Peter volvió al castillo de proa con Augustus, y reanudamos nuestras deliberaciones.
Estuvimos de acuerdo en que no podía presentarse ocasión más favorable que aquélla para poner en práctica nuestro plan, pues nadie podía esperar un ataque en aquellos momentos. Como el bergantín estaba tranquilamente al pairo, no había necesidad alguna de maniobrar hasta que volviese el buen tiempo, y entonces, si salíamos triunfantes de nuestro intento, podíamos soltar uno, o acaso dos marineros, para que nos ayudasen a llevar el bergantín a puerto. La mayor dificultad estribaba en la gran desproporción de nuestras fuerzas. No éramos más que tres, y en la cámara había nueve. Además, todas las armas de a bordo estaban en su poder, con la excepción de dos pequeñas pistolas que Peter llevaba escondidas entre la ropa, y de un largo cuchillo de marinero que llevaba siempre al cinto. Además, por ciertos indicios —como, por ejemplo, el de no hallarse en sus sitios acostumbrados ni un hacha ni un espeque— empezamos a temer que el piloto tuviese sus sospechas, al menos respecto a Peter, y que no perdería ocasión para desembarazarse de él. Era, pues, evidente que lo que estábamos decididos a hacer teníamos que hacerlo cuanto antes. Sin embargo, las dificultades estaban demasiado en contra nuestra para permitirnos obrar sin la mayor cautela.
Peter propuso subir él a cubierta y entrar en conversación con el vigía (Allen) y, aprovechando una buena oportunidad, arrojarlo al mar sin lucha y sin hacer ruido; que Augustus y yo subiéramos entonces, y que intentásemos apoderarnos de algunas de las armas que hallásemos en cubierta; y que luego los tres intentaríamos apoderamos de la escalera de la cámara en un ataque repentino, antes de que pudieran ofrecernos resistencia. Yo le puse objeciones al plan, porque no podía creer que el piloto (que era muy ladino en todo lo que no afectase a sus supersticiosos prejuicios) se dejase atrapar tan fácilmente. El mismo hecho de haber un vigía sobre cubierta era prueba más que suficiente de que estaba alerta, pues sólo en barcos de muy rígida disciplina se suele poner vigía sobre cubierta cuando el barco está al pairo de un viento fuerte. Como me dirijo en especial, si no exclusivamente, a las personas que no han navegado nunca, tal vez sea conveniente describir la exacta condición de un barco en semejantes circunstancias. Ponerse al pairo o a la capa, como se dice en el lenguaje marinero, es una medida que se toma para diversos propósitos y que se efectúa de diversas maneras. Cuando reina tiempo moderado, es frecuente hacerlo con el mero propósito de detener el barco, de esperar a otro barco o con cualquier finalidad similar. Si el barco que se pone al pairo lleva todas las velas desplegadas, la maniobra se suele realizar de forma que redondee algunas partes de sus velas, de modo que el viento las tome por avante cuando llegue a estar parado. Pero ahora estamos hablando del pairo con viento huracanado. Se recurre a él cuando el viento sopla de proa y es demasiado violento para navegar a la vela sin peligro de zozobrar, y a veces incluso cuando sopla buen viento, pero la mar está demasiado gruesa para poner el barco ante ella. Si un barco navega viento en popa, con mar muy gruesa, se le pueden causar muchos daños porque embarca agua por la popa, y a veces da violentos cabeceos hacia adelante. En estos casos rara vez se recurre a dicha maniobra, a menos que sea de imperiosa necesidad. Si el barco hace agua, se le deja correr viento en popa por gruesa que este la mar; pues, dejándolo al pairo, se corre el peligro de que se ensanchen las costuras a causa de los fuertes tirones, lo que no ocurre cuando se va huyendo del viento. A menudo, también es necesario que un barco navegue rápidamente, ya cuando las bocanadas son tan extremadamente furiosas que desgarren las velas que se emplean con el fin de hacerlo virar contra el viento, o cuando, por una mala construcción del casco u otras causas, no puede realizarse el objetivo principal.
Durante los huracanes, los barcos se ponen al pairo de modos diferentes, según su construcción peculiar. Algunos se mantienen mejor con el trinquete desplegado, pues me parece que es la vela que más se suele emplear. Los grandes barcos de aparejo de cruzamen cuentan con velas especiales para este propósito, llamadas velas de capa o de temporal. Pero a veces se emplea el foque; otras el foque y el trinquete, o un trinquete de doble rizo, y no pocas veces las velas traseras. Las velas de cofa de trinquete suelen resultar más apropiadas que cualquier otra clase de velas. El Grampus se ponía al pairo generalmente con el trinquete muy rizado.
Cuando un barco se ha de poner al pairo, se le coloca de proa al viento de manera que hinche la vela desplegada tan pronto como ésta se halla colocada en forma diagonal al barco. Una vez hecho esto, la proa se encuentra inclinada unos grados respecto a la dirección del viento, y la amura de barlovento recibe naturalmente el choque de las olas. En estas condiciones un buen barco puede resistir una tempestad muy recia sin embarcar ni una gota de agua y sin que se requiera más atención por parte de la tripulación. El timón se suele amarrar, pero no es absolutamente necesario (excepto a causa del ruido que hace al ir suelto), pues el gobernalle no surte efecto alguno cuando el barco está al pairo. Realmente, es preferible dejarlo suelto que atarlo muy ceñido, pues corre el peligro de que se rompa por los golpes de mar si no se le deja al timón alguna holgura. Mientras la vela resista, un barco bien construido mantendrá su posición y navegará por todo mar, como si estuviera dotado de vida y raciocinio.
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