Pero, ¿por qué te echarán a ti la culpa de que tu marido se haya marchado?

ZAPATERA. Ellos, ellos son los que la tienen y los que me hacen desgraciada.

NIÑO. (Triste.) No digas, Zapaterita.

ZAPATERA. Yo me miraba en sus ojos. Cuando le veía venir montado en su jaca blanca…

NIÑO. (Interrumpiéndole.) ¡Ja, ja, ja! Me estás engañando. El señor Zapatero no tenía jaca.

ZAPATERA. Niño, sé más respetuoso. Tenía jaca, claro que la tuvo, pero es… es que tú no habías nacido.

NIÑO. (Pasándole la mano por la cara.) ¡Ah! ¡Eso sería!

ZAPATERA. Ya ves tú… cuando lo conocí estaba yo lavando en el arroyo del pueblo. Medio metro de agua y las chinas del fondo se veían reír, reír con el temblorcillo. Él venía con un traje, negro entallado, corbata roja de seda buenísima y cuatro anillos de oro que relumbraban como cuatro soles.

NIÑO. ¡Qué bonito!

ZAPATERA. Me miró y lo miré. Yo me recosté en la hierba. Todavía me parece sentir en la cara aquel aire tan fresquito que venía por los árboles. Él paró su caballo y la cola del caballo era blanca y tan larga que llegaba al agua del arroyo. (La Zapatera está casi llorando. Empieza a oírse un canto lejano.) Me puse tan azarada que se me fueron dos pañuelos preciosos, así de peqúeñitos, en la corriente.

NIÑO. ¡Qué risa!

ZAPATERA. Él, entonces, me dijo… (El canto se oye más cerca. Pausa.) ¡Chisss…!

NIÑO. (Se levanta.) ¡Las coplas!

ZAPATERA. ¡Las coplas! (Pausa. Los dos escuchan.) ¿Tú sabes lo que dicen?

NIÑO. (Con la mano.) Medio, medio.

ZAPATERA. Pues cántalas, que quiero enterarme.

NIÑO. ¿Para qué?

ZAPATERA. Para que yo sepa de una vez lo que dicen.

NIÑO.