¿Qué es eso? ¿Otra vez obstáculos y obstáculos? ¿Qué recuerdas?… Recuerdo una meseta que se alzaba contra la grandeza del cielo como un escudo de la tierra. La vi desde una montaña y me preparé para atravesarla. Comencé a cantar."
Mis labios estaban secos y desobedientes cuando dije: ¿No será posible vivir en otra forma?
No dijo él, sonriendo, interrogante. ¿Pero por qué reza a la tarde en la iglesia? pregunté entonces, mientras se derrumbaba entre nosotros todo cuanto yo había apuntalado entre sueños. ¿Por qué habríamos de hablar de ello? Al anochecer, nadie que viva solo es responsable. Hay muchos temores. Que se desvanezca la corporeidad, que los nombres sean realmente como parecen en el crepúsculo, que no se pueda andar sin bastón, que tal vez fuera conveniente ir a la iglesia y rezar a gritos, para ser mirado y obtener un cuerpo.
Como hablara así y después callara, saqué del bolsillo mi pañuelo rojo y lloré doblado sobre mí mismo.
Se puso de pie, me besó y me dijo: ¿Por qué lloras? Eres alto y eso me gusta; tienes largas manos que casi se conducen según tu voluntad. ¿Por qué no te alegras por ello?
Usa siempre bordes oscuros en las mangas, te lo aconsejo… No… ¿te mimo y sigues llorando? Sin embargo, soportas con bastante cordura la vida.
"Construimos máquinas de guerra en el fondo inútiles, torres, murallas, cortinas de seda y, si tuviéramos tiempo, nos asombraríamos de ello. Y nos mantenemos en suspenso, no caemos, aleteamos a pesar de ser más repelentes que murciélagos. Y ya casi nadie nos puede impedir que en un día hermoso digamos: "Gran Dios, hoy es un hermoso día", pues ya estamos instalados en nuestra tierra y vivimos conformes a ella y a nosotros mismos.
"Porque somos como troncos derribados de la nieve. Parecen apoyarse ligeramente y se debería poder desplazarlos con un empujón. Pero no, no se puede, están fuertemente unidos al suelo. Pero mira, hasta eso es sólo aparente.
Las reflexiones contuvieron mis lágrimas:
Es de noche y nadie podrá echarme en cara mañana lo que pueda decir ahora, porque puede haber sido dicho en sueños.
Luego dije:
Eso es. Pero ¿de qué hablábamos? No podíamos hablar de la iluminación del cielo, ya que estamos en la profundidad de un zaguán.
No…, sin embargo, hubiéramos podido hablar de ello, porque, ¿no somos acaso completamente independientes en nuestra conversación?
No buscamos ni fin ni verdad, sólo diversión y esparcimiento. Pero ano podría contarme de nuevo la historia de la señora del jardín? ¡Qué admirable, qué sabia es esta mujer! Debemos comportarnos según su ejemplo. ¡Cómo me agrada! Y además está bien que me encontrara con usted y lo atrapara. Ha sido para mí un gran placer conversar con usted. He oído algunas cosas que (tal vez deliberadamente) ignoraba.
Me alegro.
Parecía satisfecho. Aunque el contacto con un cuerpo humano siempre me es desagradable, tuve que abrazarlo.
Luego salimos del zaguán y miramos el cielo. Mi amigo acabó de dispersar con el aliento algunas nubes ya deshechas, y se nos ofreció la ininterrumpida extensión de las estrellas. Caminaba penosamente.
HUNDIMIENTO DEL GORDO
Entonces fue atrapado por la velocidad y empujado a lo lejos. El agua del río fue atraída a un precipicio, quiso retroceder, vaciló en, el borde que se desmoronaba, y se derrumbó entre fragmentos y humo.
El gordo no pudo seguir hablando, tuvo que girar y desaparecer en el fragor de la catarata.
Yo, que había asistido a tantos entretenimientos, lo vi todo desde la orilla. ¿Qué pueden hacer nuestros pulmones? grité. Si al respirar apresuradamente, se asfixian en sus propios venenos; si con lentitud, mueren en el aire irrespirable, por culpa de las cosas en rebelión. Pero si tratan de dar con su propio ritmo, entonces es esa búsqueda lo que los mata.
Entretanto, las márgenes del río se separaban desmesuradamente, y sin embargo yo tocaba con la palma de la mano el hierro de un indicador de caminos empequeñecido por la distancia. No lo entendía muy bien. Yo era pequeño, casi más pequeño que de costumbre; un rosal silvestre de flor blanca era más alto que yo. Lo sabía porque poco antes había estado a mi lado. Y sin embargo me había equivocado, ya que si mis brazos eran tan largos como los nubarrones, los aventajaban en rapidez. No sabía por qué querían aplastar mi pobre cabeza.
Esta era minúscula como un huevo de hormiga y estaba un poco deteriorada, además no era perfectamente redonda.
1 comment