Era incapaz por naturaleza de soportar que ningún hombre estuviera enamorado de otra mujer que no fuese ella, y simplemente el ver a Stuart y a India Wilkes durante el discurso fue demasiado para su temperamento de predadora. No contenta con Stuart, echó también las redes a Brent, y ello con una habilidad que los dominó a los dos.

Ahora, ambos estaban enamorados de ella. India Wilkes y Letty Munroe, de Lovejoy, a quienes Brent había estado medio cortejando, se encontraban muy lejos de sus mentes. Qué haría el vencido, si Scarlett daba el sí a uno de los dos, era cosa que los gemelos no se preguntaban. Ya se preocuparían de ello cuando llegase la hora. Por el momento, se sentían muy satisfechos de estar otra vez de acuerdo acerca de una muchacha, pues no existía envidia entre ellos. Era una situación que interesaba a los vecinos y disgustaba a su madre, a quien no le era simpática Scarlett.

—Os vais a lucir si esa buena pieza se decide por uno de vosotros —observaba ella—. O tal vez os diga que sí a los dos, y entonces tendríais que trasladaros a Utah, si es que los mormones os admiten, lo cual dudo mucho... Lo que más me molesta es que cualquier día os vais a pegar, celosos el uno del otro, por culpa de esa cínica pécora de ojos verdes, y os vais a matar. Aunque tal vez no fuese una mala idea, después de todo.

Desde el día del discurso, Stuart se había encontrado a disgusto en presencia de India. No era que ésta le reprochase ni le indicara siquiera con miradas o gestos que se había dado cuenta de su brusco cambio de afectos. Era demasiado señora. Pero Stuart se sentía culpable y molesto ante ella. Comprendió que se había hecho querer y sabía que India le quería aún; y sentía, en el fondo del corazón, que no se había portado como un caballero. Ella le seguía gustando muchísimo por su frío dominio sobre sí misma, por su cultura y por todas las auténticas cualidades que poseía. Pero, ¡demonio!, era tan incolora y tan poco interesante, tan monótona en comparación con el luminoso y variado atractivo de Scarlett. Con India siempre sabía uno a qué atenerse, mientras que con Scarlett no se tenía nunca la menor idea. No basta con saber entretener a un hombre, pero ello tiene su encanto.

—Bueno, vamos a casa de Cade Calvert y cenaremos allí. Scarlett dijo que Cathleen había vuelto de Charleston. Tal vez tenga noticias de Fort Sumter que nosotros no conozcamos.

—¿Cathleen? Te apuesto doble contra sencillo a que ni siquiera sabe que el fuerte está en el muelle, y mucho menos que estaba lleno de yanquis hasta que fueron arrojados de allí. Esa no sabe nada más que los bailes a que asiste y los pretendientes que selecciona.

—Bueno, pero es divertido oírla charlar. Y es un sitio donde esconderse hasta que mamá se vaya a la cama.

—¡Qué diablo! Me gusta Cathleen; es entretenida, y me alegrará saber de Caro Rhett y del resto de la gente de Charleston; pero que me condenen si soy capaz de aguantar otra comida sentado al lado de la yanqui de su madrastra.

—No seas demasiado duro con ella, Stuart. Tiene buena intención. —No soy duro con ella. Me inspira muchísima lástima, pero no me gusta la gente que me inspira compasión. Y se agita tanto de un lado para otro procurando hacer las cosas bien y darte la sensación de que estás en tu casa, que siempre se las arregla para decir y hacer precisamente lo peor. ¡Me pone nervioso! Y cree que los del Sur somos unos bárbaros feroces. Siempre se lo está diciendo a mamá. La tienen asustada los del Sur. Siempre que estamos con ella parece muerta de miedo.