Sea como sea, sucede, a menudo, también, que la abeja favorecida por la suerte vuelve, a la miel acompañada, por dos o tres colaboradoras. Sé que sir John Lubbock, en el apéndice de su obra Ants, Bees and Wasps, levanta largos y minuciosos cuadros de observaciones, de, los que puede sacarse en consecuencia, que casi nunca sigue otra abeja a la indicadora. Ignoro con qué especie de abejas trabajaba el ilustre naturalista, o si las circunstancias eran especialmente desfavorables. En cuanto a mí, consultando mis propias tablas, hechas con cuidado y después de tomar las precauciones posibles para que las abejas no fueran atraídas directamente por el olor de la miel, veo que, por término medio, cuatro abe-jas entro diez, conducían a otra.
Hasta he dado un día con una extraordinaria abejita italiana, cuyo corselete marqué con una mancha azul. Ya en el segundo viaje llegó con dos hermanas. Aprisioné a éstas sin asustarla. Se fue luego y volvió con tres asociadas a quienes encerró también; así sucesivamente hasta que cayó la tarde, hora en que, contando mis prisioneras, comprobé que había comunicado la noticia, a dieciocho abejas.
En suma, si hacéis los, mismos experimentos, reconoceréis que la comunicación, si no regular, es por lo menos frecuente. Esta, facultad es tan conocida por los cazadores de abejas de Norte América que la explotan cuando se. Trata de descubrir un nido. «Eligen -dice M Josiah Eme-ry (citado por Romanes en la Inteligencia de los animales, t. I. pág. 117)- eligen para, comenzar sus operaciones, un campo o un bosque alejado de toda, colonia de abejas domesticadas. Llegados al terreno buscan algunas abejas que estén trabajando en las flores, las cazan y las encierran en una caja de miel, y luego, cuando se han hartado, las sueltan. Viene luego un momento de espera cuya duración depende de la distancia a que se halla el árbol de las abejas; por fin, y con paciencia, el cazador acaba siempre por ver que sus abejas vuelven escoltadas por varias compañeras. Apodérase de ellas como antes, les ofrece un banquete, y las suelta a cada, una en un punto diferente, cuidando de observar la dirección que toman; el punto a que convergen le indica, aproximadamente la posición del nido.»
IX
Observaréis también en vuestros experimentos que las amigas que parecen obedecer a la consigna de la buena suerte, no vuelan siempre de conserva y que a menudo pasa un intervalo de varios segundos entro una y otra llegada. En cuanto a estas comunicaciones, ¿sería, pues, necesario plantear el problema que sir John Lubbock ha resuelto en cuanto a las de las hormigas?
Las compañeras que acuden al tesoro descubierto por la primer abeja, ¿no hacen más que seguirla o bien pueden ser enviadas por ésta y encontrarlo por sí mismas, siguiendo sus indicaciones y la descripción de los lugares que aquélla les hubiese hecho? Hay en ello, como se comprende, desde el punto de vista de, la extensión y del trabajo de la inteligencia, una diferencia enorme. El sabio inglés, valiéndose de un complicado e ingenioso aparato de puentecillos, pasadizos, fosos llenos de agua y puentes volantes, ha llegado a establecer que, en este caso, las hormigas seguían sencillamente, la pista del insecto indicador. Dichos experimentos eran practicables con las hormigas, pues se las puede obligar a que pasen por donde se quiera, pero para la abeja están abiertos todos los caminos, gracias a sus alas. Sería necesario, pues, imaginar otro medio. He aquí uno que he puesto en práctica, que no me ha dado conclusiones decisivas, pero que mejor organizado y en circunstancias más, favorables, traería, consigo conclusiones más ciertas y satisfactorias.
Mi gabinete de trabajo, en el campo, se encuentra en el primer piso, encima de un piso bajo bastante elevado. Fuera del tiempo en que florecen tilos y castaños, las abejas acostumbran tan poco volar a esa altura, que durante una semana antes de la observación, había dejado sobre mi mesa un panal desoperculado (es decir con las celdas abiertas), sin que una sola hubiera sido atraída por el perfume y acudido a visitarlo.
Tomé entonces, de una colmena con cristales, colocada no lejos de la casa, una abeja italiana.
Llevéla a mi gabinete, la puse sobre el panal y la marqué mientras, comía. Una vez repleta levantó el vuelo, volvió a "a colmena, y habiéndola seguido, vila apresurarse en la superficie de la muchedumbre, hundir la cabeza en una, celdilla vacía, volear la miel y disponerse, a salir de, nuevo. La espié y me apoderé de ella apenas reapareció en el umbral. Repetí veinte, veces seguidas el experimento, tomando sujetos diferentes y suprimiendo siempre la abeja «cebada» para que, las demás no pudieran seguirle, la pista. Para hacer esto con mayor comodidad, había colocado a la puerta de la colmena una caja de vidrio, dividida por medio de una trampa en dos compartimentos. Si la abeja marcada salía sola me limitaba a aprisionarla, como lo había hecho con la primera e iba a aguardar en mi gabinete la llegada de aquellas a quienes hubiera, podido comunicar la noticia. Si salía, acompañada por una o dos abejas, la detenía en el primer compartimento de la caja, separándola de ese modo de sus amigas, y después de marcar éstas con otro color, las dejaba en libertad siguiéndolas con la vista. Es evidente que si se hubiera realizado una comunicación verbal o magnética,, que comprendiese una descripción de los lugares, un método de orientación, etc., yo encontraría en mi gabinete, cierto número de, abejas informadas de ese modo. Debo reconocer que sólo he visto llegar una.
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