Había negros que llegaban de fuera y se quedaban con las bocas abiertas contemplándolo, como si fuera una maravilla. Los negros se pasan la vida hablando de brujas en la oscuridad, junto al fuego de la chimenea, pero cuando uno de ellos se ponía a hablar y sugería que él sabía mucho de esas cosas, llegaba Jim y decía: «¡Bueno! zy tú qué sabes de brujas?», y aquel negro estaba acabado y tenía que quedarse callado. Jim siempre llevaba aquella moneda de cinco centavos atada con una cuerda al cuello y decía que era un talismán que le había dado el diablo con sus propias manos diciéndole que podía curar a cualquiera con él y llamar a las brujas cuando quisiera si decía unas palabras, pero nunca contó lo que tenía que decir. Llegaban negros de todos los alrededores y le daban a Jim lo que tenían, sólo por ver aquella moneda de cinco centavos, pero no la querían tocar, porque el diablo la había tenido en sus manos. Jim prácticamente ya no valía para sirviente, porque estaba muy orgulloso de haber visto al diablo y de que las brujas se hubieran montado en él.

Bueno, cuando Tom y yo llegamos al borde del cerro miramos desde allí arriba hacia el pueblo y vimos tres o cuatro luces que parpadeaban, donde quizá había gente enferma, y por encima las estrellas brillaban estupendas, y al lado del pueblo pasaba el río, que medía toda una milla de ancho y que corría grandioso en silencio. Bajamos del cerro y nos reunimos con Joe Harper y Ben Rogers y dos o tres chicos más, que estaban escondidos en las viejas tenerías. Así que desamarramos un bote y bajamos dos millas y media por el río, donde estaba la gran hendidura entre los cerros, y desembarcamos.

Fuimos a una mata de arbustos y Tom hizo que todo el mundo jurase mantener el secreto, y después les enseñó un agujero en el cerro, justo en medio de la parte más espesa de los arbustos. Después, encendimos las velas y entramos a cuatro patas. Recorrimos unas doscientas yardas y después la cueva se abrió. Tom estudió los pasadizos y en seguida se metió debajo de una pared donde no se notaba que había un agujero. Pasamos por un sitio muy estrecho y salimos a una especie de sala, toda húmeda, sudorosa y fría, y allí nos paramos. Entonces va Tom y dice:

–Ahora vamos a fundar una banda de ladrones que se llamará la Banda de Tom Sawyer. Todo el que quiera ingresar tiene que hacer un juramento y escribir su nombre con sangre.

Todos querían. Entonces Tom sacó una hoja de papel en la que había escrito el juramento y lo leyó. Cada uno de los chicos juraba ser fiel a la banda y no contar nunca ninguno de sus secretos, y si alguien le hacía algo a algún chico de la banda, el chico al que se le ordenara matar a esa persona y su familia tenía que hacerlo, y no podía comer ni dormir hasta haberlos matado a todos y marcarles con el cuchillo una cruz en el pecho, que era la señal de la banda. Nadie que no perteneciese a la banda podía utilizar esa señal, y si lo hacía había que denunciarlo, y si volvía a hacerlo, había que matarlo. Y si alguien que pertenecía a la banda contaba los secretos, había que cortarle el cuello y después quemar su cadáver, tirar las cenizas por todas partes y borrar su nombre de la lista con sangre, y nadie de la banda podía volver a mencionar su nombre, sino que quedaba maldito y había que olvidarlo para siempre.

Todo el mundo dijo que era un juramento estupendo y le preguntó a Tom si se lo había sacado de la cabeza. Dijo que sólo una parte, pero que el resto lo había sacado de libros de piratas y de ladrones y que todas las bandas de buen tono tenían un juramento.

Algunos pensaron que estaría bien matar a las familias de los chicos que contaran los secretos. Tom dijo que era una buena idea, así que sacó un lápiz y la escribió. Entonces va Ben Rogers y dice:

–Pero está Huck Finn, que no tiene familia; ¿qué haríamos con él?

–Bueno, ¿no tiene un padre? – preguntó Tom Sawyer.

–Sí, tiene padre, pero últimamente no lo encuentra nadie. Antes estaba siempre borracho con los cerdos en las tenerías, pero hace un año o más que no lo ve nadie. Siguieron hablando del tema, y me iban a dejar fuera de la banda, porque decían que cada chico tenía que tener una familia o alguien a quien matar, porque si no no sería justo para los demás. Bueno, a nadie se le ocurría nada que hacer; todos estaban callados y pensativos. Yo estaba por echarme a llorar, pero en seguida se me ocurrió una salida y les ofrecí a la señorita Watson: podían matarla a ella. Todos dijeron:

–Ah, estupendo. Eso está muy bien. Huck puede ingresar.

Después todos se clavaron un alfiler en un dedo para sacarse sangre para la firma y yo dejé mi señal en el papel.

–Bueno -va y dice Ben Rogers-, ¿a qué se va a dedicar esta banda?

–Nada más que robos y asesinatos -dijo Tom.

–Pero, ¿qué vamos a robar? Casas o ganado, o…

–¡Bah! Robar ganado y esas cosas no es robar de ver dad; ésos son cuatreros -va y dice Tom Sawyer- -. No somos cuatreros. Eso no resulta elegante. Somos salteadores de caminos.