¿eh, sir?
—Estoy rumiando —dijo Mr. Pickwick— la extraña mudanza de las cosas humanas.
—¡Ah!, ya veo... un día se entra en palacio por la puerta, y al siguiente se sale por la ventana. ¿Filósofo, sir?
—Observador de la naturaleza humana, sir —dijo Mr. Pickwick.
—¡Ah, yo también! Muchos lo son cuando tienen poco que hacer y menos que ganar. ¿Poeta, sir?
—Mi amigo Mr. Snodgrass posee una fuerte vena poética —dijo Mr. Pickwick.
—Y yo —contestó el desconocido—. Poema épico... diez mil versos... revolución de julio... compuesto sobre el terreno... Marte de día, Apolo por la noche... cuelgo el hierro y pulso la lira.
—¿Estuvo usted presente en aquella gloriosa escena? —dijo Mr. Snodgrass.
—¡Presente! Ya lo creo; disparé el mosquete; disparaba con intención; me metía en la taberna... lo anotaba... vuelta a pegar... se me ocurría otra idea... a la taberna de nuevo... tinta y pluma... vuelta otra vez... pegar y tajar... hermosos tiempos. ¿Sportsman, sir? —dijo, volviéndose súbitamente a Mr. Winkle.
—Algo —respondió el caballero.
—Hermosa ocupación, sir, hermosa... ¿Perros, sir?
—Ahora, precisamente, no —contestó Mr. Winkle.
—¡Ah! Usted debía tener perros... hermosos animales... sagaces criaturas... Un perro mío, una vez...
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