Fue pasando río abajo con la corriente y al cabo de un rato llegó balanceándose a la orilla, donde el agua estaba tranquila, y pasó tan cerca que podría haberlo tocado alargando la escopeta. Bueno, pues sí que era padre, y encima sereno, por la forma en que dejó los remos.
No perdí el tiempo. Al momento siguiente iba río abajo, en silencio pero rápido, a la sombra de la ribera. Recorrí dos millas y media y después me aparté un cuarto de milla más hacia el centro del río, porque en seguida iba a pasar por el desembarcadero del transbordador y podía verme gente y llamarme. Me puse entre las maderas que bajaban a la deriva y después me tumbé en el fondo de la canoa y dejé que ésta flotara sola. Allí me quedé, descansé bien y me fumé una pipa, contemplando el cielo; no había ni una nube. El cielo parece siempre tan profundo cuando se echa uno de espaldas a la luz de la luna; nunca me había dado cuenta hasta entonces. ¡Y cuántas cosas se oyen de lejos en noches así! Oí a gente que hablaba en el desembarcadero. Y oí lo que decían: cada una de sus palabras. Un hombre comentó que ya llegaban los días largos y también las noches cortas. El otro dijo que ésta no era de las cortas, calculaba, y después se echaron a reír y lo volvieron a decir una vez y otra y se volvieron a reír; después despertaron a otro y se lo dijeron riéndose, pero él no se rió; soltó algo de muy mal humor y lo dejaron en paz. El primero de ellos dijo que seguro que se lo decía a su vieja porque le iba a hacer mucha gracia, pero dijo que aquello no era nada en comparación con las cosas que había dicho en sus tiempos. Oí decir a un hombre que casi eran las tres y esperaba que la luz del día no tardara en llegar más de una semana. Después la conversación se fue alejando cada vez más, y yo ya no podía distinguir las palabras, pero sí el ruido y de vez en cuando también una risa, sólo que ahora todo parecía muy lejos.
Ya había pasado el transbordador. Me levanté y allí estaba la isla de Jackson, unas dos millas y media río abajo, llena de árboles y levantándose en medio del río, grande, oscura y sólida, como un barco de vapor sin ninguna luz. No había ni una señal en la barra de la punta: ahora todo aquello estaba sumergido.
No me llevó mucho tiempo llegar allí. Pasé junto a la punta a gran velocidad, dada la rapidez de la corriente, y después llegué a las aguas calmadas y desembarqué del lado que daba a la orilla de Illinois. Metí la canoa en una hendidura profunda de la ribera que ya había visto antes. Tuve que separar las ramas de los sauces para entrar, y cuando amarré nadie podía verla desde fuera.
Subí y me senté en un tronco en la punta de la isla a contemplar el gran río y el maderamen que pasaba y el pueblo, a tres millas de distancia, donde se veían parpadear tres o cuatro luces. Había una balsa enorme de troncos que flotaba una milla aguas arriba y que iba bajando con un farol encendido en medio. Vi cómo llegaba poco a poco, y cuando estaba casi enfrente de mí oí que un hombre decía: «¡Ohé, remos de popa! ¡virad la proa a estribor!» Lo oí igual de bien que si aquel hombre hubiera estado a mi lado.
Ahora ya se veía algo de gris en el cielo y yo me metí en el bosque y me eché una siesta antes de desayunar.
Capítulo 8
El sol estaba ya tan alto cuando me desperté que pensé que sería después de las ocho. Me quedé tumbado en la hierba a la sombra fresca, pensando en cosas y sintiéndome descansado y muy cómodo y satisfecho. Se veía el sol entre uno o dos agujeros, pero lo que había sobre todo eran grandes árboles por todas partes y en medio de ellos muchas sombras. Había sitios moteados en el suelo donde la luz se filtraba entre las hojas, y los sitios moteados cambiaban un poco, lo cual demostraba que soplaba algo de brisa. Un par de ardillas se sentaron en una rama y me parlotearon en plan muy amistoso.
Me sentía muy perezoso y cómodo: no quería levantarme a hacer el desayuno. Bueno, pues estaba a pun-to de volverme a dormir cuando me pareció que oía un «¡bum!» a lo lejos, río arriba. Me despierto y me apoyo en el codo y escucho; en seguida lo vuelvo a oír. Di un salto y fui a mirar por un hueco entre las hojas, y voy y veo un montón de humo por encima del agua, muy lejos río arriba: aproximadamente frente al transbordador. Y allí estaba el transbordador, lleno de gente, que bajaba flotando. Entonces comprendí lo que pasaba.
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