Sólo era una lista aburrida de palabras, pero aun así le agradaba mirarlas. Los dejó con un suspiro.
«Resulta evidente que el beneficio es tan pequeño como me dijo. Parece extraño, pues los Beresford pertenecen a una buena familia».
Margaret había encontrado a su madre mientras tanto. La señora Hale tenía uno de sus días cambiadizos, en los que cualquier cosa se convertía en un problema y una dificultad; y la llegada del señor Lennox adoptó esa forma, aunque en el fondo se sentía halagada por el hecho de que hubiera considerado que la visita merecía la pena.
—¡Es muy inoportuno! Hoy comeremos pronto y sólo tomaremos fiambre para que las sirvientas puedan seguir con la plancha. Pero claro, tenemos que invitarle a comer, es el cuñado de Edith y demás. Y tu padre está muy desanimado esta mañana por algo, no sé por qué. He ido al estudio hace un momento y estaba inclinado sobre la mesa con la cara cubierta con las manos. Le dije que creía que el aire de Helstone no le sienta mejor que a mí y levantó la cabeza de repente y me pidió que no volviera a decir una palabra contra Helstone porque no lo soportaba; que si había un lugar que amara en el mundo, era Helstone. Pero estoy segura de que es este aire húmedo y enervante.
Margaret tuvo la sensación de que una nube fina y gélida se había interpuesto entre el sol y ella Había escuchado a su madre pacientemente con la esperanza de que la aliviara un poco desahogarse; pero era hora de que la llevara a saludar al señor Lennox.
—A papá le agrada el señor Lennox; en el banquete de la boda lo pasaron en grande. Creo que se animará con su visita. Y no te preocupes por la comida, querida mamá. El fiambre será un almuerzo estupendo, que es lo que seguramente considerará el señor Lennox una comida a las dos.
—Pero ¿qué haremos con él hasta entonces? Sólo son las diez y media.
—Le pediré que me acompañe a hacer algunos bosquejos. Sé que le gusta y así no tendrás que ocuparte de él, mamá. Pero ahora ven, anda; si no, va a parecerle muy extraño.
La señora Hale se quitó el delantal de seda negra y suavizó el gesto. Parecía una dama bella y distinguida cuando saludó al señor Lennox con la cordialidad debida a alguien que era casi pariente. Él sin duda esperaba que le pidieran que pasara allí el día, y aceptó la invitación tan complacido que la señora Hale deseó poder añadir algo al fiambre. A él todo le agradaba; le encantó la idea de Margaret de salir juntos a dibujar, y por nada del mundo molestaría al señor Hale, pues se verían muy pronto en la comida. Margaret sacó los materiales de dibujo para que él eligiera los que quisiera y, tras escoger debidamente papel y pinceles, se marcharon los dos contentísimos.
—Espere, por favor, paremos un momento aquí —dijo Margaret—. Ésas son las casas que me obsesionaron tanto las dos semanas de lluvia Me reprochaba no haberlas dibujado.
—Antes de que se derrumben y desaparezcan. La verdad es que si hay que dibujarlas, y son muy pintorescas, será mejor no dejarlo para el año que viene. Pero ¿dónde nos sentamos?
—¡Tendría que haber venido directamente del bufete del Temple en vez de haber pasado antes dos meses en las Tierras Altas! Mire ese precioso tronco que han dejado los leñadores justo en el lugar perfecto para la luz. Pondré encima el pañuelo y será un trono del bosque ideal.
—Con los pies en ese charco a modo de escabel regio. Espere, me apartaré y así podrá acercarse más por aquí. ¿Quién vive en esas chozas?
—Las construyeron los colonos ilegales hace cincuenta o sesenta años. Una está deshabitada; los forestales van a derribarla en cuanto se muera el anciano que vive en la otra, ¡pobrecillo! Mire, ahí está. Tengo que ir a hablar con él. Está tan sordo que se enterará usted de todos nuestros secretos.
El anciano tomaba el sol delante de su casa, con la cabeza descubierta y apoyado en el bastón. Relajó el gesto rígido esbozando una sonrisa cuando Margaret se acercó y le dijo algo. El señor Lennox se apresuró a introducir ambas figuras en su esbozo y acabó el paisaje con una referencia subordinada a ambos, como advirtió Margaret cuando llegó el momento de levantarse, desechar agua y borradores y enseñarse el uno al otro los esbozos. Entonces se echó a reír y se ruborizó.
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