cit., pp. 167 y ss." >[28]; y Pessoa se refiere precisamente a este libro como a un juego de solitarios.
Una dificultad menor de la traducción del Libro del desasosiego consiste en decidirse por una de las variantes que, en muchas ocasiones, se encuentran en los fragmentos y que han sido escrupulosamente consignadas en la edición original. Cuando he adoptado alguna de las que figuran en nota a pie de página, he indicado, en mis notas a la traducción, cuál es la palabra ―o palabras— del texto a la que ha sustituido la variante por mí adoptada, y he hecho seguir, entre paréntesis, su traducción.
De la misma manera, y teniendo en cuenta lo insólito ―y a veces desconcertante—, tanto en portugués como en español, de determinadas construcciones y expresiones pesoanas, he hecho constar en las notas, tanto mis dudas sobre la interpretación de unos pocos pasajes, como la autenticidad de determinadas particularidades gramaticales, naturalmente heterodoxas. En este sentido, debo y deseo dar públicamente las gracias al poeta e hispanista José Bento y a Teresa Sobral Cunha, una de las editoras del Libro del desasosiego, por haberme resuelto cuantas cuestiones sobre los pasajes dudosos les he planteado ―cosa que han hecho en colaboración—, incluidas las relativas a la literalidad de algunos de ellos, es decir, a la no existencia en la edición original de erratas de imprenta o de lecturas erróneas. Gracias a la desinteresada ayuda de ambos, esta traducción habrá incurrido en menos errores que los que sin ella habría podido contener.
Como el paciente lector habrá observado, he dado a esta traducción el título de Libro del desasosiego de Bernardo Soares ―y no «por Bernardo Soares», como consta en la edición original. Ello se debe a que me parece que dicho título define con toda precisión la materia de la obra y a que se justifica, por otra parte, con el ejemplo del propio Pessoa, quien, en el número 27 de la revista presença, aparecido en 1930, publicó un «Trecho do Livro do Desassossego de Bernardo Soares».
Ángel Crespo
Nota. Agradezco a la Fundação Calouste Gulbenkian, de Lisboa, la ayuda recibida para la realización de este trabajo.
Signos utilizados
/ / Reserva del autor acerca de una palabra o expresión.
( ) Duda del autor en cuanto a la oportunidad de la inclusión de una o más palabras.
(...) Pasaje dejado incompleto por el autor.
[ ] Palabras añadidas por los editores.
[...] Palabra o pasaje ilegible.
Libro del desasosiego
DE BERNARDO SOARES
1
Prefacio
Hay en Lisboa unos pocos restaurantes o casas de comidas en los que, encima de una tienda con hechuras de taberna decente, se alza un entresuelo que tiene el aspecto casero y pesado de un restaurante de ciudad pequeña sin tren. En esos entresuelos poco visitados, excepto los domingos, es frecuente encontrar tipos curiosos, caras sin interés, una serie de apartes en la vida.
El deseo de sosiego y la conveniencia de los precios me han llevado, durante un período de mi vida, a ser parroquiano de uno de esos entresuelos. Sucedía que, cuando tenía que cenar a las siete, casi siempre encontraba a un individuo cuyo aspecto, que al principio no me interesó, empezó a interesarme poco a poco.
Era un hombre que aparentaba unos treinta años, magro, más alto que bajo, encorvado exageradamente cuando estaba sentado, pero menos cuando estaba de pie, vestido con cierto descuido no totalmente descuidado. A la cara pálida y sin facciones interesantes, un aire de sufrimiento no le añadía interés, y era difícil definir qué especie de sufrimiento indicaba aquel aire; parecía indicar varios: privaciones, angustias y ese sufrimiento que nace de la indiferencia de haber sufrido mucho.
Cenaba siempre poco, y terminaba fumando tabaco de hebra. Observaba de manera extraordinaria a las personas que había allí, no de modo sospechoso, sino con un interés especial; pero no las observaba como escrutándolas, sino como si le interesasen y no quisiera fijarse en sus facciones o analizar las manifestaciones de su carácter. Fue este rasgo curioso el que primero hizo que me interesase por él.
Pasé a verle mejor. Me di cuenta de que un aire inteligente animaba de cierto modo incierto sus facciones. Pero el abatimiento, la inercia de la angustia fría, ocultaba tan regularmente su aspecto que era difícil entrever, además de éste, cualquier otro rasgo.
Supe incidentalmente, por un camarero del restaurante, que era un empleado comercial, de una firma de allí cerca.
Un día sucedió algo en la calle, por debajo de las ventanas: una escena de pugilato entre dos individuos. Los que estaban en el entresuelo corrieron hacia las ventanas, y yo también, y también el individuo del que estoy hablando. Cambié con él una frase casual, y me respondió en el mismo tono. Su voz era empañada y trémula, como la de las criaturas que no esperan nada, porque es perfectamente inútil esperar. Pero resultaba, por ventura, absurdo conceder esa importancia a mi compañero vespertino de restaurante.
No sé por qué, empezamos a saludarnos desde aquel día. Un día cualquiera, en el que tal vez nos aproximó la circunstancia absurda de coincidir el que ambos fuésemos a cenar a las nueve y media, empezamos una conversación accidental. A cierta altura, me preguntó si escribía. Respondí que sí. Le hablé de la revista «Orpheu» [29], que había aparecido hacía poco. La elogió, la elogió mucho, y yo me quedé verdaderamente pasmado. Me permití hacerle la observación de que me extrañaba, porque el arte de los que escriben en «Orpheu» [30] suele ser para pocos. Por lo demás, añadió, aquel arte no le había ofrecido verdaderas novedades: y tímidamente observó que, no teniendo dónde ir ni qué hacer, ni amigos a los que visitar, ni interés en leer libros, solía gastar sus noches, en su cuarto alquilado, escribiendo también
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