Además, aunque nada de lo que antecede fuera verdad, siempre lo quedaría, la razón simple y natural para no abandonar todavía su ideal humano. Cuanta mayor fuerza se acuerda a las leyes que parecen proponer el ejemplo del egoísmo, de la injusticia Y de la crueldad, mayor se le da también, al mismo tiempo, a las que aconsejan la generosidad, la piedad, la justicia, porque desde el momento en que comienza a igualar y proporcionar metódicamente las partes que ha atribuido al Universo y a sí mismo, encuentra en estas últimas leyes algo tan profunda mente natural como en las primeras, desde que están inscriptas tan profundamente en él como las otras en todo cuanto le rodea.

VI

Remontémonos a las bodas trágicas de la reina. En el ejemplo que nos ocupa, la Naturaleza quiere, pues, en vista de la fecundación cruzada, que la unión del zángano y la reina abeja, sólo sea posible en pleno cielo. Pero sus deseos se mezclan como los hilos de una red, y sus leyes más caras tienen que, pasar sin tregua a través de las mallas de otras leyes, las que, un instante después, deberán pasar a su vez por entro las mallas de las primeras.

Habiendo poblado ese mismo cielo de innumerables peligros, vientos fríos, corrientes borrascas, vértigos, pájaros, insectos, gotas de agua que obedecen también a leyes invencibles, necesario es que tome sus medidas para que esa unión sea lo más breve posible. Lo es, gracias a la muerte fulminante del macho. Un abrazo basta, y la continuación del himeneo se realiza en el seno mismo de la esposa.

Desde las azuladas alturas baja ésta a la colmena mientras palpitan tras ella, como oriflamas, las desplegadas entrañas del amante. Algunos apidólogos pretenden que ante este regreso lleno de promesas, las obreras manifiestan inmenso júbilo. Büchner, entre otros, pinta detalladamente el cuadro. He espiado muchas veces esos regresos nupciales y confieso que sin comprobar agitación insólita, alguna, fuera de los casos en que se trataba de una joven reina salida de un enjambre y que representaba la única esperanza de la ciudad recientemente fundada, y todavía desierta. Entonces todas las trabajadoras, enajenadas, se precipitan a su encuentro. Pero, por lo común, y aunque el peligro, que corre el porvenir de la nación sea a menudo muy grande, parece como que lo olvidaran. Todo lo habían previsto hasta el instante en que permitieron la matanza de las reinas rivales. Pero, llegadas ahí, su instinto se detiene; en su prudencia aparece una laguna. Se las diría, pues, indiferentes. Alzan la cabeza, reconocen quizá el mortífero testimonio de la fecundación, pero, todavía recelosas, no manifiestan la alegría que, nuestra imaginación aguardaba. Positivas y lentas para la ilusión, esperan probablemente otras pruebas antes de regocijarse. No hay razón para tratar de hacer más lógicos y de humanizar hasta el extremo a esos pequeños seres tan diferentes de nosotros. Con las abejas, como con los demás animales que llevan consigo un reflejo de, nuestra inteligencia, rara vez se arriba a resultados tan precisos como los: que se describen en los libros. Demasiadas circunstancias permanecen desconocidas. ¿Por qué mostrarlas más perfectas de lo que son, diciendo lo que no es? Si algunos consideran que serían más interesantes si fuesen iguales a nosotros, es porque todavía no se forman una idea exacta de lo que debe despertar el interés de un espíritu sincero. El objeto del observador no es asombrar sino comprender, y tan curioso es señalar sencillamente las lagunas de una, inteligencia y todos los indicios de un régimen cerebral que difiere del nuestro, como relatar maravillas.

Sin embargo, la indiferencia no es unánime, y cuando la reina sofocada llega a la tablita de arribo, fórmanse algunos grupos que la acompañan al interior, en que el sol, héroe de todas las fiestas de la colmena, penetra con pasos temerosos y empapa en sombra y azul las paredes de cera y las cortinas de miel. Por otra parte, la recién casada no se turba más que, su pueblo, no hay cabida para numerosas emociones en su estrecho cerebro de reina práctica y cruel. No tiene más que una preocupación: librarse lo más pronto posible de los recuerdos importunos del esposo que dificultan sus movimientos. Se sienta, en el umbral y arranca, con cuidado los órganos inútiles que las obreras van llevando para tirarlos lejos de allí; porque el macho le ha dado cuanto poseía y mucho más de lo necesario. Ella no conserva en su espermateca más que el líquido seminal donde nadan los millones de gérmenes que, hasta el día de, su muerte, bajarán uno por uno al paso de los huevecillos, á. realizar en la sombra de su cuerpo la unión misteriosa del elemento macho y hembra de que nacerán las obreras. Por un curioso cambio, ella, es la que suministra el principio masculino, y el macho el principio femenino. Dos días después del ayuntamiento, la reina pone los primeros huevos, y al punto el pueblo la rodea de minuciosos cuidados. Desde entonces, dotada de doble sexo, encerrando en su ser un inagotable padre, comienza su verdadera vida, no sale ya de la colmena, no vuelve a ver la luz, si no es para acompañar a algún enjambre, y su fecundidad no se detiene sino al acercarse la muerte.

VII

Prodigiosas bodas, las más mágicas que podamos soñar, celestiales y trágicas, arrastradas por el arrebato del deseo más arriba de la vida, fulminantes e imperecederas, únicas y deslumbrantes, solitarias e infinitas. Admirables embriagueces en que la, muerte sobrevenida en lo más límpido y bello que haya en torno de esta esfera: el espacio virginal y sin límite, se fija en la transparencia augusta del tendido cielo el instante de la felicidad, purifica en la luz inmaculada la parte, de bajeza que, tiene siempre el amor, hace inolvidable el beso, y contentándose esta vez con un diezmo indulgente, toma con sus propias manos, en estos instantes maternales, el cuidado de introducir y unir en un solo cuerpo y para un largo porvenir inseparable, dos pequeñas y frágiles vidas.

La verdad recóndito, no tiene esta poesía, tiene otra que somos menos a tos para comprender, pero que quizá acabemos por entender y amar.