Se trata de pasar de la vida egoísta, precaria e incompleta, a la vida fraternal, algo más segura y algo más dichosa. Se trata, de unir idealmente por el espíritu lo que está realmente separado por el cuerpo, de obtener que el individuo se sacrifique a la especie, y de substituir lo que no se ve a las cosas que se ven. ¿Es tan asombroso, entonces, que las abejas no realicen de un solo golpe lo que nosotros, que nos encontramos en el punto privilegiado de donde el instinto irradia por todas partes sobre la conciencia, no hemos puesto en claro todavía? También es curioso, casi conmovedor, ver cómo la nueva idea anda primero a tientas en las tinieblas que envuelven todo cuanto nace sobre esta tierra. Sale de la materia y es todavía completamente material. No es, más que frío, hambre, miedo, transformados en una cosa que, aún no tiene figura alguna. Se arrastra confusamente en torno de los grandes peligros, en torno de las largas noches de la proximidad del invierno, de un sueño equívoco que es casi igual a la muerte.

XI

Como hemos visto va, los Xylócopos son poderosas abejas que taladran su nido en la madera seca. Viven siempre solitarias. Sin embargo, hacia el final del verano suelen hallarse algunos individuos de una especie particular, (Xy1ocopa Cyanescens), agrupados friolentamente, en un tallo de asfodelo, para pasar el invierno en común. Esa tardía fraternidad es excepcional en los Xylócopos, pero la costumbre es ya invariable en sus próximos parientes los Cerátinos. Es la idea que asoma. Pero se detiene al punto, y entre los Xylócopos no ha podido pasar hasta ahora de esa primer línea obscura del amor.

En otros Apianos la idea que se busca asume otras formas. Los Chalicódomos de los cobertizos, que son abejas albañiles, los Dasypodos y los Halictos, que excavan madrigueras, se reúnen en colonias numerosas para construir sus nidos. Pero es una muchedumbre ilusoria, formada de solitarios. No hay entro ellos acuerdo, no hay acción común. Cada uno, profundamente aislado en medio de la multitud, edifica su morada para él solo, sin ocuparse del vecino. Es -dice J. Pérezun simple concurso de individuos reunidos por los mismos gustos y las mismas aptitudes en un mismo lugar, donde se practica en todo su rigor la máxima de. cada cual para sí; un amontonamiento de trabajadores, en fin, que sólo hace recordar al enjambre de una colmena por su número y su ardor. Esas reuniones son, pues, la simple consecuencia, del gran número de individuos que habitan la misma localidad. Pero, entre los Panurgos, primos de los Dasypodos, brota de repente una pequeña chispa de luz que ilumina la aparición de un sentimiento nuevo en la aglomeración fortuita. Se reúnen del mismo modo que las anteriores, y cada una excava por su cuenta, su habitación subterránea; pero la en trada, el pasadizo que conduce de la superficie del suelo a las madrigueras separadas, es común. «Así -dice el mismo J. Pérez – para todo lo que es el trabajo de las celdas, cada cual obra como si se hallara sola; pero todas utilizan la galería de acceso; todas, en esto, aprovechan el trabajo de una sola, ahorrándose de ese modo el tiempo y el esfuerzo de establecer una galería particular.» Sería interesante averiguar si ese mismo trabajo preliminar no se ejecuta en común, y si no se relevan varias hembras para tomar parte sucesivamente en él. Sea corno sea, la idea fraternal acaba de, perforar la pared que separaba dos mundos. Ya no es el invierno, el hambre o el horror de la muerte lo que la arranca al instinto, trastornada e irreconocible: la sugiere la vida activa. Pero esta vez, también, se detiene de pronto, no logra extenderse más en esa dirección. – No importa; no se desanima por eso, ensaya otros caminos.

Y hela aquí penetrando entre los abejorros, donde madura, donde toma cuerpo en una atmósfera diferente, donde opera los primeros milagros decisivos.

XII

Los abejorros, las gordas abejas velludas, sonoras, temibles pero pacíficas, que todos conocemos, son en un principio solitarios. En los primeros días de marzo, la hembra fecundada que ha sobrevivido al invierno, comienza, la construcción de su nido, sea, bajo tierra sea en un matorral, según la especie a que pertenece. Está sola en el mundo, en la primavera que despierta. Y limpia, excava, tapiza el sitio elegido.

Levanta enseguida, celdas de cera bastante informes, las provee de miel y de polen, pone, incuba los huevos, cuida y alimenta, las larvas que nacen, y, pronto se ve rodeada de una muchedumbre de hijas que la ayudan en sus trabajos de dentro y fuera de casa, y algunas de las cuales también comienzan a poner.