Creía que ahora las conocía por primera vez; ahora era cuando realmente le parecían suyas.
Hubo ocasión de hablar sobre el lugar, y sobre los arreglos que, después de tal visión de conjunto, se podrían hacer mejor que cuando se intentaban dando vueltas con impresiones casuales, sobre la misma naturaleza.
—Tenemos que hacérselo ver a mi mujer —dijo Eduard.
—¡No lo hagas! —contestó el capitán, a quien no le gustaba entrecruzar sus convicciones con las de los demás, conocedor, por experiencia, de que los modos de ver de las personas son demasiado variados para que puedan concentrarse en un solo punto, aun con las demostraciones más razonables—. ¡No lo hagas! —exclamó—. Fácilmente se equivocaría. A ella, como a todos los que se ocupan de tales cosas solo por placer, le importa más hacer ella misma algo que ver que se hace. Se va a tientas por la naturaleza; se prefiere tal o cual pequeño lugar, no se atreve uno a quitar de en medio tal o cual estorbo, no se es bastante valiente para sacrificar algo; no se puede uno imaginar por adelantado lo que ha de surgir; se prueba, se acierta, se fracasa, se hacen modificaciones, cambiando quizá lo que había que dejar, y así queda siempre al final una pieza que gusta y seduce, pero que no satisface.
—Confiésame sinceramente —dijo Eduard—: no estás muy satisfecho de sus arreglos.
—Si la ejecución agotase la idea, que es muy buena, no habría nada que objetar. Ha subido a duras penas a través de la roca, y ahora, si permites que te lo diga, atormenta a todo aquel a quien hace subir. Ni uno al lado de otro ni uno detrás de otro se sube con ninguna libertad. A cada momento se rompe el compás del paso; y ¡cuántas cosas más se podrían todavía objetar!
—Entonces, ¿habría sido fácil hacerlo de otro modo? —preguntó Eduard.
—Muy fácil —contestó el capitán—. No tenía más que romper y quitar de en medio la punta de roca, que además no se nota, porque está compuesta de partes pequeñas: así habría conseguido una curva hermosamente proyectada hacia fuera en la subida, y además toda la piedra sobrante, para reforzar con muros los sitios donde el camino hubiera quedado estrecho y removido. Pero sea dicho esto en la más estricta confianza entre nosotros; si no, ella se sentiría desconcertada y dolida. Además, lo que está hecho hay que dejarlo estar. Si se quiere gastar todavía dinero y trabajo habría muchas cosas, y muy gratas, que hacer, desde la cabaña con musgo para arriba, y después sobre la cima.
Si bien de este modo ambos amigos tenían gran ocupación con lo presente, no les faltaban tampoco recuerdos vivos y placenteros de días pasados, en los que Charlotte solía tomar parte con gusto. Y también se propusieron, para cuando estuvieran acabados los trabajos inmediatos, ocuparse de los diarios de viaje para evocar de tal modo el pasado.
Por lo demás, Eduard tenía menos materia para conversar a solas con Charlotte, especialmente desde que le llegó al corazón la censura contra los arreglos que ella había hecho en el parque, censura que le parecía muy justa. Durante mucho tiempo calló lo que le había confiado el capitán; pero al fin, al ver a su mujer ocupada en seguir subiendo otra vez desde la cabaña cubierta de musgo hacia la altura, mediante escaloncitos y senderitos, no pudo contenerse más, sino que, con algunos circunloquios, le dio a conocer sus nuevos puntos de vista.
Charlotte se quedó sorprendida. Era bastante inteligente como para darse rápida cuenta de que aquello era cierto; pero lo realizado estaba en contradicción, y ahora ya se había hecho así; ella lo había dado por bueno, lo había encontrado conforme a todo deseo, y le tenía cariño en todos sus detalles. Se resistió a dejarse convencer, defendiendo su pequeña creación, y atacó a los hombres, que enseguida van a lo grande y a lo ancho y quieren hacer una gran obra de un juego, de un entretenimiento, sin pensar en el coste que acarrea consigo la ampliación de un plan. Se sintió excitada, herida, amargada; ya no podía dejar seguir adelante lo antiguo, ni rechazar del todo lo nuevo; pero, resuelta como era, detuvo enseguida el trabajo y se tomó tiempo para pensar el asunto, dejándolo madurar en su interior.
Perdido entonces también aquel entretenimiento diario, mientras los hombres se ocupaban de sus asuntos cada vez en mejor compañía, cuidando especialmente con esmero los jardincillos e invernaderos, y continuando también al mismo tiempo los acostumbrados ejercicios de equitación, la caza y la compra, el cambio, la preparación y el entrenamiento de caballos, Charlotte se sentía cada día más sola. Se ocupó con más animación de su correspondencia, también en beneficio del capitán; sin embargo, aún le quedaban muchas horas de soledad. Más agradables y entretenidos le resultaban así los informes que recibía del internado.
Una amable carta de la directora, que como de costumbre se extendía con complacencia en los progresos de su hija, llegó acompañada de un breve post-scriptum, junto con una nota escrita por un auxiliar masculino del colegio; damos aquí ambas cosas.
POST-SCRIPTUM DE LA DIRECTORA
«De Ottilie, señora mía, solo tendría realmente que repetir lo contenido en mis informes anteriores. No sabría quejarme de ella, y, sin embargo, no puedo estar contenta. Es tan modesta y agradable con las demás como siempre; pero este modo de quedarse atrás, esta actitud servicial, no me agradan. La señora le ha mandado, hace poco, dinero y diversos objetos. El dinero no lo ha tocado; lo demás sigue estando intacto. Cierto es que conserva sus cosas muy bien y muy limpias, y solo por eso parece cambiarse de trajes. Tampoco puedo alabar su gran sobriedad en comer y beber. En nuestra mesa no hay nada superfluo; pero nada me parece mejor que ver a las niñas saciarse de alimentos sabrosos y sanos. No consigo convencer en ese sentido a Ottilie. Más aún; se busca un pretexto para ir a meterse en cualquier rincón donde las criadas no atiendan mucho, solo con tal de saltarse un plato o el postre. A todo eso se añade que, según acabo de notar hace poco, tiene a veces dolores de cabeza en el lado izquierdo, que, aunque pasajeros, deben de ser penosos y fuertes. Y esto es todo respecto a esta niña, por lo demás tan bonita y amable».
NOTA DEL AUXILIAR
«Nuestra excelente directora me suele hacer leer las cartas en que comunica a los padres y tutores sus observaciones sobre sus alumnas.
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