Pointer... sorprendente instinto... salí de caza un día... nos metimos en un vedado... silbé... parado el perro... silbé otra vez... Ponto... nada, sin moverse... como una piedra... le llamé: Ponto, Ponto; no se movió... petrificado... mirando a un cartel... miré hacia arriba, vi una inscripción... «El guarda tiene orden de matar a todos los perros que encuentre dentro del coto» ... no quería pasar... maravilloso perro... valioso perro aquel... mucho.

—Singular caso —dijo Mr. Pickwick—. ¿Me permite usted que lo anote?

—Desde luego, sir, desde luego... cien anécdotas más del mismo animal... Hermosa muchacha, sir (a Mr. Tracy Tupman, que había dedicado varias miradas antipickwickianas a una joven que pasaba por el camino).

—Mucho —asintió Mr. Tupman.

—Las inglesas no son tan guapas como las españolas... magníficas criaturas... cabellos de azabache... ojos negros... formas adorables... dulces criaturas, preciosas.

—¿Ha estado usted en España, sir? —preguntó Mr.