Su maleta estaba a su lado, apoyada a un costado.

Los coches iban por la plaza de callejón en callejón, los cuerpos de los caballos volaban horizontales como si hubieran sido empujados, pero el movimiento de la cabeza y el cuello mostraban el impulso y el esfuerzo del movimiento.

Alrededor, en los bordes de las aceras de tres calles que confluyen aquí, había muchos desocupados que golpeaban el pavimento con bastoncitos. Entre ellos había unos quioscos en los que unas niñas servían limonadas; pesados relojes de calle sobre finas barras; hombres que llevaban en pecho y espalda grandes cartelones en los que había anunciados entretenimientos con letras multicolores; criados… toda una pequeña sociedad.

Dos coches señoriales que iban a través de la plaza hacia el callejón descendiente retuvieron a algunos señores de esta sociedad, pero detrás del segundo coche ya lo habían intentado con miedo detrás del primero se unieron en un solo grupo a los demás, con los que subieron a la acera en una fila más larga y entraron en las puertas de un café, empujados por las luces de las bombillas que colgaban en la entrada.

Algunos. vagones pasaban cerca, otros estaban lejos, confusamente quietos en las calles.

"Qué encorvada es pensó Raban cuando vio la escena; en realidad nunca se estira y a lo mejor tiene espaldas anchas. Tendré que prestar mucha atención. Y su boca es tan grande y su labio inferior sobresale sin duda por aquí; si, ahora me acuerdo también de eso. ¡Y el vestido!

Naturalmente que yo no entiendo nada de vestidos, pero esas mangas pobremente cosidas son muy feas, parecen un vendaje. Y el sombrero, cuya ala tiene en cada lugar una altura distinta a la cara. Pero los ojos son bonitos, ocres si no me equivoco. Todos dicen que sus ojos son bonitos.

Al pasar un tranvía delante de Raban, muchas personas de su alrededor se abalanzaron hacia la escalera del coche, con unos pocos paraguas abiertos y puntiagudos que sostenían con las manos apretadas contra los hombros. Raban, que tenía la maleta debajo del brazo, bajó de la acera y pisó con fuerza un charco invisible. En el coche había un niño de rodillas sobre un banco y apretaba las puntas de los dedos de ambas manos contra los labios, como si se despidiera de alguien. Algunos pasajeros se apearon y tuvieron que caminar unos pocos pasos a lo largo del coche para salir del tumulto. Entonces una dama subió al primer escalón; la cola de su vestido, que sujetaba con ambas manos, llegaba casi al suelo. Un señor se sujetaba a la barra de latón y con la cabeza erguida le contaba algo a la dama. Todos los que querían subir estaban impacientes. El conductor gritó.

Raban, que ahora se encontraba en el borde del grupo que esperaba, se volvió, pues alguien había gritado su nombre.

Ah, Lenient dijo con lentitud, y le ofreció al que se acercaba el dedo meñique de la mano con la que sujetaba el paraguas.

Así que este es el novio que viaja en pos de la novia.

Pareces muy enamorado dijo Lement, riendo con la boca cerrada.

Sí, tienes que perdonarme que me vaya hoy dijo Raban. Te he escrito al mediodía. Naturalmente que me hubiera gustado mucho ir mañana contigo, pero es sábado y todo estará muy lleno, el viaje es largo.

No importa. Me lo habías prometido, pero cuando se está enamorado… Tendré que viajar solo. Lement tenía un pie en el adoquinado y otro en la acera y apoyaba el cuerpo ora en una pierna, ora en la otra.

Querías coger el eléctrico; en este momento se marcha.

"Ven, vamos andando, te acompaño. Hay tiempo de sobra.

Por favor, ¿no es tarde?

No es ningún milagro que estés asustado, pero de verdad, aún tienes tiempo. Yo no estoy tan asustado, por eso no he encontrado a Gillemann. ¿Gillemann? ¿No se va también a vivir en las afueras?

Sí, él y su mujer quieren irse la próxima semana, por lo que le había prometido encontrarme con él cuando saliera de su despacho. Quería darme algunas indicaciones con respecto a la organización de su casa, por esto tenía que verle. Pero de alguna manera me he retrasado, tenía algunas cosas que hacer. Y justo cuando estaba pensando si debía ir a su casa te vi a ti; primero me sorprendió la maleta y te hablé. Pero ya es demasiado tarde para hacer visitas; es imposible ir a ver a Gillemann.

Naturalmente. Así que voy a tener conocidos fuera. Por cierto, nunca he visto a la señora Gillemann.

Ella es muy guapa. Es rubia y ahora, tras su enfermedad, está algo pálida.