Malhumorado, preguntó la hora a un vecino que se hallaba un poco más adentro en el pasillo. Estaba conversando y todavía inmerso en la charla, dijo: "Pasadas las cuatro", y se volvió.

Raban abrió rápidamente su paraguas y cogió su maleta. Pero cuando iba a salir a la calle una mujer apresurada le cerró el camino y la dejó pasar. Mientras tanto miraba sobre el sombrero de una niña, trenzado con paja roja y una coronita verde en el ala.

Todavía lo recordaba cuando ya estaba en la calle, que subía un poco en la dirección que él debía de seguir. Entonces lo olvidó, pues debía esforzarse; el maletín no resultaba liviano, y tenía el viento completamente en contra que le sacudía el gabán y le hacía doblar las varillas del paraguas.

Respiró profundo; un reloj en la plaza cercana, en una hondonada, dio las cinco menos cuarto; debajo del paraguas veía los cortos y ligeros pasos de personas que venían hacia él; ruedas de carros rechinaban al frenar girando más despacio; los caballos estiraban sus delgadas patas delanteras, osadas como gamos en el monte.

A Raban le pareció entonces que conseguiría soportar los largos y penosos próximos catorce días. No son más que catorce días, es decir, un tiempo limitado, y si bien los disgustos son cada vez mayores, el tiempo durante el cual hay que aguantarlos se reduce. Sin duda alguna su ánimo crece. Todos los que me quieren torturar y que ahora han ocupado el espacio a mi alrededor, serán rechazados paulatinamente por el benévolo transcurso de estos días, sin que tuviera que ayudarlos siquiera en lo más mínimo. Y yo puedo, como resultará natural, permanecer débil y estar callado y dejar que se haga todo conmigo y a pesar de esto todo tiene que salir bien, sólo por los días que van transcurriendo.

"¿Y además no puedo hacerlo como lo hacía de niño en asuntos peligrosos? Ni siquiera una vez necesito ir yo mismo al campo, no es necesario. Envío mi cuerpo vestido. Si se tambalea hacia afuera por la puerta de mi cuarto, el tambaleo no demuestra miedo, sino nulidad.

Tampoco es excitación cuando tropieza en las escaleras, cuando se va gimoteando y llorando come allí su cena. Pues mientras tanto yo estoy tumbado en la cama, tapado con una manta marrón clara, expuesto al aire que circula por la cerrada habitación. Los coches y la gente del callejón transitan titubeantes por un reluciente suelo, pues aún estoy soñando. Los cocheros y los peatones son tímidos y cada paso que quieren avanzar lo solicitan de mí, observándome. Yo les animo; no encuentran ningún obstáculo. Acostado en la cama creo que tengo la figura de un gran escarabajo, de un gusano o de un abejorro."

Se paró delante de una exposición de sombreros de caballeros, colgados de ganchitos observó detrás de un húmedo cristal, y los observó con los labios fruncidos. "Bueno, mi sombrero aguantará para estas vacaciones pensó y siguió andando, y si nadie me puede aguantar por culpa de mi sombrero, tanto mejor.

"Sí, la gran figura de un escarabajo. Me coloco las patitas contra mi panzudo cuerpo. Y cuchicheo un pequeño número de palabras, que son órdenes para mi triste cuerpo encorvado que apenas si está conmigo.

Pronto habrá terminado; se inclina, se va fugazmente y todo lo hará perfectamente mientras yo descanso."

Alcanzo una puerta aislada y abovedada que llevaba de lo alto del pequeño callejón a una pequeña plaza rodeada por muchas tiendas ya iluminadas. En el centro de la plaza, un poco oscurecida por la luz de los costados, había una estatua baja de un hombre sentado y pensativo. La gente se movía como pequeñas placas deslumbrantes delante de la luz y, como los charcos creaban reflejos por doquier, la imagen de la plaza variaba permanentemente.

Raban se adentró bastante en la plaza, esquivó temblando los coches que pasaban; saltaba de piedra seca en piedra seca y mantenía el paraguas abierto en la mano levantada para ver todo alrededor de él.

Hasta que se detuvo al lado de un farol la parada del tranvía eléctrico que estaba situada en una cuadrada plataforma empedrada.

"Me espera en el campo. ¿Qué estará pensando? No le he escrito en toda la semana, desde que está allí. Sólo hoy por la mañana. Al final imaginarán mi apariencia de otra forma. A lo mejor creen que me precipito sobre la gente, y esa no es mi costumbre; o que abrazo cuando llego, y tampoco hago eso. Les haré enfadar al intentar apaciguarles."

Un coche pasó muy de prisa; detrás de sus dos faroles ardiendo había dos damas en los oscuros y pequeños asientos de piel. Una estaba recostaba y tenía la cara cubierta por el velo y la sombra del sombrero.

Pero el tronco de la otra estaba erguido; su sombrero era pequeño, delimitado con finas plumas. Todos podían verla. Se mordía ligeramente el labio inferior.

Nada más pasar el coche por delante de Raban, un poste interrumpió la visión del caballo, entonces un cochero cualquiera que llevaba un gran sombrero de copa sobre un pescante extraordinariamente alto se interpuso ante las damas el vehículo ya se había desplazado y entonces el coche dobló la esquina de una pequeña casa, que ahora resaltaba más, y desapareció de la vista.

Raban siguió con la mirada con la cabeza inclinada, apoyó el mango del paraguas en el hombro para ver mejor. El pulgar de la mano derecha se lo había metido en la boca y frotaba los dientes contra él.