(¡Bravo!) ¿Quién ha sido ese que ha gritado: «No»? (Aclamaciones entusiastas.) Se trataba acaso de algún fatuo o de algún desengañado, no llegaría a decir de algún baratero (Bravos ensordecedores.), que, celoso de los elogios, tal vez inmerecidos, que se habían dedicado a sus (las de Mr. Pickwick) investigaciones y aplastado por las críticas amontonadas sobre sus propios y débiles intentos de rivalidad, tomaba ahora este modo vil y calumnioso de...
Mr. Blotton (de Aldgate) se levantó. ¿Aludía a él el honorable pickwickiano? (Voces de «Orden», «Señor presidente», «Sí», «No», «Continuad», «Fuera», etc.)
Mr. Pickwick no estimaba procedente dejarse dominar por el clamoreo. Él había aludido al honorable caballero.
Mr. Blotton, en tal caso, sólo decía que rechazaba la injuriosa y falsa acusación del honorable caballero con profundo desprecio. (Grandes rumores.) El honorable caballero era un embaucador. (Terrible confusión y fuertes voces de «Señor presidente» y «Orden».)
Mr. Snodgrass se levanta. Se coloca de pie en la silla. (Expectación.) Él desea saber si este lamentable incidente entre dos miembros del Club debe tolerarse que continúe. (Siseos.)
El presidente estaba seguro de que el honorable pickwickiano habría de retirar la frase que acababa de pronunciar.
Mr. Blotton, dentro del mayor respeto hacia la Presidencia, estaba seguro de no retirarla.
El Presidente consideraba deber suyo preguntar al honorable caballero si aquella frase que se le había escapado había sido empleada en su acepción corriente.
Mr. Blotton no vaciló en decir que no; que él había empleado aquella palabra en su sentido pickwickiano. (Siseos.) Él no tenía más remedio que declarar que personalmente abrigaba el mayor respeto y la más alta estima por el honorable caballero. Él le había considerado como un embaucador desde un punto de vista puramente pickwickiano. (Siseos.)
Mr. Pickwick se sentía sumamente agradecido por la noble, sencilla y franca explicación de su honorable amigo. Y solicitaba al punto que sus propias observaciones fuesen interpretadas según la construcción pickwickiana. (Rumores.)
Aquí termina la relación, e indudablemente también el debate, después de llegar a un acuerdo tan claro y satisfactorio. No tenemos referencia oficial de los hechos cuya narración hallará el lector en el siguiente capítulo; pero han sido cuidadosamente tomados de cartas y de otras fuentes auténticas tan evidentemente genuinas, que justifican la narración circunstanciada.
2. Primeros días de viaje, primeras aventuras nocturnas y sus consecuencias
Ese puntual cumplidor de todo trabajo, el sol, acababa de levantarse y de alumbrar la mañana del 30 de mayo de 1827 cuando Samuel Pickwick, surgiendo de sus sueños cual otro sol, abría la ventana de su cuarto y contemplaba al mundo que debajo de él se extendía. Goswell Street hallábase a sus pies; Goswell Street tendíase a su derecha, y hasta donde la vista alcanzar podía veíase a la izquierda Goswell Street, y la acera opuesta de Goswell Street mirábase enfrente. «Tales –pensaba Mr. Pickwick— son las limitadas ideas de aquellos filósofos que satisfechos con el examen de las cosas que tienen ante sí no descubren las verdades que más allá se esconden. Así, podía yo contentarme con mirar simplemente Goswell Street sin preocuparme en penetrar las ocultas regiones que a la calle circundan.» Y después de producir Mr. Pickwick esta hermosa reflexión, embutióse en su traje, y sus trajes en el portamantas. Los grandes hombres rara vez se distinguen por la escrupulosidad de su indumento; así, pues, la operación de rasurarse, vestirse y sorber el café pronto estuvo concluida, y una hora después, Mr. Pickwick, con su portamantas en la mano, su anteojo en el bolsillo de su amplio gabán y el libro de notas en el del chaleco, dispuesto a recibir cualquier descubrimiento digno de registrarse, llegaba a la cochera de San Martín el Grande.
—¡Cochero! –exclamó Pickwick.
—Aquí está, sir –articuló un extraño ejemplar de la raza humana, con cazadora de tela de saco y mandil de lo mismo, que con una etiqueta y un número de latón en el cuello parecía catalogado en alguna colección de rarezas.
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