Y aunque libres los tratan como a perros:

¡los insultan! Y sienten cómo les duele ahí,

algo. ¡No pasa nada! Pero es triste; y al verse

rota el alma, y al verse por siempre condenados,

están aquí, ahora, ¡gritándote a la cara!

¡Crápula!

También hay, dentro, chicas, sin honra

porque (vos lo sabéis, que la mujer es débil)

Señores de la corte (y que siempre consiente)[76]

les habéis escupido en el alma, por nada.

Ahora están ahí, las que amasteis.

––La crápula.

..................................................................................................................................

 

¡Todos los Desgraciados, cuyas espaldas arden

bajó un sol inclemente, avanzando, avanzando,

sintiendo que el trabajo les revienta la frente;

––descubríos, burgueses––, éstos sí son los Hombres!

¡Somos Obreros, Sire, Obreros, preparados

para la nueva era que pretende saber:

el Hombre forjará del alba hasta la noche,

cazador de los grandes efectos y sus causas,

tranquilo vencedor domeñará las cosas

hasta montar al Todo cual si fuera un corcel!

¡Espléndido fulgor de las fraguas! ¡No existe

ya el mal! Lo que ignoramos, tal vez sea terrible:

¡lo sabremos! Empuñando el martillo, cribemos

todo cuanto aprendimos: luego, Hermano, ¡adelante![77].

A veces tengo un sueño enorme y conmovido:

vivo con sencillez, ardientemente[78], nada

malo sale de mí, bajo la amplia sonrisa

de una mujer que amo, con noble amor trabajo;

¡y así trabajaríamos, ufanos, todo el día,

escuchando el deber cual clarín clamoroso!

¡Qué felices seríamos! Y nadie, nadie digo,

vendría a doblegarnos; no, sobre todo, ¡nadie![79].

Tengo el fusil colgado sobre la chimenea...

.....................................................................

 

«El aire está preñado de un aroma de guerra.

¿Pero qué te decía? ¡Ah! Que soy chusma; vale.

Y quedan todavía soplones y logreros.

Nosotros somos libres y sufrimos visiones

donde nos vemos grandes; ¡grandes! Ahora mismo,

¿no hablaba del deber tranquilo, de una casa...?

¡Contempla, pues, el cielo! ––Lo encontramos pequeño:

¡palmarla[80] de rodillas y con tanto calor!

¡Contempla, pues, el cielo! ––Yo me voy con mi gente,

con esta chusma enorme y horrísona que arrastra,

tus cañones decrépitos por el sucio empedrado.

––Cuando nos maten, Sire, los habremos lavado.

––Y si al vemos gritar, si ante nuestra venganza,

las patas de los reyes viejos y pavonados

lanzan sus regimientos, de gala, contra Francia,

allí estaréis vosotros.

¡Pues, a la mierda, perros!»

 

................................................................................................................................

 

––Volvió a echar su martillo al hombro.

El gentío

junto a este gigante se sentía embriagado,

y, por el patio inmenso, por los apartamentos,

donde París jadeante ululaba feroz,

un temblor sacudió la muchedumbre inmensa.

Entonces, con su mano, coronada de mugre[81],

aunque el panzudo rey sudaba, el Herrero,

terrible, el gorro rojo, a la cara le arroja.

 

 

5

 

SOL Y CARNE

 

I

 

El sol, hogar de vida radiante de ternura,

vierte su ardiente amor sobre el mundo extasiado;

y cuando nos tumbamos en el valle, sentimos

que la tierra es doncella rebosante de sangre;

que su inmenso regazo, henchido por un alma,

es de amor, como Dios, de carne, como una hembra

y que encierra, preñada de savias y de luces,

el hervidero inmenso de todos los embriones[82].

 

Todo crece, pujante.

¡Oh Venus, oh diosa!

Añoro aquellos días, cuando el mundo era joven,

con sátiros lascivos, con silváticos faunos[83],

con dioses que mordían, en amor, la enramada,

besando entre ninfeas a la Ninfa dorada.

Añoro aquellos días, cuando la savia cósmica,

el agua de los ríos y la sangre rosada

de los árboles verdes, en las venas de Pan

encerraba tremante un mundo, y que la tierra,

bajo su pie de cabra, lozana palpitaba;

cuando, al besar, suave, su labio la siringa,

tocaba bajo el cielo el gran himno de amor;

cuando en medio del campo, oía, en tomo a él,

la respuesta, a su voz, de la Naturaleza;

cuando el árbol callado que acuna el son del ave,

y la tierra que acuna al hombre, y el Océano

azul, inmensamente, y todo lo creado,

animales y plantas, amaba, amaba en Dios.

 

Añoro aquellos días de Cibeles, la grande,

que recorría, cuentan, enormemente[84] bella,

en su carro de bronce, ciudades deslumbrantes:

sus senos derramaban, gemelos, por doquier

el arroyo purísimo de la vida infinita;

y el hombre succionaba, dichoso, la ubre santa,

como un niño pequeño que juega en su regazo.

––Y el Hombre, por ser fuerte, era casto y afable.

 

Por desgracia, ahora dice: ya sé todas las cosas;

y va, avanzando a ciegas, sin oír, sin mirar.

––¡Así pues, ya no hay dioses! ¡Ya sólo el Hombre es Rey,

sólo él Dios! ¡Pero Amor es la única Fe ... ![85]

¡Si el hombre aún bebiera de tus ubres, Cibeles,

gran madre de los dioses y de todos los hombres,

si no hubiera olvidado la inmortal Astarté[86],

que antaño, al emerger en el fulgor inmenso

del mar, cáliz de carne que la ola perfuma,

mostró su ombligo rosa, donde la espuma nieva,

e hizo cantar, Diosa de ojos negros triunfales,

el roncal en el bosque y en el pecho el amor!

II

 

¡Creo en ti, creo en ti! Divinidad materna,

¡Afrodita marina! ––Pues, el camino es áspero

desde que el otro Dios nos unció a su cruz[87];

¡Came, Flor, Mármol, Venus[88], es en ti en quien creo!

––El Hombre es triste y feo, triste bajo los cielos;

y ahora anda vestido, ahora que no es casto,

pues ensució su busto orgulloso de dios

y se ha ido encogiendo, cual ídolo en la hoguera,

al dar su cuerpo olímpico a sucias servidumbres;

incluso, tras la muerte, quiere vivir, burlando

con pálido esqueleto su belleza primera.

––Y el ídolo al que diste tanta virginidad,

alzando a lo divino nuestra arcilla, la Hembra,

con vistas a que el Hombre alumbrara su alma,

subiendo lentamente, en un amor inmenso,

de la cárcel terrestre al día, en su belleza,

la Hembra, ¡ya ni sabe ser simple cortesana![89].

––¡Qué broma tan pesada! ¡y el mundo ríe estúpido

al oírte nombrar, dulce, sacra y gran Venus!

 

III

 

¡Si el tiempo retomara, el tiempo que ya fue...!

––¡El Hombre está acabado, se acabó su teatro!

Y un día, a plena luz, harto de romper ídolos,

libre renacerá, libre de tantos dioses,

buceando en los cielos, pues pertenece al cielo[90].

¡El Ideal, eterno pensamiento invencible,

ese dios que se agita en la camal arcilla,

subirá, subirá, y arderá en su cabeza!

Y, cuando lo sorprendas mirando el horizonte,

libre de viejos yugos que desprecia sin miedos,

vendrás a concederle la santa Redención[91]

––Espléndida, radiante, del seno de los mares

nacerás, derramando por el vasto Universo

el Amor infinito en su infinita risa:

el Mundo vibrará como una lira inmensa

en el temblor sin límites de un beso repetido.

 

––El Mundo está sediento de Amor: aplácalo.

................................................................................................................................

 

[¡Libre, el hombre levanta, altiva, su cabeza!

¡Y, raudo, el rayo prístino de la primer belleza

da vida al dios que late en el altar de carne!

Dichoso en su presente, pálido en su recuerdo,

el hombre quiere ahondar, ––y saber. ¡La Razón,

tanto tiempo oprimida en sus maquinaciones,

salta de su cerebro! ––¡Ella sabrá el Porqué!...

¡Que brinque libre y ágil: y el Hombre tendrá Fe!

¿Por qué es mudo el azur[92] e insondable el espacio?

¿Por qué los astros de oro que hierven como arena?

Si subiéramos más y más, allá arriba ¿qué habría?

¿Existe algún Pastor de este inmenso ganado

de mundos trashumantes por el horrible espacio?

Y estos mundos que el éter abraza inmensamente

¿vibran, acaso, al son de una llamada eterna?

––¿El Hombre puede ver? ¿y decir: creo, creo?

¿La voz del pensamiento va más allá del sueño?

Si en el nacer es raudo, si su vida es tan corta

¿de dónde viene el Hombre? ¿se abisma en el Océano

profundo de los gérmenes, los Fetos, los Embriones,

en el Crisol sin fondo del que la Madre cósmica

lo resucitará, criatura que vive,

para amar en la rosa y crecer en los trigos?...[93].

 

¡No podemos saberlo! ––¡Estamos agobiados

por un oscuro manto de ignorancia y quimeras!

¡Farsas de hombre, caídos de las vulvas maternas,

nuestra razón, tan pálida, nos vela el infinito!

¡Si queremos mirar, la Duda nos castiga!

La duda, triste pájaro, nos hiere con sus alas!...

––¡Y en una huida eterna huyen los horizontes![94].

.....................................................................

 

¡Ancho se entreabre el cielo! ¡Los misterios han muerto

ante el Hombre, de pie, que se cruza de brazos,

fuerte, en el esplendor de la naturaleza!

Si canta... el bosque canta, y el río rumorea

un cántico radiante que brota hacia la luz!...

––¡Llegó la Redención! ¡Amor, amor, Amor!...][95].

.....................................................................

IV

 

¡Oh esplendor de la came! ¡Ideal esplendor!

¡Renadío de amores, amanecer triunfal,

cuando, a sus pies tendidos los Dioses y los Héroes[96],

Calipigia la blanca[97] y el Eros diminuto

rozarán, coronados por la nieve de rosas,

la mujer y la flor que adorna su pisada!

––Grandiosa Ariadna[98], que derramas tu llanto

por las playas, al ver huir en lejanía,

blanca en la luz solar, la vela de Teseo...

oh dulce virgen niña que una noche ha tronchado,

¡calla!... En su carro de oro orlado de uvas negras,

por los campos de Frigia, Lisios pasa; lo llevan,

panteras de piel roja y tigres lujuriosos

y dora,. al recorrer ríos de aguas azules,

el verdor de los musgos en la orilla enfoscada.

Zeus, Toro, en su nuca, acuna como a niña

Europa[99] desnuda que enlaza con su blanco

brazo el cuello nervioso del Dios estremecido

que la mira, despacio, de soslayo, en el agua.

Y dejando que, pálida, su cara en flor resbale

por la frente de Zeus, muere y cierra los ojos

en el beso del Dios; y el agua que murmulla

con su espuma dorada florece sus cabellos.

––Entre la adelfa rosa y el loto charlatán

se desliza, en amor, el gran Cisne que sueña[100]

y su ala blanca abraza la blancura de Leda[101];

Y, mientras, Cipris[102] pasa, enormemente hermosa,

cimbreando la curva rotunda de su grupa,

desplegando orgullosa el oro de sus pechos

y su vientre nevoso que un negro musgo orla;

––Heracles[103], Domador, que en su gloria se cubre

el cuerpo fuerte y vasto con la piel de un león,

a lo lejos avanza, con frente dulce y fiera.

 

Rozada por la luna de estío, levemente,

de pie, desnuda, sueña en su palor[104] dorado

que tiñe la ola densa de un pelo azul y largo,

en el calvero oscuro donde el musgo se estrella,

la Driade[105] que mira el cielo silencioso...

––Y la blanca Selene[106] deja flotar su velo,

temerosa, a los pies del hermoso Endimión,

y su beso resbala por un pálido rayo...

––La Fuente llora, sola, con prolongado éxtasis...

Es la ninfa que sueña, apoyada en el ánfora,

en el bello doncel blanco, en sus aguas preso.

––Una brisa de amor transita por la noche,

y en el bosque sagrado, en sus horribles frondas,

de pie, majestuosos, los Mármoles[107] oscuros,

los Dioses coronados por nidos de Pinzón,

escuchan a los Hombres y a todo el Universo.

Mayo del 70

 

6

 

OFELIA[108]

 

I

 

En las aguas profundas que acunan las estrellas,

blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lilio,

flota tan lentamente, recostada en sus velos...

cuando tocan a muerte[109] en el bosque lejano.

 

Hace ya miles de años que la pálida Ofelia

pasa, fantasma blanco por el gran río negro;

más de mil años ya que su suave locura

murmura su tonada en el aire nocturno.

 

El viento, cual corola, sus senos acaricia

y despliega, acunado, su velamen azul;

los sauces temblorosos lloran contra sus hombros

y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.

 

Los rizados nenúfares[110] suspiran a su lado,

mientra ella despierta, en el dormido aliso,

un nido del que surge un mínimo temblor...

y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.

II

 

¡Oh tristísima Ofelia, bella como la nieve,

muerta cuando eras niña, llevada por el río!

Y es que los fríos vientos que caen de Noruega

te habían susurrado la adusta libertad.

 

Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena,

en tu mente traspuesta metió voces extrañas;

y es que tu corazón escuchaba el lamento

de la Naturaleza ––son de árboles y noches.

 

Y es que la voz del mar, como inmenso jadeo

rompió tu corazón manso y tierno de niña;

y es que un día de abril, un bello infante[111] pálido,

un loco miserioso, a tus pies se sentó.

 

Cielo, Amor, Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca![112].

Te fundías en él como nieve en el fuego;

tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra.

––Y el terrible Infinito espantó tu ojo azul[113].

III

 

Y el poeta nos dice que en la noche estrellada

vienes a recoger las flores que cortaste[114],

y que ha visto en el agua, recostada en sus velos,

a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis[115].

 

7

 

EL BAILE DE LOS AHORCADOS[116]

 

En la horca negra bailan, amable manco,

bailan los paladines,

los descarnados danzarines del diablo;

danzan que danzan sin fin

los esqueletos de Saladín[117].

 

¡Monseñor Belzebú[118] tira de la corbata

de sus títeres negros, que al cielo gesticulan,

y al darles en la frente un buen zapatillazo

les obliga a bailar ritmos de Villancico!

 

Sorprendidos, los títeres, juntan sus brazos gráciles:

como un órgano negro, los pechos horadados[119],

que antaño damiselas gentiles abrazaban,

se rozan y entrechocan, en espantoso amor.

 

¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza[120],

trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio,

¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla!

¡Furioso, Belzebú rasga sus violines!

 

¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!

Todos se han despojado de su sayo de piel:

lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.

En sus cráneos, la nieve ha puesto un blanco gorro.

 

El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas;

cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla:

parecen, cuando giran en sombrías refriegas,

rígidos paladines, con bardas de cartón.

 

¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos!

¡y la horca negra muge cual órgano de hierro!

y responden los lobos desde bosques morados:

rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno...

 

¡Zarandéame a estos fúnebres capitanes

que desgranan, ladinos, con largos dedos rotos,

un rosario de amor por sus pálidas vértebras:[121]

¡difuntos, que no estamos aquí en un monesterio![122].

 

Y de pronto, en el centro de esta danza macabra

brinca hacia el cielo rojo, loco, un gran esqueleto,

llevado por el ímpetu, cual corcel se encabrita

y, al sentir en el cuello la cuerda tiesa aún,

 

crispa sus cortos dedos contra un fémur que cruje

con gritos que recuerdan atroces carcajadas,

y, como un saltimbanqui se agita en su caseta,

vuelve a iniciar su baile al son de la osamenta.

 

En la horca negra bailan, amable manco,

bailan los paladines,

los descarnados danzarines del diablo;

danzan que danzan sin fin

los esqueletos de Saladín.

 

8

 

EL CASTIGO DE TARTUFO

 

Atizando, cual fuego, un corazón amante

so capa casta y negra[123], feliz, mano enguantada,

un día que se iba, atroz, manso, amarillo[124],

babeando su fe por su boca sin dientes,

 

un día que se iba, «Oremus», un Diantre[125]

lo agarró bruscamente de su oreja beata,

largándole espantosas palabras, y arrancándole

la casta y negra capa a su piel lienta y cálida.

 

¡Castigo!... Sus ropajes están desabrochados,

y su largo rosario de pecados remisos

desfilan por su pecho; ¡San Tartufo está pálido!...

 

¡Se confesaba, al fin, rezaba entre estertores!

Y el hombre sólo pudo llevarse sus chorreras ...[126]

––Tartufo está desnudo del todo, ¡puag, qué asco!

 

9

 

VENUS ANADIOMENA[127]

 

Como de un ataúd verde, en hoja de lata,

con pelo engominado, moreno, y con carencias

muy mal disimuladas, de una añosa bañera

emerge, lento y burdo, un rostro de mujer.

 

El cuello sigue luego, craso y gris, y los hombros

huesudos, una espalda que duda en su salida

y, después, los riñones quieren alzar el vuelo:

bajo la piel, el sebo, a capas, como hojaldre.

 

El espinazo, rojo, y el conjunto presentan

un regusto espantoso, y se observa ante todo

detalles que es preciso analizar con lupa.

 

El lomo luce dos palabras: CLARA VENUS[128].

Un cuerpo que se agita y ofrece su montura

hermosa, con su úlcera, tenebrosa, en el ano[129].

 

10

 

LAS RESPUESTAS DE NINA[130]


.....................................................................

 

Él.–– Regazo contra regazo,

¿y si nos fuéramos,

por la luz fresca y radiante,

y el pecho lleno

de un alba azul que nos baña

de vino y sol?

Cuando el bosque sangra, trémulo,

mudo de amor:

verdes gotas, por las ramas,

retoños claros,

en cuanto se abren, las vemos,

carne temblando.

Hundirás, blanca, en la alfalfa,

tu bata de hilo

que tiñe en rosa la ojera

de tu ojo endrino[131]

Amante del campo, siembras

tu risa loca

como espuma de champaña,

si te desbocas.

Risa en mí, ebrio salvaje,

¡quien te cogiera

de pronto: te bebería

la hermosa trenza!

Sabor de fresa y frambuesa

¡Carne de flor![132]

Risa en el viento que besa

como un ladrón.

Risa en el rosal silvestre[133]

que amante incordia:

¡Y, risa, risa en tu amante,

cabeza loca!

[¡Dichosa!: ¡Diecisiete años!

¡Los grandes prados,

la campiña enamorada!

¡Vente, a mi lado!...][134].

––Tu pecho contra mi pecho,

juntos, cantando,

despacito hacia el bosque,

¡luego al barranco...!

Y, luego, muerta chiquita,

si te desmayas,

en brazos, me pedirías

que te llevara...

Iríamos, temblorosos,

por el atajo;

mientras cantara el pájaro:

Del avellano...[135]

Boca a boca te hablaría

mientras aprieto

tu cuerpo, como el de un niño,

de sangre ebrio:

sangre azul, por tu carne

blanca y rosada;

hablándote, como tú hablas...

bien a las claras.

El bosque olería a savia

verde y bermejo,

y el sol sembraría de oro

fino su sueño.

.....................................................................

¿Cogeremos, por la tarde[136],

la senda blanca,

sin rumbo, como el rebaño

que en tomo pasta...?

Hierba azul[137], corvos manzanos

de los vergeles

¡cómo su fuerte perfume

de lejos, huele!

Llegaremos, casi a oscuras,

hasta la aldea,

cuando el olor de la leche

la noche impregna;

olor de establo colmado

de estiércol cálido,

de lentos resuellos rítmicos

y lomos anchos

que blanquea una luz tenue...

y a nuestro lado,

pasito a paso, una vaca

ira cagando.

––Los anteojos de la abuela,

con la nariz

en su misal; la cerveza,

en bock de cinc,

espumosa entre las pipas

que fuman, tercas:

horrendos labios hinchados

fumando, mientras

el jamón se van tragando

todos a una;

cuando el lecho y los baúles

el fuego alumbra.

 

El culo craso y lustroso

de un niño gordo

que mete por los tazones

blanco, su morro

rozado por un hocico

que gruñe amable

y lame la oronda cara

del tierno infante...

[Negra, altiva, en su sillita

atroz contorno,

una vieja junto al fuego

hila su coco.]

¡Cuántas cosas podrás ver

en los chamizos,

cuando la luz, clara, alumbre

los grises vidrios...!

––Luego, la ventana oculta

entre las lilas

negras y frescas, que ríe

¡tan chiquitita!...

¡Vendrás, vendrás... que te quiero!

¡Será tan bello!

¡Vendrás! ¿verdad? porque incluso...

 

ELLA. –– ¿Pero, y mi empleo?[138].

[15 de agosto de 1870]

11

 

A LA MÚSICA[139]

Plaza de la Estación, en Charleville

 

A la plaza que un césped dibuja, ralo y pobre,

y donde todo está correcto, flores, árboles,

los burgueses jadeantes, que ahogan los calores,

traen todos los jueves, de noche, su estulticia.

 

––La banda militar, en medio del jardín,

con el Vals de los pífanos el chacó balancea:

––Se exhibe el lechuguino en las primeras filas

y el notario es tan sólo los dijes que le cuelgan[140].

 

Rentistas con monóculo subrayan los errores:

burócratas henchidos arrastran a sus damas

a cuyo lado corren, fieles como comacas[141],

––mujeres con volantes que parecen anuncios.

 

Sentados en los bancos, tenderos retirados,

a la par que la arena con su bastón atizan,

con mucha dignidad discuten los tratados[142],

aspiran rapé en plata[143], y siguen: «¡Pues, decíamos!...»

 

Aplastando en su banco un lomo orondo y fofo,

un burgués con botones de plata y panza nórdica[144]

saborea su pipa, de la que cae una hebra

de tabaco; ––Ya saben, lo compro de estraperlo.

 

Y por el césped verde se ríen los golfantes,

mientras, enamorados por el son del trombón,

ingenuos, los turutas, husmeando una rosa

acarician al niño pensando en la niñera...

 

Yo sigo, hecho un desastre, igual que un estudiante,

bajo el castaño de indias, a las alegres chicas:

lo saben y se vuelven, riéndose, hacia mí,

con los ojos cuajados de ideas indiscretas.

 

Yo no digo ni mu, pero miro la carne

de sus cuellos bordados, blancos, por bucles locos[145]:

y persigo la curva, bajo el justillo leve,

de una espalda de diosa, tras el arco del hombro.

 

Pronto, como un lebrel, acecho botas, medias ...[146]

––Reconstruyo los cuerpos y ardo en fiebres hermosas.

Ellas me encuentran raro y van cuchicheando...

––Mis deseos brutales se enganchan a sus labios[147]...

12

 

LOS DESPAVORIDOS[148]

 

Negros en la nieve y en la bruma,

frente al gran tragaluz que se alumbra

con su culo en corro,

 

de hinojos, cinco niños con hambre

miran cómo el panadero hace

una hogaza de oro...

Ven girar al brazo fuerte y blanco

en la masa gris que va horneando

en la boca clara,

y escuchan cómo el rico pan cuece;

y el panadero, de risa alegre

su tonada canta[149]

 

Se apiñan frente al tragaluz rojo,

quietos, para recibir su soplo

cálido cual seno;

 

y cuando, al dar las doce[150], el pan sale

pulido, torneado y curruscante,

de un rubio moreno,

 

cuando, bajo las vigas ahumadas,

las cortezas olorosas cantan,

como canta el grillo,

 

cuando sopla esa boca caliente

la vida... con el alma alegre

cobijada en pingos,

 

se dan cuenta de lo bien que viven...

¡Pobres niños que la escarcha viste!

––Todos tan juntitos,

 

apretando su hociquillo rosa

a las rejas; cantan[151] cualquier cosa

por los orificios,

 

quedos, quedos ––como una plegaria...[152]

inclinados hacia la luz clara

de este nuevo cielo,

 

tan tensos, que estallan los calzones:

y sus blancas camisas de pobres

tiemblan en el cierzo.

20 de sept. del 70

13

 

AVENTURA[153]

I

 

Con diecisiete años, no puedes ser formal.

––¡Una tarde, te asqueas de jarra y limonada,

de los cafés ruidosos con lustros deslumbrantes!

––Y te vas por los tilos verdes de la alameda.

 

¡Qué bien huelen los tilos en las tardes de junio!

El aire es tan suave que hay que bajar los párpados;

Y el viento rumoroso ––la ciudad no está lejos––

trae aromas de vides y aromas de cerveza.

II

De pronto puede verse en el cielo un harapo

de azul mar, que la rama de un arbolito enmarca

y que una estrella hiere, fatal, mientras se funde

con temblores muy dulces, pequeñita y tan blanca...

 

¡Diecisiete años!, ¡Noche de junio! ––Te emborrachas.

La savia es un champán que sube a tu cabeza...

Divagas; y presientes en los labios un beso

que palpita en la boca, como un animalito.

III

Loca, Robinsonea[154] tu alma por las novelas,

––cuando en la claridad de un pálido farol

pasa una señorita de encantador aspecto,

a la sombra del cuello horrible de su padre[155].

 

Y como cree que eres inmensamente ingenuo,

a la par que sus botas trotan por las aceras,

se vuelve, alerta y, con un gesto expresivo...

––Y en tus labios, entonces, muere una cavatina...

IV

Estás enamorado. Alquilado hasta agosto.

Estás enamorado. Se ríe de tus versos[156]

Tus amigos se van, estás insoportable.

––¡Y una tarde, tu encanto, se digna, ya, escribirte...!

 

Y esa tarde... te vuelves al café luminoso,

pides de nuevo jarras llenas de limonadas...

––Con diecisiete años no puedes ser formal,

cuando los tilos verdes coronan la alameda.

23 de septiembre del 70

14

 

MUERTOS DEL NOVENTA Y DOS[157]

Franceses de Mil ochocientos setenta, bonapartistas, republicanos, acordaros de vuestros padres de Mil setecientos noventay dos, etc...

PAUL CASSAGNAC.

––Le Pay.[158]

 

Muertos del Noventa y dos y del Noventa y tres,

que, pálidos del beso que da la libertad,

tranquilos, destrozasteis con los zuecos el yugo

que pesa sobre el alma y la frente del mundo;

 

Hombres extasiados, grandes en la tormenta,

vosotros, cuyo amor brincó envuelto en harapos,

soldados que la Muerte sembró, Amante noble,

para regenerarlos, por los antiguos surcos;

 

cuya sangre lavó la grandeza ensuciada.

Muertos allá en Valmy[159], en Fleurus[160], en Italia,[161]

millón de Cristos, Muertos, de ojos dulces y oscuros[162];

 

dormid con la República, mientras nosotros vamos

doblados bajo reyes como bajo una tralla.

––Pues son los Cassagnac[163] los que ahora os recuerdan.

Hecho en Mazas, el 3 de septiembre de 1870

 

15

 

EL MAL[164]

 

Mientras que los gargajos rojos de la metralla

silban surcando el cielo azul, día tras día,

y que, escarlata o verdes[165], cerca del rey que ríe

se hunden batallones que el fuego incendia en masa;

 

mientras que una locura desenfrenada aplasta

y convierte en mantillo humeante a mil hombres;

¡pobres muertos! sumidos en estío, en la yerba,

en tu gozo, Natura, que santa los creaste,

 

existe un Dios que ríe en los adamascados

del altar, al incienso, a los cálices de oro,

que acunado en Hosannas dulcemente se duerme.

 

Pero se sobresalta, cuando madres uncidas

a la angustia y que lloran bajo sus cofias negras[166]

le ofrecen un ochavo envuelto en su pañuelo.

 

16

 

RABIAS DE CÉSARES[167]

 

El Hombre exangüe[168], por los prados florecidos,

camina, va de negro, con el puro en la boca;

El Hombre exangüe evoca Tullerías[169] en flor,

––y su ojo, muerto, a veces cobra brillos de fuego....

 

Ebrio, el Emperador, tras veinte años de orgía

pensaba: «¡Soplaré sobre la Libertad

con mucho cuidadito, como sobre una vela!»[170].

¡La libertad renace!... ––¡y está desriñonado!

 

Está preso. ––¿Qué nombre por sus labios sin eco

palpita? ¿qué añoranza implacable lo muerde?

No se sabrá, pues tiene, el ojo muerto, el César.

 

Piensa, quizás, en su Compadre con gafitas...[171]

––Y mira cómo fluye de su puro encendido,

como en Saint––Cloud, de noche, la tenue nube azul.

 

17

 

SUEÑO PARA EL INVIERNO

 

A... Ella

En invierno nos iremos, sobre cojines azules,

en un vagoncito rosa.

Tan a gusto, cuando un nido de besos locos se duerme

en cada blando rincón.

 

Cerrarás los ojos para no mirar por los cristales

la noche y sus negras muecas,

los monstruos amenazantes, lobos negros, negros diablos

como muchedumbre atroz[172].

 

Después sentirás en la mejilla un arañazo...

Y un beso te correrá, como una araña alocada,

alocado por el cuello.

 

Y me dirás: «¡Busca, busca!», inclinando la cabeza.

––Pero, ¡cuánto tardaremos en encontrar ese bicho

que viaja y viaja sin meta...!

Yendo en un vagón, el 7 de octubre del 70

 

18

 

EL DURMIENTE DEL VALLE[173]

 

Un hoyo de verdor, por el que canta un río

enganchando, a lo loco, por la yerba, jirones

de plata; donde el sol de la montaña altiva

brilla: una vaguada que crece en musgo y luz.

 

Un soldado, sin casco y con la boca abierta,

bañada por el berro fresco y azul su nuca,

duerme, tendido, bajo las nubes, en la yerba,

pálido, en su lecho, sobre el que llueve el sol.

 

Con sus pies entre gladios[174] duerme y sonríe como

sonríe un niño enfermo; sin duda está soñando:

Natura, acúnalo con calor: tiene frío.

 

Su nariz ya no late con el olor del campo;

duerme en el sol; su mano sobre el pecho tranquilo;

con dos boquetes rojos en el lado derecho.

Octubre, 1870

19

 

EN EL CABARET––VERDE[175]

 

A las cinco de la tarde

Llevaba ya ocho días con los botines rotos[176]

por culpa de los guijos; y a Charleroi llegué.

En el Cabaret-Verde, encargué unas tostadas

de manteca[177] y jamon jugoso y calentito.

 

Estiré las dos piernas, feliz, bajo la mesa

verde, mientras miraba los dibujos ingenuos

del tapiz. ¡Qué alegría cuando la criadita

la de las grandes tetas y los ojos como ascuas

 

––a ésa, sí que no le asusta un simple beso––,

con risas, me ofreció tostadas de manteca

y jamón tibio, en plato de múltiples colores!

J

amón blanco y rosado que perfumaba un diente

de ajo, y me llenó la jarra inmensa: espuma

que doraba el fulgor de un sol casi dormido[178].

 

Octubre del 70

 

20

 

LA TUNANTA[179]

 

En el comedor pardo, que perfumaba una

mezcla de olor de fruta y de barniz, a gusto,

me hice con un plato de no sé qué guisado

belga, y me arrellané en una enorme silla.

 

Mientras comía, oí el reloj ––feliz, quedo...

La cocina se abrió, inmensa bocanada,

––y la criada entró; y no sé bien por qué

llevaba el chal abierto y un peinado travieso.

 

Y mientras recorría con su dedo azorado

su cara, un terciopelo, durazno blanco y rosa,

haciendo un gesto ingenuo con su labio de niña,

 

colocaba los platos, junto a mí, serenándome[180].

Y luego, distraída, para ganarse un beso,

bajito: «toca, toca: me sha enfriao la cara...»[181]

Charleroi, octubre del 70

21

 

LA RESPLANDECIENTE VICTORIA

DE SARREBRUCK

conseguida al grito de ¡Viva el Emperador!

(Grabado muy coloreado; se vende

en Charleroi, a 35 céntimos)[182]

 

El Emperador en medio, en una apoteosis

azul y gualda: avanza, tieso sobre el caballo[183],

deslumbrante, dichoso, pues lo ve todo en rosa[184],

feroz como el dios Zeus, manso como un papá[185];

 

abajo, los Bisoños, que se echaban la siesta,

junto a tambores de oro y cañones de grana[186]

se levantan, discretos. Pitou[187] se va vistiendo

y, vuelto hacia su Jefe, tanto nombre lo aturde.

 

A un lado, Dumanet[188] se apoya en la culata

del chassepot[189], no tiembla su cogote a cepillo[190]:

«¡Viva el Emperador!» Su vecino se calla...

 

Un chaco surge como un sol negro[191]... ––En el centro

Boquillón[192], de azulgrana, ingenuo, tras su tripa

emerge y enseñando su culo: «¿Y qué?...» ––pregunta.

Octubre del 70

 

22

 

EL APARADOR[193]

 

Un gran aparador tallado ––el roble oscuro

emana la bondad de los viejos, tan viejo;

está abierto, y su fondo vierte, cual vino añejo,

oscuras oleadas de aromas obsesivas[194].

 

Repleto, es una barullo de antiguas antiguallas,

sábanas perfumadas y amarillas, trapitos

de mujeres y niños, arrugados encajes,

toquillas de la abuela con pintados dragones.

 

En el encontraríamos medallones y mechas

de pelo blanco o rubio, retratos, flores secas

cuyo olor al olor de los frutos se mezcla.

 

¡Oh, viejo aparador, cuantas historias sabes!

y quisieras contarlas, por eso, incierto, crujes

cuando tus puertas negras lentamente se abren.

Octubre del 70

23

 

MI BOHEMIA[195]

(Fantasía)

Me iba, con los puños[196] en mis bolsillos rotos...

mi chaleco también se volvía ideal,

andando, al cielo raso, ¡Musa, te era tan fiel!

¡cuántos grandes amores, ay ay ay[197], me he soñado!

 

Mi único pantalón era un enorme siete.

––Pulgarcito[198] que sueña, desgranaba a mi paso

rimas[199] Y mi posada era la Osa Mayor[200].

––Mis estrellas temblaban con un dulce frufrú.

 

Y yo las escuchaba[201], al borde del camino

cuando caen las tardes de septiembre, sintiendo

el rocío en mi frente, como un vino de vida.

 

Y rimando, perdido, por las sombras fantásticas,

tensaba los cordones, como si fueran liras,

de mis zapatos rotos, junto a mi corazón.

 

24

 

CABEZA DE FAUNO[202]

 

En el follaje, estuche verde que el oro dora,

en el follaje, incierto y cuajado de flores

que florecen magníficas, donde un beso mora,

nervioso, mientras rasga los bordados primores,

 

un asustado fauno arquea su entrecejo,

mordiendo con sus dientes blancos las flores rojas.

Moreno, tinto en sangre, igual que un vino añejo,

su labio estalla en risas perdido por las hojas.

 

Y cuando, cual ardilla, por la fronda se espanta,

prendida de las ramas su risa se estremece;

y vemos, asustado por el pinzón que canta,

cómo El Beso de oro del Bosque se adormece.

 

1871

25

 

LOS SENTADOS[203]

 

Costrosos, negros, flacos, con los ojos cercados

de verde, dedos romos crispados sobre el fémur,

con la mollera llena de rencores difusos

como las floraciones leprosas de los muros;

 

han injertado gracias a un amor epiléptico

su osamenta esperpentica al esqueleto negro

de sus sillas; ¡sus pies siguen entrelazados

mañana, tarde y noche, a las patas raquíticas!

 

Estos viejos perduran trenzados a sus sillas,

al sentir cómo el sol percaliza[204] su piel

o al ver en la ventana cómo se aja la nieve,

temblando como tiemblan doloridos los sapos.

 

Los Asientos les brindan favores, pues, prensada,

la paja oscura cede a sus flacos riñones

y el alma de los soles pasados arde, presa

de las trenzas de espigas donde el grano cuajaba[205]

 

Los Sentados, cual músicos, con la boca en sus muslos,

golpean con sus dedos el asiento, rumores

de tambor, del que sacan barcarolas tan tristes

que sus cabezas rolan en vaivenes de amor[206].

 

––¡Ah, que no se levanten! Llegaría el naufragio...

Pero se alzan, gruñendo, como gatos heridos,

desplegando despacio, rabiosos, sus omóplatos:

y el pantalón se abomba, vacío, entorno al lomo.

 

Oyes cómo golpean con sus cabezas calvas

las paredes oscuras, al andar retorcidos,

¡y los botones son, en su traje, pupilas

de fuego[207] que nos hieren, al fondo del pasillo!

 

Mas tienen una mano invisible que mata:

al volver, su mirada filtra el veneno negro

que llena el ojo agónico del perro apaleado,

y sudas, prisionero de un embudo feroz.

 

Se sientan, con los puños ahogados en la mugre

de sus mangas, y piensan en quien les hizo andar;

y del alba a la noche, sus amígdalas tiemblan

bajo el mentón, racimos a punto de estallar.

 

Y cuando el sueño austero abate sus viseras,

sueñan, sobre sus brazos, con sillas fecundadas:

auténticos amores, mínimos, como asientos

bordeando el orgullo de mesas de despacho[208].

 

Flores de tinta escupen pólenes como tildes[209],

acunándolos sobre cálices en cuclillas,

como a ras de unos gladios un vuelo de libélulas

––y su miembro se excita al rozar las espigas[210]

 

26

 

LOS ADUANEROS[211]

 

Los que dicen: ¡Rediós![212], los que dicen ¡me cagüen!

soldados, marineros, pecios de Imperio, viejos...

nada tienen que hacer ante los Nuevos Guardias[213]

que desgarran la azul frontera a hachazos[214].

 

Pipa en boca, faca en mano, hoscos, despreocupados

se van, cuando la sombra en el bosque babea

como hocico de vaca, con sus perros atados,

a practicar, terribles, sus juergas, en la noche.

 

Marcan con leyes nuevas a las nocturnas faunas[215]

agarran por el cuello a Faustos y a Diávolos.

«¡Esto ya no es posible, viejos! ¡Soltad los bultos!»

 

Si su serenidad[216] se aproxima a los jóvenes,

el Agente es la presa de encantos que controla...

¡Ay de los Delincuentes que su palma ha rozado!

 

27

 

ORACIÓN DEL ATARDECER[217]

 

Como un ángel sentado en manos de un barbero,

vivo, alzando la jarra de profundos gallones,

combados hipogastrio y cuello, con mi pipa,[218]

bajo un henchido viento de leves veladuras.

 

Como excrementos cálidos de viejos palomares

mil Sueños[219] me producen suaves quemazones

 

y mi corazón, triste, se parece a la albura

que ensangrientan los oros ocres que el árbol llora[220].

 

Después, tras engullirme mis Sueños con cuidado,

me vuelvo y, tras beberme treinta o cuarenta jarras,

me concentro, soltando mis premuras acérrimas[221]:

 

manso como el Señor del cedro y del hisopo[222]

meo hacia el pardo[223] cielo, alto, alto, tan lejos...

con el consentimiento de los heliotropos.

 

28

 

CANTO DE GUERRA PARISINO[224]

 

La Primavera ya llegó:

del fondo de las Fincas verdes,

el vuelo de Tiers y Picard[225],

desplegado, su esplendor teje[226].

 

¡Culos desnudos, locos! ¡Mayo![227]

Escuchad, pues, cómo nos siembran

Sèvres, Meudón, Bagneux y Asnières[228]

estas flores de primavera[229].

 

Tienen shakó, sable y tantán;

dejaron los viejos velones;

y canoas que jam... jam...jam...[230]

los lagos con sangre recorren.

 

De juerga, más que nunca, estamos

cuando por nuestras madrigueras

caen los rubios cabujones[231]

que alumbran auroras secretas.

 

Thiers y Picard son unos Eros[232]

raptores de heliotropos

que pintan Corots[233] a bombazos:

ya llegan zumbando sus tropos[234]

 

Tumbado entre gladiolos, Favre[235]

parpadea cual acueducto

 

con gemidos a la pimienta ...[236]

¡Son amiguetes del Gran Truco![237].

 

La gran ciudad arde, a pesar

de vuestras duchas de petróleo:

será preciso que os vayais

para que empiece otro episodio...

 

¡Y los Rurales[238] que dormitan

agachapados, día y noche,

oirán las ramas, al romperse,

movidas por rojizos roces![239].

 

29

 

MIS PEQUEÑAS ENAMORADAS[240]

 

Un hidrolito[241] lagrimal lava

los cielos color de berza

bajo el árbol de tiernos retoños[242]

que vuestros cauchos[243] babea,

 

blancos, con sus lunas singulares

y sus redondos pialatos[244]:

¡entrechocad vuestras rodilleras

mis adefesios amados!

 

En aquellos tiempos nos queramos,

¡mi azul y triste adefesio!

comíamos huevos al minuto

y murajes[245] color cielo.

 

Una noche me ungiste poeta,

mi adefesio rubio y garzo:

ven a mi lado, quiero azotarte

cuando estés en mi regazo.

 

Vomité tu crasa bandolina[246]

lustroso adefesio negro:

tú, mi bandolón[247] me cortarías

por lo sano, a ras del pelo.

 

¡Qué asco, mi saliva reseca,

adefesio pelirrojo,

emponzoña aún las trincheras

de tus dos pechos orondos!

 

¡Pequeñas enamoradas mías,

cuánto y cuánto puedo odiaros!

¡Parchead con tristes bofetadas[248]

vuestras tetas, que dan asco!

 

¡Saltad, saltad, viejas escudillas

repletas de sentimiento[249];

vamos, saltad, a ser bailarinas

tan sólo por un momento!

 

Los omóplatos se os desencajan,

amores, amores míos:

con una estrella en el lomo, cojas,

¡a seguir con vuestros giros![250]

 

¡Y para colmo, yo he rimado

en honor de estos perniles!

¡Si os pudiera romper las caderas

y de mi amor redimirme!

 

Montón sin gracia de estrellas rotas[251]

volved a vuestros rincones

––Reventaréis en Dios, bien cargados

de ingnominia los serones[252].

Bajo las lunas particulares

y sus redondos pialatos,

¡entrechocad vuestras rodilleras,

mis adefesios amados![253]

 

30

 

EN CUCLILLAS[254]

 

Tarde, cuando ya siente náuseas en el estómago,

el lego[255] Milotús, con su ojo en la tronera

por donde el sol naciente, calderón deslumbrante,

le lanza una migraña que le nubla la vista,

remueve entre las sábanas su barrigón de cura.

 

Se agita cual poseso bajo la manta parda,

se tira de la cama, y haciéndose un ovillo

tembloroso, asustado, cual viejo que comiera

su rapé, le es preciso, cogiendo su orinal,

blanco, remangarse hasta la ijada la camisa.

 

Agachado, aterido, con los dedos del pie

encogidos, temblando, al claro sol que ofrece

el oro de sus panes al pobre ventanal;

y la nariz del pobre, con resplandor de laca,

resopla al nuevo día, carnoso polipero.

 

...................................................................................................................................

 

Se cuece a fuego lento, con los brazos cruzados,

con el labio en la panza: siente cómo sus muslos

se deshacen, al fuego, y sus calzas se tuestan;

con la pipa apagada, nota algo que se agita,

cual pájaro en su vientre, manso montón de tripas.

 

Duermen en tomo a él, los muebles en desorden,

torpes, entre jirones de mugre y vientres sucios;

taburetes, cual sapos extraños, se agazapan

en los negros rincones: abre el aparador

sus fauces de sochantre con torvos apetitos.

 

El calor nauseabundo hinche la estrecha celda;

el cerebro del pobre se atiborra de harapos.

Siente cómo los pelos crecen por su piel húmeda,

y a veces, entre hipidos de seriedad grotesca,

se escapa, removiendo el taburete cojo...

 

....................................................................................................................................

 

Y de noche, en los rayos de la luna que trazan

entorno a su trasero flecos de resplandor,

una mínima sombra se agacha, sobre un fondo

de nieve rosa, igual que si una malvarrosa[256]

Y una nariz quimérica va persiguiendo a Venus

por el cielo abisal.

 

 

 

 

31

 

LOS POETAS DE SIETE AÑOS[257]

 

A. M. P. Demeny

Y la Madre, cerrando el libro del deber[258]

se marcha, satisfecha y orgullosa; no ha visto

en los ojos azules y en la frente abombada,

el alma de su hijo esclava de sus ascos.

 

Durante todo el día sudaba de obediencia;

muy listo; sin embargo, algunos gestos negros

pintaban en sus rasgos agrias hipocresías.

En el pasillo oscuro con cortinas mohosas,

le sacaba la lengua, al pasar, con los puños

metidos en las ingles, frunciendo el entrecejo.

Una puerta se abría en la noche: la lámpara

lo alumbraba en lo alto, gruñendo en la lomera,

bajo un golfo de luz colgado del tejado.

Sobre todo en verano, estúpido y vencido,

pertinaz, se encerraba en las frescas letrinas[259];

y allí pensaba, quieto, liberando su olfato.

 

Cuando el jardín, lavado del aroma del día

tras la casa, en invierno se inundaba de luna,

tumbado al pie de un muro, enterrado en la marga,

y apretando los ojos para tener visiones,

escuchaba sarnosos rumores de espaldares[260]

¡Compasión! sólo amaba a esos niños canijos,

que avanzan, sin sombrero, con mirar desteñido,

hundiendo macilentos dedos, negros de barro,

en mugrientos harapos que huelen a cagada

y que hablan con dulzura igual que los cretinos.

Y, si su madre al verlo, presa de compasiones

inmundas[261], se asustaba, la ternura del niño,

honda, se avalanzaba contra aquella extrañeza.

¡Está bien! Pues tenía el ojo azul ––¡que miente![262].

 

A los siete, ya hacía novelas sobre el mundo

del gran desierto, donde la Libertad robada

luce: ¡sol, bosque, orillas, sabanas! Se ayudaba

con textos ilustrados en los que, ebrio, veía

Españolas que rien y también Italianas,

y de pronto llegaba, loca y vestida de india,

––ocho años––, ojos negros, la hija de los obreros

de al lado ––una bruta, que un día le saltó,

desde un rincón, encima, agitando sus trenzas...

y al verla encima de él, le mordía las nalgas,

pues no llevaba nunca falda con pantalón[263]

––Y como ella le hiriese con puños y talones,

se llevó hasta su cuarto el sabor de su piel.

 

Temía los tristísimos domingos de diciembre,

cuando, bien repeinado y en mesa de caoba,

leía en una Biblia de cantos color berza[264];

los sueños le oprimían cada noche en la alcoba.

No amaba a Dios; sólo a los hombres negros con blusa,

que veía, de noche, por el hosco suburbio,

donde los pregoneros, tras un triple redoble

de tambor, reunían entorno a las proclamas

el gruñido y los gritos de aquella muchedumbre.

Soñaba con praderas en amor, en las que olas

luminosas, perfumes y pubescencias de oro[265]

se agitan lentamente hasta emprender el vuelo.

 

Y al gozar, ante todo, con las cosas umbrías,

cuando en la habitación, con la persiana echada,

alta, azul, aunque llena de ásperas humedades,

leía su novela mil veces meditada,

cargada de ocres cielos y bosques sumergidos,

y de flores de carne que hacia el cielo se abrían,

¡vértigos y derrubios, fracaso y compasión!

––Mientras iba creciendo el rumor del suburbio

en la calle––, acostado, solo, sobre cretonas

crudas, y presintiendo la vela con furor[266]

26 de mayo de 1871

32

 

LOS POBRES EN LA IGLESIA[267]

 

Aparcados en bancos de roble, en los rincones

de la iglesia que entibia su aliento, con los ojos

clavados en el coro dorado, mientras brama

la escolanía cánticos piadosos por sus fauces,

aspirando la cera como un olor de hogaza,

dichosos, humillados, cual perros que apalean,

los pobres del Buen Dios[268], el patrón y el señor,

ofrecen sus Oremus, irrisorios y obtusos.

 

¡Está bien ofrecerle bancos lisos a la hembra

después de los seis días en que Dios la maltrata!

pues acuna, revuelto en extrañas pellizas,

algo parejo a un niño que llora sin cesar.

 

Con las tetas mugrientas al aire, estas sopistas[269],

con la oración prendida en ojos que no rezan,

miran a las golfillas de triste pavoneo,

busconas bajo el ala del sombrero deforme.

 

Fuera, el frío y el hambre y el hombre con su juerga:

¡pues, vale! una hora más; después males a miles.

––Mientras, en torno a ellas, gime, ganguea, charla

un grupito de viejas con enormes papadas.

 

Y están los epilépticos y esos despavoridos

que todo el mundo huye en las encrucijadas;

y husmeando gozosos[270] en los viejos misales

esos ciegos que un perro introduce en los patios.

 

Babeando una fe pordiosera y estúpida,

todos dicen su queja infinita a Jesús

que sueña en lo alto, lívido, por la luz amarilla,

lejos de flacos malos y de malos panzudos,

 

del olor de la carne y las telas mohosas:

farsa humilde y sombría de gestos asquerosos.

––Y la oración florece con frases escogidas,

y el misticismo adopta matices apremiantes[271],

 

cuando en la nave el sol muere, y pliegues de seda

sosos y verdes risas, las damas de los barrios

distinguidos, ––¡Jesús!–– las enfermas de hígado,

dan a besar sus dedos, en el agua bendita[272].

1871

33

 

EL CORAZÓN ROBADO[273]

 

¡Mi triste corazón[274] babea a popa,

mi corazón que colma el caporal[275]

y me vierten en él chorros de sopa,

mi triste corazón babea a popa:

con las bromas sangrientas de la tropa

que brama un carcajeo general,

mi triste corazón babea a popa,

mi corazón que colma el caporal!

 

Itiofálicos[276] y soldadinescos[277]

sus chistes sangrientos lo han depravado;

y de noche componen unos frescos[278]

itiofálicos y soldadinescos.

¡Oleajes abracadabrantescos[279]

llevadme el corazón, que sea lavado!

Itiofálicos y soldadinescos

sus chistes sangrientos lo han depravado.

 

Cuando se agoten sus chimós[280] gargálicos[281]

¿cómo vivir, oh corazón robado?

llegarán con sus estribillos báquicos;

cuando se agoten sus chimós gargálicos

sentiré sobresaltos estomáquicos,

yo, el del corazón despedazado.

Cuando se agoten sus chimós gargálicos

¿cómo vivir, oh corazón robado?

Mayo de 1971

 

34

 

LA ORGÍA PARISINA

O

PARÍS VUELVE A POBLARSE[282]

¡Cobardes, aquí está! ¡La estación os vomita!

El sol ha enjugado con su ardiente pulmón

los paseos que un día ocuparon los Bárbaros[283].

Ésta es la Ciudad santa, sentada al occidente[284].

 

¡Vamos! se han prevenido los reflujos de incendios[285].

Ved los muelles aquí, allá los bulevares,

las casas sobre el cielo azul, brillante, ingrávido,

antaño constelado por un rubor de bombas.

 

¡Esconded los palacios muertos en cajoneras!

El viejo día loco refresca los recuerdos.

Ved el rebaño rojo de impúdicas nalgueras[286]:

locos, podréis ser raros, pues vais despavoridos.

 

Perras que vais en celo comiendo cataplasmas,

las casas de oro os llaman a gritos. ¡Id, volad!

¡Comed! La noche alegre con sus hondos espasmos

ha bajado a la calle. ¡Bebedores aciagos

 

bebed! Cuando amanece, con luz intensa y loca

que a vuestro lado husmea los lujos desbordados,

¿no os volvéis, frente al vaso, impávidos babosos,

con los ojos perdidos en blancas lejanías?

 

¡Tragad, para la Reina de nalgas en cascada![287].

Escuchad cómo suenan los eructos estúpidos,

¡desgarrados! ¡Oíd, cómo en noches ardientes

saltan con estertores, viejos, peleles, siervos!

 


 

 

 ¡Corazones mugrientos, bocas horripilantes,

más fuerte, ¡masticad! hediondos gaznates!

Que les traigan más vino a estos lerdos ignobles:

la andorga se os derrite de infamia, ¡Vencedores!

 

¡Desplegad vuestro olfato a las náuseas grandiosas!

¡Emponzoñad las cuerdas que esperan vuestros cuellos!

Posando, en vuestras nucas, sus manos enlazadas

el Poeta os impele, «i cobardes!, a ser locos».

 

Como andáis escarbando el vientre de la Hembra

teméis que tenga aún un estremecimiento,

y grite, sofocando vuestra infame camada[288]

contra su duro pecho, con horrible apretón.

 

Peleles, sifilíticos, locos, reyes, ventrílocuos,

¿qué le puede importar al putón de París[289]

vuestras almas y cuerpos, harapos y ponzoñas?

¡Os zarandeará, hurañas podredumbres!

 

Y cuando hayáis caído, gimiendo contra el pecho,

derrumbados, pidiendo, locos, vuestro dinero,

la roja cortesana, la de las tetas bélicas

lejos de vuestros miedos, apretará los puños.

 

Después de haber bailado con furia en las tormentas,

París, tras recibir tan numerosos tajos,

cuando yaces, ahora, guardando en tus pupilas

luminosas, la dicha de un renacer salvaje[290].

 

¡Oh ciudad dolorida, oh ciudad casi muerta,

con tu rostro y tus pechos de cara al Porvenir,

ofrecida a la noche de mil puertas vacías,

y que un Pasado horrible podría bendecir:

 

cuerpo magnetizado para males enormes,

que te bebes la vida, espantosa, de nuevo,

al manar de tus venas un flujo de gusanos

blancos, mientras helados dedos rondan tu amor.

 

¡Y no está mal! Las larvas, las larvas macilentas

no podrán estorbar tu soplo de Progreso,

igual que las Estringes[291] no apagaron el ojo

azul de las Cariátides[292] que inunda un oro astral[293].

 

Aunque sea espantoso verte cubierta así;

aunque nunca ciudad fuera cambiada en úlcera

tan hedionda, en medio de la verde Natura,

el Poeta te dice: «Tu Belleza es espléndida».

 

La tormenta te ha hecho poesía suprema;

el inmenso bullicio de las fuerzas te alienta;

tu obra hierve, la muerte ruge, ¡Ciudad ungida![294]

Amontona estridencias en lo hondo del clarín[295]

 

El Poeta[296] hará suyo el llanto del Infame,

el odio del Forzado, el clamor del Maldito;

y sus rayos de amor flagelarán las Hembras.

Su estrofa brincará: ¡Mirad, mirad, bandidos!

Sociedad, todo ha vuelto a su sitio: la orgía

llora su estertor viejo en el viejo prostíbulo;

y el gas, en su delirio, por las murallas rojas,

arde siniestramente hacia el pálido azul.

Mayo de 1871

 

35

 

LAS MANOS DE JEANNE-MARIE[297]

 

Jeanne-Marie tiene las manos fuertes,

manos oscuras que ha curtido el sol,

pálidas manos, como manos muertas.

––¿De Juana estas manos son?.

 

¿Han absorbido morenas pomadas

por el mar de la voluptuosidad?

¿han ido a templarse[298] en la luz de luna

que llena el estanque de paz?

 

¿No habrán ido a beber bárbaros cielos[299],

serenas sobre rodillas galantes?

o ¿no habrán enrollado enormes puros[300]

o traficado con diamantes?

 

¿No habrán marchitado pétalos de oro

a los pies ardientes de las Madonas?[301].

Pero, en su palma brota y duerme, negra,

la sangre de la belladona.

 

¿Manos cazadoras de negros dípteros[302]

que se van, libando los azulones[303]

de las mañanas hacia los nectarios[304],

y que mezclan negras pociones?

 

¿Qué Sueño loco las habrá llevado

en insólitas pendiculaciones?[305]

Un extravagante sueño de Asias

de Kengavares[306] y Siones.

 

Estas manos no han vendido naranjas

ni se han bronceado al pie de los dioses:

estas manos no han lavado pañales

de niños ciegos y tripones.

 

No son manos de prima[307], ni de obreras

de frentes abombadas y que abrasa,

un sol ebrio de oscuros alquitranes,

por bosques que apestan a fábrica.

 

Son manos que desloman espinazos,

pero que nunca han hecho el menor daño;

fatales, con fatalidad de máquinas,

pero fuertes como un caballo.

 

Se agitan como si fueran hogueras,

y al sacudirse sus fríos temblores

sus carnes van cantando Marsellesas:[308]

¡nunca canta Kirieleisones![309]

 

Os pueden romper el cuello, mujeres

indignas, y triturar vuestras manos,

nobles mujeres, sucias de carmín

y de polvos ––manos de fango.

 

¡Vuelve tontos de amor a los borregos

el brillo de estas manos que enamoran!

Y el sol, en su esplendor, siembra un rubí

por su falange apetitosa.

 

Lunares y manchas de muchedumbre

las broncean, como pechos de antaño:

¡El dorso de estas Manos es la plaza[310]

que todo Rebelde ha besado!

 

¡Se han vuelto pálidas, con encanto,

a pleno sol, cuando de amor rebosa,

por el París en rebeldía, junto

al bronce de ametralladoras,

 

¡Pero, a veces, oh sacrosantas manos

en tus puños, Manos en las que tiemblan

nuestros labios nunca desembriagados,

grita el fulgor de una cadena!

 

Y en nuestro ser un sobresalto extraño

irrumpe, cuando quieren, Manos de ángel,

arrancaros la carga que os arrastra,

hasta que brota vuestra sangre.

 

36

 

LAS HERMANAS DE CARIDAD[311]

 

El joven cuyos ojos son brillantes, con cuerpo

moreno, que debiera ir desnudo a su edad,

con su frente ceñida de cobre, ante la luna,

adorado por Persas, Genio desconocido,

 

desbocado, aunque tiene ternuras virginales

y negras, orgulloso de su empeño primero,

cual los mares recientes, llanto en noches de estío

que se agitan insomnes en lechos de diamantes;

 

este joven, al ver la fealdad del mundo[312],

tiembla en su corazón ampliamente irritado,

y henchido por la herida profunda y permanente

desea que su hermana de caridad venga a él[313]

 

Pero, Mujer, montón de entrañas, piedad dulce,

nunca fuiste hermana de caridad, no, nunca;

negra mirada, vientre en el que duerme roja

umbría, dedos leves, pechos bien torneados.

 

Ciega, que aún dormitas, con pupilas inmensas,

nuestro abrazo no fue sino nudo de dudas:

portadora de tetas, eres tú la que pende

de nosotros, ¡oh, duerme!, risueña honda Pasión.

 

Tus odios, tus perezas permanentes, tus faltas,

y tus brutalidades antaño padecidas,

nos las devuelves, todas, Noche, pero sin odio,

como el raudal de sangre que cada mes derramas[314]

 

Cuando la hembra, aguantada un momento, lo aterra,

Amor, canto a la vida y llamada a la acción,

llegan la Musa verde y la justicia ardiente[315],

y desgarran su carne con augusta obsesión[316]

 

Siempre conmocionado por calmas y esplendores,

dejado por las dos Hermanas implacables[317],

gimiendo con ternura tras la ciencia nodriza,

le ofrece al verde campo[318] su frente herida, en flor.

 

Pero la negra alquimia y los santos estudios

repugnan al herido, sombrío sabio altivo,

que siente alzarse en él atroces soledades.

Entonces, siempre hermoso, sin asco del sepulcro...

 

que crea en la gran meta, los Sueños o Paseos

inmensos, por la noche negra de la Verdad[319],

y que te llame, enfermo, en su alma y en sus miembros,

¡oh Muerte, misteriosa, oh Sor de caridad!

Junio 1871

37

 

LAS DESPIOJADORAS[320]

 

Cuando la frente infante, con sus rojas tormentas[321]

convoca al blanco enjambre de los sueños difusos,

llegan junto a su cama dos hermanas risueñas[322]

con sus gráciles dedos de uñas argentinas.

 

Sientan al niño frente al ventanal abierto,

donde el aire azul baña torbellinos de flores

y por su denso pelo preñado de rocío[323]

sus dedos se pasean, seductores, terribles.

 

Él, escucha el cantar de sus hálitos tímidos

que expanden amplias mieles vegetales y rosas

y que interrumpe a veces un silbido ––saliva

que los labios absorben o ganas de besar.

 

Escucha sus pestañas latir en el silencio

perfumado; y sus dedos, eléctricos y suaves,

provocan los chasquidos[324], entre indolencias grises,

de los piojillos muertos, por sus uñas de reina.

 

Y un vino de Pereza sube en él, un suspiro

de armónica, capaz de llegar al delirio:

y el niño siente, al ritmo lento de las caricias,

cómo brotan y mueren sus ansias de llorar.

 

38

LAS PRIMERAS COMUNIONES[325]

 

I

¡Hay algo más estúpido que una iglesia de pueblo

en la que diez mocosos, pegados a los muros,

oyen, cómo ganguea bisbiseos divinos

un negro[326] estrafalario, cuyos choclos fermentan:

mientras, el sol despierta, perforando el follaje,

los colores añejos de las toscas vidrieras!

 

La piedra huele siempre a la tierra materna.

Podréis ver montoneras de cascotes terrosos

en la campiña en celo que, inmensa, se estremece,

junto al trigo preñado, por los senderos ocres,

con arbustos canijos donde la endrina grana[327],

––nudos de zarzamora, rosales cagaleros[328].

 

Cada cien años hacen que estas granjas sean dignas

gracias a un encalado de agua azul y de leche[329]

y aunque podamos ver misticismos grotescos

junto a Nuestras Señoras[330] o al santo disecado,

moscas que huelen bien, a taberna o a establo,

se atiborran de cera en el suelo con sol.

 

El destino del niño está en casa, familia

de ingenuos menesteres y estúpidos trabajos;

y se van, olvidando que su piel hormiguea

donde el Cura de Cristo hundió sus fuertes dedos.

Y al Cura se le paga un emparrado umbroso

para que deje al sol estas frentes morenas[331]

 

El primer traje negro, el día de las tartas,

bajo Napoleón y el Niño del tambor,

estampas de colores, donde Josés y Martas[332]

sacan la lengua con un amor excesivo,

y más tarde, dos mapas del día de la ciencia[333]

éstos son los recuerdos que quedan del Gran Día[334].

 

Las chicas llegan siempre contentas a la iglesia:

les gusta que los chicos la traten de putillas[335],

y adoptando unos aires... después de Misa y Vísperas[336],

ellos, predestinados al garbo cuartelero,

en el café, desprecian las casas honorables,

bien vestidos, bramando espantosas canciones.

 

El Cura, sin embargo, selecciona dibujos

para la infancia y, cuando, a su patio, de noche,

llegan los soniquetes lejanos de los bailes,

siente a pesar del cielo y de sus prohibiciones

cómo el ritmo le arrastra las piernas y los pies.

––La Noche negra arriba, pirata en cielo de oro[337].

II

 

El Cura ha distinguido entre los catequistas,

venidos de Suburbios[338] o de Barriadas Ricas,

a esta desconocida, pequeña y de ojos tristes,

frente amarilla y padres mansos como porteros.

«Y el Gran Día, eligiéndola entre los Catequistas[339],

Dios hará que sobre ella nieve el agua bendita.»

III

 

La noche del Gran Día, la niña cae enferma.

Mejor que en la alta Iglesia de fúnebres rumores,

llega el escalofrío ––la cama es un buen sitio––[340],

un temblor sobrehumano persistente: «¡Me muero!»

 

Y robando su amor a sus necias hermanas,

va contando, abatida, las manos sobre el pecho,

Ángeles y Jesuses, y sus brillantes Vírgenes...

y su alma, lentamente bebe a su vencedor.

 

¡Adonai!... En el eco de los nombres latinos,

cielos de moaré verde bañan Frentes bermejas,

y manchados con sangre de los celestes pechos[341]

grandes tules de nieve caen sobre los soles.

 

––Y para sus purezas presentes y futuras

mordisquea[342] el frescor de tu eterno Perdón

pero, más que el nenúfar, más que las mermeladas,

tu perdón está helado, ¡oh Reina de Sión![343].

IV

 

Luego, la Virgen es sólo virgen de libro.

Los arrebatos místicos se quiebran tantas veces...

Y llega la pobreza de la estampa, que dora

el tedio, el color atroz y las viejas maderas[344].

Leves curiosidades, ligeramente impúdicas,

atormentan el sueño de azules castidades

que nace al rededor de las celestes túnicas

de tul con que Jesús vela su desnudez.

 

Sin embargo, se empeña, con el alma angustiada,

con la frente en la almohada que perforan sus gritos,

en prolongar los brillos de ternura suprema,

y babea... Las sombras llenan casa y corrales.

 

La niña ya no aguanta, y se agita combando

la espalda: con la mano corre el dosel azul

para que la frescura de la alcoba penetre

la cama, hasta su pecho y su vientre que arden.

V

 

De noche, se despierta; la ventana está blanca;

en el ensueño azul del visillo inlunado[345],

la visión del domingo la arroba en su candor;

su sueño ha sido rojo. Sangra por la nariz[346];

 

y al sentirse muy casta y demasiado débil,

para saborear un Amor que renace,

tiene sed de la noche en la que se alza y cae

el alma, bajo el ojo de un cielo adivinado[347];

 

tiene sed, Virgen Madre impalpable, que baña

los jóvenes temores con sus silencios grises;

sed de la noche ardiente en la que corazón roto

derrama sin testigos su rebelión sin gritos.

 

Su[348] estrella pudo verla, con la vela en la mano,

haciéndose la víctima y la joven esposa[349],

bajar al patio donde una blusa se orea,

despertando, cual ánima, los duendes del tejado[350]

VI

Pasó su noche santa metida en las letrinas.

El aire se colaba, blanco, por la techumbre

hasta su vela, y parras vírgenes color púrpura[351]

caían, en cascadas, desde el corral de al lado.

 

La ventanita[352] era un corazón de luz

en el patio, y el cielo pintaba de oros rojos

los cristales; el suelo, que olía a lavadero,

cargaba[353] con la sombra del muro, negros sueños.

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VII

 

¿Quién dirá estos desmayos y este fervor inmundo,

y el odio en que se cambian más tarde, ¡sucios locos![354]

cuyo empeño divino deforma el mundo, incluso,

cuando la lepra, al fin, se coma el dulce cuerpo?[355].

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VIII

 

Y, cuando hayan pasado, estos nudos[356] de histeria,

verá, bajo los tedios de la felicidad,

al amante que sueña en el blanco millón

de Marías, tras la noche de amor, con dolor[357]:

 

«Te has muerto en mí, ¿lo sabes? He cogido tu boca,

tu alma, cuanto tenemos ––todo cuanto tenéis.

Pero yo estoy enferma: ¡quiero que me recuesten

con los Muertos saciados por las aguas nocturnas![358].

 

»Era joven y Cristo me ha ensuciado el aliento.

Me colmó hasta el gaznate de amarguras y de ascos[359].

Besabas mis cabellos profundos como lanas[360],

yo me dejaba hacer... ¡Cómo os gusta besarlos,

 

»hombres!, que no pensáis que la más amorosa

es, bajo su conciencia de pavores ignobles,

la más prostituida y la más angustiada,

que el impulso hacia el Hombre[361] es siempre torpe error.

 

»Mi Comunión está tan pasada, tan lejos...

Pero tus besos, nunca he podido acogerlos:

y mi amor, y mi carne, por tu carne abrazada

hierve aún con el beso pútrido de Jesús.»

IX

 

Y el alma corrompida y el alma desolada[362],

verán cómo chorrean tus negras maldiciones.

––Y se habrán acostado sobre tu Odio intocable,

libres, para la muerte, de las pasiones justas[363]

 

¡Cristo! ¡Cristo! ladrón eterno de energías,

Dios, que durante siglos ungiste a tu tristeza,

remachada a la tierra, de oprobio y cefalalgia[364],

o arrastrada, la frente de la hembra del dolor.

Julio de 1871

 

39

 

EL JUSTO SE SENTABA...[365]

 

El Justo erguía, recto, sus sólidas caderas:

un rayo le doraba los hombros; el sudor

me invadió: «¿Quieres ver bólidos que rutilan[366]

y, puesto en pie, escuchar cómo zumba el fluir

de los lácteos astros y enjambres de asteroides?

 

»En farsas nocturnales alguien te está espiando.

Oh justo. Te es preciso un techo. Calla y reza,

tapado por las sábanas, dulcemente purgado,

y si algún errabundo llamara a tu ostiano[367],

le dices: “¡Márchate, Hermano, estoy lisiado”.»

 

Pero el Justo seguía de pie, en el espanto

azulón de la hierba, debajo del sol muerto[368].

«Y, ¿no pondrás en venta tus tristes rodilleras,

oh Anciano? ¡Peregrino sacro, Bardo de Armor[369],

Llorón de los Olivos, mano que el amor calma!

 

»Barba de la familia[370], puño de la ciudad,

creyente manso: ¡Alma que se derrama en cálices[371],

majestades, virtudes, amor y ceguedad,

¡Justo!, más tonto y más inmundo que una perra.

¡Yo soy aquel que sufre pero se ha rebelado![372].

 

»Me río a carcajadas, oh estúpido, me muero

de risa en la esperanza de tu burdo perdón.

Estoy maldito[373], sabes, borracho, loco, lívido.

¡Y qué quieres! Pues vete a dormirte, oh Justo,

¡Poco me importa a mí tu torpedo cerebro!

 

»¡Tú eres el justo, ¿no?, el justo, y eso basta!

Hay que admitir que, mansas, tu ternura y razón

resoplan en la noche igual que los cetáceos[374],

que te has hecho proscrito, y que vomitas trenos[375]

por espantosas flautas[376], caducas y chascadas.

 

»¡Y eres ojo de Dios, cobarde! Pero, incluso,

si el frío de sus pies me oprimiera la nuca

eres cobarde.