Los dos triángulos o prolongaciones de las caras hexagonales que llenan uno de los ángulos entrantes de la cavidad encerrada por los tres rombos, forman juntas un ángulo plano por el lado en que se tocan; cada uno de esos ángulos, que es donde cayo por dentro de la celda sostiene del lado de su convexidad una de las láminas empleadas para hacer el hexágono de otra celda, y la lámina que se apoya sobre ese ángulo, resiste la fuerza que tendería a empujarlos hacia fuera y así resultan consolidados los ángulos. Todas las ventajas que pudieran pedirse con relación a la solidez de cada celda, le son procuradas por»su propia figura y por la manera como están»dispuestas unas con relación a otras.»

XVII

«Los geómetras saben -dice el doctor Reid, – que sólo hay tres especies de figuras que puedan adoptarse para dividir una superficie en pequeños espacios semejantes de forma regular y de igual tamaño sin intersticios. Son éstas el triángulo equilátero, el cuadrado y el hexágono regular que: en lo que concierne, a la construcción de las celdas, lleva ventaja sobre las otras dos figuras, desde el punto de vista de la comodidad y de la resistencia. Ahora bien, las abejas adoptan precisamente la forma hexagonal, como si conocieran sus ventajas.

Del mismo modo, el fondo de las celdas se compone de tres planos que se encuentran en un punto, y ha sido demostrado que ese sistema de construcción permite realizar una economía considerable de trabajo y de materiales. Faltaba aún saber qué ángulo de inclinación de los planos corresponde a la economía mayor, problema, de matemáticas superiores que ha sido resuelto por algunos sabios, entre ellos Maclaurin, cuya solución se hallará en los anales de la Sociedad Real de Londres[7]. Ahora bien, el ángulo determinado así por el cálculo, corresponde al que se mide en el fondo de las celdas. XVIII

No creo, naturalmente, que las abejas se entreguen a estos complicados cálculos, pero no creo tampoco que la casualidad o la sola fuerza de las cosas produzca estos sorprendentes resultados. Para las avispas, por ejemplo, que construyen como las abejas panales hexagonales, el problema era el mismo, y lo han resuelto de un modo mucho menos ingenioso. Sus panales no tienen más que una, capa de celdas, y no poseen el fondo común que sirve a la vez a las dos capas opuestas del panal de las abejas. De ahí menor solidez, más irregularidad y una pérdida de tiempo, de materiales y de espacio, que se puede valuar en la cuarta, parte del esfuerzo y la tercera del espacio. Las Trigonas y las Meliponas, que son verdaderas abejas domésticas, pero de una civilización menos avanzada, no construyen tampoco sus celdas para la cría sino en una sola fila, y apoyan sus panales horizontales y superpuestos, sobre informes y dispendiosas columnas de cera. En cuanto a sus celdas de provisiones, son grandes odres reunidos desordenadamente, y allí donde podrían cortarse, y realizar por consiguiente la economía de subsistencia y de espacio de que aprovechan las abejas, las Meliponas, sin darse cuenta de, esa posible economía, interponen torpemente entre las esferas, celdas de paredes planas. Así, cuando se compara uno de sus nidos con la ciudad matemática de nuestras moscas de miel, crecríase ver un poblachón de cabañas primitivas al lado de una de esas ciudades implacablemente regulares que son el resultado, quizá sin

encanto pero lógico, del genio del hombre que lucha más arduamente que en la antigüedad contra el tiempo, el espacio y la materia.

XIX

La teoría corriente, renovada, por otra parte, de Buffon, sostienen que las abejas no abrigan intención alguna de hacer hexágonos con base piramidal; que lo único que quieren es cavar en la cera alvéolos redondos, pero como sus vecinas y las que trabajan sobre la otra superficie del panal, cavan al mismo tiempo, con las mismas intenciones, los puntos en que se encuentran los alvéolos van creando forzosamente la forma hexagonal. Esse agrega, lo que ocurre con los cristales, con las escamas de ciertos peces, las pompas de jabón, etc.; es también lo que ocurre en el siguiente experimento propuesto por Buffon, «Que se llene -dice-una vasija con guisantes o cualquier grano cilíndrico y que se tape exactamente, después de haberle echado tanta agua cuanta quepa entre los granos; que se haga hervir esa agua, y todos los cilindros se transformarán en columnas de seis caras. Se ve bien clara la razón de esto, que es puramente mecánica: cada grano de figura, ciIíndrica tiende, al hincharse, a ocupar el mayor espacio posible dentro de un espacio dado; se hacen, pues, necesariamente hexagonales por la compresión recíproca. Cada abeja trata de ocupar, también, el mayor espacio posible en un espacio dado; es, pues, del mismo modo necesario, desde que, el cuerpo de las abejas es el ciIíndrico que sus celdas sean hexagonales, por la misma razón de los obstáculos recíprocos.»

XX

He ahí unos obstáculos recíprocos que crean una maravilla, como, por la misma razón, los vicios de los hombres producen una virtud general, que es suficiente para que la especie humana, tan a menudo odiosa en sus individuos, no lo sea en su conjunto. Podría objetarse desde luego, como lo han hecho Broughman, Kirby, Spence, y otros sabios, que, el experimento de las pompas de jabón y de los guisantes no prueba nada, porque en uno y otro caso, el efecto de la presión no produce sino formas muy irregulares y no explica la razón de ser del fondo prismático de las celdas.

Podía contestarse, sobre todo, que hay más de una manera de sacar partido de las ciegas necesidades, que la avispa cartonera, que el abejorro velludo, las Meliponas y las Trigonas de Méjico y del Brasil aunque las circunstancias y el objeto sean semejantes, llegan a resultados muy diferentes y manifiestamente, inferiores. Podría decirse, también, que si las celdas de la abeja obedecen a la ley de los cristales, de la nieve, de las pompas de jabón y de los guisantes hervidos de Buffon, obedecen al propio tiempo, por su simetría, general, por su disposición en dos capas opuestas, por su inclinación calculada, etc., a muchas otras leyes que no se encuentran en la materia.

Podría agregarse que, también, todo el genio del hombre consiste en cómo saca partido de necesidades análogas, y que si esa manera nos parece la mejor posible, es porque no hay juez alguno por arriba de nosotros. Pero bueno es que estos razonamientos se desvanezcan ante los hechos, y para poner de lado una objeción sacada de un experimento, nada vale tanto como otro experimento.

Con el fin de convencerme de, que la arquitectura hexagonal estaba realmente inscripta en el cerebro de la abeja, recorté y quité un día del centro de un panal, en un sitio en que al mismo tiempo había huevecillos y celdas llenas de miel, un disco del tamaño de una moneda de un peso. Cortando luego el disco por el medio del espesor de su circunferencia, en el punto en que se unen las bases piramidales de las celdas, apliqué sobre la base de una de las dos secciones obtenidas así, una redondela de estaño inmensa de la misma dimensión y lo bastante resistente para que las abejas no pudiesen deformarla ni doblarla. En seguida puse la sección con su redondela en el sitio de donde la había sacado. Una de las caras del panal no ofrecía, pues, nada anormal, puesto que el daño quedaba reparado de ese modo, pero en la otra veíase una especie de gran agujero cuyo fondo era: formado por la, redondela de estaño y que ocupaba el lugar de unas treinta celdas. Las abejas se quedaron en un principio desconcertadas, fueron en multitud a examinar y estudiar el abismo inverosímil, y durante varios días se agitaron en torno de él, y deliberaron sin resolver. Pero como yo las alimentaba abundantemente, todas las tardes, llegó un momento en que ya no tuvieron celdas disponibles para almacenar sus provisiones. Es probable que, entonces, los grandes ingenieros, los escultores y las cereras sobresalientes, recibieran la, orden de sacar partido del abismo inútil.

Una pesada guirnalda de cereras lo envolvió para mantener el calor necesario, otras abejas bajaron al agujero y comenzaron fijando sólidamente la redondela de metal por medio de pequeños garfios de cera, regularmente escalonados en sus bordes, y que la unían a las aristas de las celdas circundantes. Emprendieron entonces, ligándolas a dichos garfios, la construcción de tres o cuatro celdas en el semicírculo superior de la redondela. Cada una de esas celdas de transición o de reparación tenía la parte superior más o menos deformada para soldarla al alvéolo contiguo del panal, pero su mitad inferior dibujaba siempre sobre el estaño tres ángulos perfectamente determinados de los que salían ya tres pequeñas líneas rectas que esbozaban regularmente la primera mitad de la siguiente celda.

Al cabo de cuarenta y ocho horas, y aunque sólo pudieran trabajar tres o cuatro abejas al mismo tiempo en la abertura, toda la superficie del estaño quedaba cubierta de esbozos de alvéolos. Dichos alvéolos eran, es verdad, menos regulares que los de un panal común: razón por la cual la reina que los recorrió se negó a poner en ellos cuerdamente, porque de allí sólo hubiera salido una generación atrofiada. Pero todos eran perfectamente: hexagonales; no se encontraba en ellos una sola curva, ni una forma, ni un ángulo redondeado. Sin embargo, todas las condiciones habituales estaban variadas, las celdas no eran excavadas en el mismo trozo de cera, según la observación de Huber, ni en un capuchón de cera, según la de Darwin, circulares primero y luego hexagonales por la presión de sus vecinas.