¿Que no siempre todo está en orden? Pero claro, ¿cómo podría estarlo? Sucede alguna vez un accidente, la gente se reúne saliendo de las calles laterales, con ese paso urbano que apenas roza el pavimento; todos sienten curiosidad, pero al mismo tiempo temen ser defraudados; respiran con prisa y adelantan sus cabecitas. Pero si llegan a chocar entre sí, hacen profundas reverencias y piden perdón: Lo siento.. ha sido sin querer… hay demasiada gente, disculpe, por favor… qué torpe soy… lo reconozco. Mi nombre es… mi nombre es Jerome Faroche, comerciante en especias en la rue de Cabotin… permítame que lo invite a almorzar mañana… mi señora estará encantada… Así hablan mientras la calle está sumida en gran confusión y el humo de las chimeneas cae sobre las casas. Y hasta sería posible que en algún bulevar animado de un barrio distinguido se detuvieran dos coches, que los criados abrieran gravemente las puertas y ocho perros lobos siberianos, de raza, bajaran bailoteando y se lanzaran a saltos a través de la calzada. Y entonces se diría que son petimetres disfrazados.

El borracho había entrecerrado los ojos cuando callé. se introdujo ambas manos en la boca y empujó la mandíbula hacia abajo. Su ropa estaba manchada; era probable que lo hubieran arrojado de una taberna y aún no lo había advertido.

Seguramente era esa pausa completamente tranquila entre el día y la noche, en que la cabeza, sin que uno se percate, cuelga hacia la nuca y en que todo, sin que uno se dé cuenta, se detiene porque no lo contemplamos y luego desaparece. Con los cuerpos arqueados y quemados, solos, miramos a nuestro alrededor, sin ver nada, y no percibimos la resistencia del aire, sino que nos aferramos íntimamente al recuerdo de que a cierta distancia de nosotros se levantan edificios con techos y chimeneas angulosas, por las que la oscuridad fluye de las casas y pasa necesariamente a través de las buhardillas, antes de llegar a las distintas habitaciones. Y es una suerte que mañana sea un día en que, por más increíble que parezca, todo podrá ser visto de nuevo.

Entonces el borracho levantó las cejas, en forma tal que se vio entre ellas y los ojos un destello y explicó con intermitencias:

Es así…, tengo sueño, me iré a dormir… Tengo un cuñado en la Plaza Wenzel… Iré hacia allá, vivo allá, allá tengo mi cama… vete ahora… No sé cómo se llama ni dónde vive… me parece que lo he olvidado… pero eso no importa, porque ni siquiera sé si tengo cuñado… Ahora me voy… ¿Cree usted que lo encontraré?

Desde luego dije sin vacilar. Pero usted viene de lejos y sus criados casualmente no están con usted. Permítame que lo acompañe.

No contestó y le ofrecí el brazo. d. Prosecución de la conversación entre el gordo y el orante Hacía ya tiempo que trataba de despabilarme. Me frotaba el cuerpo y me decía:

"Es hora de que hables. Si ya estás confundido". ¿Sientes opresión? Espera. Tú conoces estas situaciones. ¡Piénsalo sin prisa! Los que te rodean también esperarán.

"Sucede como en la reunión de la semana pasada. Alguien lee algo en voz alta. Yo mismo he copiado una hoja a petición suya. Cuando veo la letra que aparece a continuación de las hojas escritas por él, me asusto. Es insoportable. La gente se inclina sobre ellas desde los tres lados de la mesa. Aseguro llorando que no es mi letra.

"¿Pero por qué había de parecerse a lo de hoy? Sólo depende de ti que se origine una conversación limitada. Todo está en paz. ¡Haz un esfuerzo, querido!… Ya encontrarás una objeción… Puedes decir:

"Tengo sueño. Me duele la cabeza. Adiós". Conque, ¡rápido, rápido!

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