Su rostro tenía una expresión fría y cruel, y en las grises pupilas el sueco vio auténtico instinto asesino.
–¿Dónde está mi esposa? – rugió el hombre-mono-. ¿Dónde está el niño?
Anderssen intentó responder, pero un súbito acceso de tos le dejó sin resuello. Una flecha le atravesaba el pecho de parte a parte y, al toser, la sangre del pulmón traspasado brotó repentinamente por la nariz y por la boca.
Tarzán se mantuvo erguido, a la espera de que pasara el ataque.
Como una estatua de bronce -gélido, duro, despiadado- continuó de pie sobre el indefenso cocinero. Esperaba arrancarle la información que necesitaba… y luego le mataría.
Cesó el acceso de tos y la hemorragia. De nuevo, el herido trató de hablar. Tarzán se agachó e inclinó la cabeza hacia los labios, que se movían débilmente.
–¡Mi esposa y mi hijo! – repitió-. ¿Dónde están?
Anderssen señaló el camino.
–Il ruso…, si los llevó el ruso -pudo murmurar.
–¿Cómo llegaste aquí? – continuó Tarzán-. ¿Por qué no estás con Rokoff?
–Nos alcanzaron -replicó Anderssen, en voz tan baja que el hombre-mono a duras penas logró captar las palabras-. Nos cogieron. Ofrecí risistencia, pero todos mis hombres mi abandonaron y hiuyeron. Dispués caí herido. Rokoff dijo que mi dijasen abandonado aquí para qui mi divorasen las hienas. Fue pior que matarme. Si llivó a su isposa y a su hijo.
–Qué estabas haciendo con ellos? ¿A dónde los pensabas conducir? – preguntó Tarzán. Se acercó más al individuo, llameantes de odio los ojos, casi sin poder contener el ánimo de venganza que le dominaba, y le interrogó, furibundo-: ¿Hiciste algún daño a mi mujer y a mi hijo? ¡Habla en seguida, antes de que acabe contigo! ¡Ponte a bien con Dios! Cuéntamelo todo, por terrible que sea, si no quieres que te destroce a dentelladas y zarpazos. ¡Ya has visto que soy muy capaz de hacerlo!
Una expresión de sorpresa se extendió por el rostro de Anderssen, que le contempló con ojos desorbitados.
–Piro si… -silabeó en tono de susurro-. Piro si no les hice ningún daño. Sólo pritendía ponerles a salvo del ruso. Su isposa fue muy amable conmigo en el Kincaid y yo oía llorar a veces al niño. Yo también tingo isposa y un hijo que viven en Cristiana [1] y no pude soportar más tiempo verlos siparados en poder de Rokoff. Iso fue todo. ¿Le parece que vine hasta aquí y me gané isto para hacerles daño? – acabó, tras una pausa, al tiempo que señalaba la flecha cuya asta le sobresalía del pecho.
En el tono y la expresión del hombre había algo que persuadió a Tarzán de que estaba diciendo la verdad. Pero lo más convincente de todo era la circunstancia de que Anderssen parecía más dolorido que asustado. Sabía que iba a morir, de modo que las amenazas de Tarzán no surtían ningún efecto sobre él. En cambio, saltaba a la vista que deseaba contar la verdad al inglés, antes que engañarle haciéndole creer algo que no era cierto, sólo para que, fiándose de sus palabras y de sus modales, no le guardase rencor.
El hombre-mono se arrodilló instantáneamente al lado del sueco.
–Lo siento -dijo simplemente-. Para mí, cuantos rodeaban a Rokoff, sólo por el hecho de ir con él, tenían que ser canallas. Ahora veo que estaba equivocado. Pero eso ya es historia pasada. Tenemos que dedicarnos a lo que ahora es la cuestión prioritaria, lo que importa por encima de todo es llevarte a un lugar donde estés cómodo y te curen las heridas. Hemos de tenerte de nuevo en pie lo antes posible.
El sueco sonrió, al tiempo que denegaba con la cabeza.
–Siga adilante, en busca de su isposa y de su hijo -repuso-.
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