Al salir de la colmena aspira al mismo tiempo que el ambiente la longanimidad y la condescendencia. Se aparta, ante quien la incomoda, afecta ignorar la existencia dei quien no la siga demasiado de cerca. Diríase que sabe que se halla en un universo perteneciente a todos, en que cada cual tiene derecho a su sitio, en que conviene ser discreto y pacifico. Pero bajo esta indulgencia se oculta apaciblemente un corazón tan seguro de sí mismo que no piensa en ostentarse. La abeja hace un rodeo si alguien la amenaza, pero no huye jamás. Por otra parte, en la colmena no se limita a esta pasiva ignorancia del peligro. Se lanza con inaudita impetuosidad contra todo ser viviente, hormiga, león ú hombro, que se atreve a rozar el arca santa. Llamémoslo, según nuestra disposición de espíritu, cólera, encarnizamiento estúpido, o heroísmo…

Pero nada hay que decir sobre su falta de solidaridad y hasta, de simpatía en la colmena.

¿Debe creerse que haya de estos límite uno imprevisto en toda especie de inteligencia, y que la llamita que emana trabajosamente del cerebro a través de la, difícil combustión de tantas materias inertes, sea siempre tan vacilante que no ilumine bien un punto sino en detrimento de muchos otros? Puede considerarse que la abeja, o la Naturaleza en la abeja, ha organizado de una manera más perfecta que en cualquier otro ser, el trabajo en común, el culto y el amor del porvenir. ¿Pierden de vista por esa razón todo lo demás? Aman delante de ellas, y nosotros amamos sobre todo en torno a nosotros. Quizá baste con amar aquí para no tener amor que gastar allá… Nada es más variable que la dirección de la caridad o de la compasión. A nosotros mismos, en otro tiempo, nos hubiera chocado menos que hoy esa insensibilidad de las abejas, y muchos antiguos no hubieran pensado siquiera en reprochársela. Por otra parte, ¿Podemos sospechar, acaso, todas las sorpresas de un ser que nos observara, como nosotros las observamos?

VII

Quedaría por examinar, para darnos idea más clara de su inteligencia, cómo se comunican entre sí. Manifiesto es que sé, entienden y que una república tan numerosa y cuyos trabajos son tan variados y tan maravillosamente concertados no podría subsistir en el silencio y el aislamiento espiritual de tantos miles de seres. Deben, pues, tener la facultad de expresar sus pensamientos o sus sentimientos, sea por medio de un vocabulario fonético, sea, más probablemente, valiéndose de una especie de lenguaje táctil, o de una intuición magnética, que, quizá responda a sentidos o a propiedades de la materia que nos son totalmente desconocidos, intuición cuyo asiento podría, hallarse en esas misteriosas antenas que palpan y comprenden las tinieblas, y que, según los cálculos de Cheshire, están formadas en las obreras por doce mil pelos táctiles y cinco mil cavidades olfativas. Lo que prueba que no se entienden sólo respecto de sus trabajos habituales, sino que también lo extraordinario tiene nombre y lugar en su lenguaje, es la manera cómo se difunde en la colmena una noticia, favorable, o adversa: la partida o el regreso de la madre, la caída de un panal, la entrada de un enemigo, la intrusión de una reina extraña, la aproximación de, una banda de saqueadoras, el descubrimiento de un tesoro… A cada uno de estos acontecimientos, la actitud y el murmullo de las abejas son diferentes, y tan característicos que el apicultor experimentado adivina fácilmente lo que pasa en la alborotada sombra de la multitud.

Si queréis Una prueba aún más precisa, observad a la abeja que acaba de, encontrar unas gotas de miel derramadas en el antepecho de la ventana o en un rincón de nuestra mesa de trabajo. En un principio se atiborrará tan ávidamente que, con toda tranquilidad y sin temor de distraerla, podréis marcarle el corselete con una manchita de pintura. Pero esa glotonería no es más que, aparente. La, miel no llega al estómago propiamente dicho, al que podría llamares su estómago personal; queda en el depósito, en el primer estómago, que es, si así puede decires, el estómago de la comunidad. Apenas haya llenado este depósito, la abeja se alejará, pero no directa y aturdidamente, como lo haría, una mariposa o una mosca. Por el contrario, la veréis volar unos instantes retrocediendo, con un vaivén atento, en el hueco de la, ventana o alrededor de la mesa, con la cabeza vuelta hacia el interior de, la habitación.

Está reconociendo los lugares y fijando en la memoria la posición exacta del tesoro. En seguida se dirige, a la colmena, vuelca su botín en una de, las celdas del granero, para volver tres o cuatro minutos después a tomar una nueva carga en el antepecho de, la providencial ventana. Cada cinco minutos, y mientras quede, miel, hasta la tarde si es necesario, sin interrumpir-se, sin descansar, seguirá haciendo viajes regu-lares de la ventana a la colmena y de la colme-na a la ventana.

VIII

No quiero adornar la verdad como lo han hecho tantos de los que escribieron sobre las abejas. Las observaciones de este género sólo ofrecen algún interés cuando son completamente sinceras. Aunque hubiera reconocido que las abe-jas son incapaces de darse cuenta de un acontecimiento exterior, hubiera podido encontrar, me parece, frente, a la pequeña decepción experimentada, algún placer en comprobar una vez más que el hombre, después de todo, es el único ser realmente inteligente que habita nuestro globo. Y luego, cuando se llega a cierta, altura de la vida, se experimenta más placer diciendo cosas verdaderas que cosas sorprendentes. Conviene en ésta, como en cualquier otra circunstancia, atenerse a este principio: si la gran verdad desnuda parece por el momento menos grande, menos noble o menos interesante que el adorno imaginario que podría prestársele, la culpa está en nosotros, que todavía no sabemos discernir la relación siempre sorprendente que debe tener con nuestro ser todavía ignorado y con las leyes del Universo, y en este) caso no es la verdad sino nuestra, inteligencia la que necesita verse engrandecida y ennoblecida.

Confesaré, pues, que las abejas marcadas vuelven a menudo solas. Deba creerse que existen en ellas las mismas diferencias de carácter que entre los hombres, que las hay taciturnas y charlatanas. Cierta persona quo presenciaba mis experimentos, sostenía, que muchas, evidentemente por egoísmo o por vanidad, no quieren revelar la fuente de su riqueza o compartir con sus amigas la gloria, de un trabajo que la colmena debe considerar milagroso. He. ahí vicios bien antipáticos, que no exhalan el buen olor leal y franco de la casa, de las mil hermanas.