Su primer matrimonio data de 1892, a éste le sigue una época de desavenencias afectivas que preceden a su divorcio y posterior casamiento con Philoméne Bernt en 1905. En 1903 había ingresado como redactor en la revista de humor y sátira Lieber Augustin, donde publica sus primeros textos, para luego colaborar en Simplicissimus.

Der heisse Soldat (El soldado ardiente, 1903), Orchideen (Orquídeas, 1904) y Das Wachsfiguren kabinett (El museo de cera, 1908), publicados primero en forma separada, son reunidos bajo el titulo común de Des deutschen Spiesser Wunderhorn (El cuerno encantado del pequeño burgués alemán) en 1913, precediendo la aparición de su obra maestra, Der Golem (El Golem, 1915).

Gracias al suceso de esta última, Meyrink puede adquirir una pequeña propiedad cercana al lago de Starnberg, en Baviera, y dedicarse con tranquilidad al estudio de las ciencias ocultas y la parapsicología. Explorando los archivos de su familia descubre que desciende en línea directa de un oficial bávaro de nombre Meyrink. Lo adopta de inmediato y en 1917 pasa a ser su apellido legal por decreto del rey de Baviera. Casi todos sus biógrafos hacen notar un hecho: Meyrink odiaba a su madre a quien reprochaba su nacimiento irregular y el fracaso de su primer matrimonio. Eso explicaría el rol nefasto que juegan las mujeres en sus relatos. Sin embargo, sus inclinaciones homosexuales también podrían justificar su visión del sexo como algo mezquino y sucio.

A partir de 1916 y casi hasta 1932, año de su muerte, se dedica a actividades secretas del más diverso orden (la telepatia, por ejemplo) y no cesa de publicar. Der grüne Gesicht (El rostro verde, 1916), Walpurgisnacht (Noche de Walpurgis, 1917), Derweisse Dominikaner (El dominico blanco, 1921), Der violette Tod (La muerte violeta, 1922), An der Schwelle des Jenseits (En el umbral del más allá, 1923) y Goldmachergeschichten (Cuentos de un alquimista, 1925) son obras en las cuales se mezclan las prácticas esotéricas, la exploración de subconsciente, los fenómenos visibles e invisibles. Todo esto y su gran amistad con Alfréd Kubin (autor de otro clásico, Die Andere Seite), lo inducen a abandonar la religión protestante y abrazar el budismo mahayana. Murió en Starnberg, su pequeña propiedad cercana a Munich, el 4 de diciembre de 1932, un año antes de la llegada del nazismo al poder.

Su obra está estructurada sobre cuatro temas mayores:

—La visión apocalíptica de la Primera Guerra Mundial, que se plasmaría en su novela El rostro verde y en muchos de sus relatos.

—El tema del zombi, el hombre mecanizado, el servidor privado de alma y de voluntad. (El Golem).

—El tema de la historia invisible: detrás de la historia alocada de los hombres existe otra, secreta, que está regulada por ciclos inmutables (La noche de Walpurgis).

—El tema del tiempo trascendental. Meyrink creía que había una especie de concentración del espacio y el tiempo (la duración del pasado, presente y futuro se confunden en una visión simultánea), idea que luego Borges (y antes que él Cyrano) desarrollaría en «El Aleph».

Su obra maestra, El Golem, está inspirada en una variante del relato de la creación según el Génesis. En los principios de nuestra era ciertos rabinos habían elaborado la hipótesis de poder construir, mediante artificios mágicos, un ser dotado de vida e inteligencia. Como la impronta divina había sido la Palabra, creían poder hallar la fórmula fonética adecuada. En el siglo XII una secta judía imaginó 221 combinaciones de signos alfabéticos; con ellos era posible moldear una imagen humana de arcilla roja e infundirle vida. En el Renacimiento la leyenda del Golem cobra un aspecto diferente: destinado a fines domésticos, se transforma en servidor de los hombres. Su única particularidad es su crecimiento desmesurado que lo torna peligroso. Para poder matarlo es necesario borrar la primera letra de la fórmula escrita en su frente (emeth — verdad) y transformarla en muerte (meth). Este mito, en sus más diversas formas, es explotado por los escritores alemanes del siglo XIX: Archim von Arnim, E. T. A. Hoffmann, Hebbel y más tarde por algunos franceses, como Villiers de l'Isle Adam, si bien el tema está muy modificado.

Fledermaüse (Murciélagos, 1916) es su libro de relatos más importante. «Maese Leonhard», un relato que por su extensión es una verdadera «nouvelle», es uno de los más logrados. La fusión de dos historias, una de incesto y crimen —morosa y convincente—, y otra que lleva a Leonhard a la búsqueda de Jacobo de Vitriaco, mítico Gran Maestre de la Orden de los Templarios —mística y obsesiva—, es muy lograda y más tarde serviría de modelo a toda una generación de autores ingleses cultivadores del horror.

En el mismo nivel se ubican «La visita que J. H. Oberheit hace a las tempijuelas», «El cardenal Napellus» y «Los cuatro hermanos lunares», relato que contiene un curioso resumen, por así decirlo, de sus cuatro temas mayores.

«El juego de los grillos», «De como el Dr. Job Paupersum le trajo rosas rojas a su hija» y «Amadeo Knodlseder…» pertenecen, en cambio, al ciclo de obras satificas y apocalípticas, producto de la influencia de la guerra sobre su alma mórbida.

Según Borges, «Meyrink creía que el reino de los muertos entra en el de los vivos y que nuestro mundo visible está, sin cesar, penetrado por el otro invisible». Nosotros agregaríamos que Meyrink, prefigurando a Freud, había descubierto que Tanatos está íntimamente relacionado con Eros.

Jorge A. Sánchez

MAESE LEONHARD

Maese Leonhard está sentado inmóvil en su sillón gótico, y con los ojos bien abiertos, mantiene su mirada absorta clavada hacia adelante.

El reflejo del fuego de leñas que arde de lleno en el pequeño hogar tiembla sobre la tela rústica de su cilicio, pero el resplandor no queda adherido a nada de esa inmovilidad total que lo rodea; se desliza por la larga y blanca barba, por la cara surcada y las manos sarmentosas, que en ese silencio de muerte, parecen como fundidas con el marrón y oro de la madera tallada en que se apoyan.

La mirada de Maese Leonhard permanece fija en la ventana, delante de la cual se alzan los altos túmulos de nieve que circundan la capilla ruinosa y semihundida en la que se halla sentado, pero en su mente puede ver las lisas y desnudas paredes detrás suyo, la cama estrecha y modesta, el crucifijo colgado sobre la puerta carcomida; ve la jarra de agua, el pan casero de harina de hoyuco y el cuchillo con mango de hueso que se apoya a su lado en el estante del rincón.

Oye como afuera las ramas de los árboles se quiebran bajo el peso de la escarcha y ve los carámbanos que brillan en la cortante luz de la luna. Puede ver su propia sombra caer a través de la ventana ojival y bailar sobre la brillante nieve su ronda de espectros con las siluetas de los pinos cada vez que las llamas del hogar estiran sus cabezas para enseguida volverse a agachar; entonces ve como su sombra se encoge hasta asemejarse a la figura de un macho cabrío agazapado sobre un trono de negro y azul, los capiteles del sillón formando cuernos diabólicos sobre orejas puntiagudas.

Una vieja jibosa que viene cojeando desde la carbonera que queda a horas de distancia, más allá de los pantanos situados en la profundidad de la ladera, llega arrastrando trabajosamente a través del bosque un trineo cargado de leña menuda; deslumbrada por la luz repentina, se asusta y no comprende.