le Trésor des Humbles y Sagesse et Destinée.
Todas estas obras han tenido numerosas ediciones.
El señor Alfredo Ebelot en una de sus últimas correspondencias de París, escribió a La Nación las siguientes apreciaciones sobre La Vida de las Abejas.
«… Es una de las obras más notables, en mi humilde modo de ver, que se hayan publicado este año. Quiero hablar de La vie des abeilles) de Mauricio Mxterlinck, un belga naturalizado parisiense, un poeta en prosa matizado de filósofo y de sabio. Tiempo ha que las abejas han despertado las meditaciones de Poetas y de sabios. Desde Virgilio, para no remontar más allá, hasta Darwin, las costumbres de estos maravillosos insectos han dado margen a observaciones y reflexiones en que rebosan la simpatía y la admiración que indefectiblemente inspiran a quien los estudia. A medida que se las conoció mejor la organización social que han llegado a darse, ha sentado un problema de grande transcendencia. ¿Es mero instinto lo que les ha permitido establecer instituciones y realizar trabajos de tan innegable perfección ó ha de llamarse inteligencia, en el sentido lato que atribuimos los hombres a esta palabra, la fuerza mental» que dirige a las abejas? Decir que es instinto equivale sencillamente a modificar los términos en que se formula el problema, figurándose que con esto se ha dado un paso hacia la solución. Es substituir una palabra a otra, no explicar un hecho. Decir que es inteligencia y que existe, por decirlo así, una sociología de las abejas, sometida a un proceso de evolución y de progreso intelectual y político, como se diz pasa para el cerebro de los humanos y los destinos de la humanidad, esto entraña también un fenómeno cuya explicación nos escapa, y escapará tal vez eternamente a los que vivimos en esta tierra, pero cuyo estudio, aun cuando resultase estéril, importa muchísimo a la comprensión del papel que nos cabe en la creación, al concepto que nos hemos de formar del carácter de la vida y de la distribución de la misma en el Universo, y ofrece de consiguiente un interés trascendental.»
Se necesitaba valor para emprender una historia natural y filosófica de las abejas después de haber sido desarrollado este tema por Huber, con la abundancia y precisión de un naturalista de campanillas que le dedicó veintitantos años de su vida; por Michelet, con la clarividencia apasionada y el estilo mágico del más artista de los historiadores. No hablo de Darwin, cuyo capítulo consagrado a las abejas en el Origen de las especies, forma una de las más preciosas joyas de este libro inmortal.
Mxterlinck ha tenido este valor y le ha salido bien. Su libro no desmerece de los mejores que hayan sido escritos sobre la materia. No desmerece como fondo, pues harto se ve desde las primeras páginas, que no es un aficionado a la apicultura, sino que tiene el fuego sagrado de la observación y de la experimentación. No desmerece como fondo pues hay páginas descriptivas que, por el calor y la vivacidad del colorido, pueden colocarse al lado de las análogas del mismo Michelet. Todo lo relativo al vuelo nupcial de la reina de las abejas es un modelo de exactitud palpitante y luminosa.
El libro, sin embargo, no se asemeja a ningún otro. Posee una originalidad penetrante, un acento personal y moderno. Tanto en la forma como en el fondo, se resiente de la época en que ha sido escrito, época inquieta en que las ideas que se ventilan y los métodos de ejecución de que se valen escritores y artistas plásticos para expresarlas, llevan un sello de ardor febril al propio tiempo que de cansancio descontentadizo, de duda descorazonada al propio tiempo que de fe entusiasta; época turbia en que los antiguos ideales se desvanecen en las almas, y en que los nuevos, lentamente elaborados en medio de la incertidumbre universal, no han llegado a tomar cuerpo y a revestirse de formas definidas.
La conclusión general que se desprende de la obra es que no sabemos nada, y que cuanto más nos esforzaron en explorar a tanteos los misterios que nos rodean, más hondo, más insondable nos parece el abismo de lo que ignoramos. Incapaces de comprender la razón de ser del Universo y la causa ignota de todo cuanto existe, se desarrolla y muere, mejor dicho, se transforma en esta tierra, nos contentamos con palabras huecas para satisfacer nuestro vano deseo de darnos cuenta de las cosas. Estas palabras cambian con las épocas. A la fatalidad antigua sucedió el Dios-Providencia, substituido hoy día en la mente de los pensadores por la ley de evolución, que importa tal vez una ilusión tan incierta como las antojadizas explicaciones anteriores. ¿Qué importa? La nobleza de nuestro destino no estriba en descubrir la verdad, empresa superior a nuestras fuerzas; estriba en el afán con que perseguimos siempre una verdad siempre fugitiva.
Se pregunta: ¿,qué es la inteligencia? Más valdría preguntar:
¿qué es la vida? Cuestión tan insoluble como la otra, pero más correcta del punto de vista de la lógica, pues quién nos dirá si la inteligencia no es un atributo de la vida, y si no son ambas un destello de la mismísima energía inmanente esparcida en la creación? Estudiemos, pues, la vida, no en su principio, que nos está vedado, sino en sus manifestaciones. Este estudio modificará probablemente las nociones que nos figuramos hoy día tener sólidamente demostradas, como se modificaron las nociones sucesivas que parecieron evidentes o indiscutibles a los hombres de antaño. Pues bien, venga lo que venga. Hasta ahora cada explicación que ha surgido del problema del Universo, eliminando la que antes era unánimemente aceptada, ha sido más racional y consoladora que la que venía a reemplazar. Confiemos que lo mismo pasará en lo futuro. Sobre todo, tenemos en el pecho el anhelo de conocer siempre más, de ensanchar la esfera de lo que sabemos. Puede ser que en este anhelo, que es nuestra facultad primordial, esté la llave de nuestros desatinos.
He tratado de dar una pálida idea de la filosofía del libro. Se habrá notado que no es éste un manual ordinario de la Historia Natural, únicamente destinado a darnos a conocer mejor unos bichitos, de por sí sumamente interesantes. El autor sabe pensar y hacer pensar.
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