El ensayo consta de cuatro mil palabras, mientras que no más de 2.800 caben apretadamente en las ocho páginas reservadas, lo cual indica una cifra sospechosamente redondeada dado que nadie sabía el espacio que ocuparía. Ello confirma la tesis de que el ensayo fue escrito posteriormente, esto es, al final de la primavera de 1945 o a principios del verano del mismo año. (He examinado muchos libros editados por Secker & Warburg en aquel año y ninguno tiene prólogo impreso en un tipo de letra menor que el usado en el texto, cosa que, por lo visto, no era usual en las ediciones de aquella casa.)

Tal vez estoy siendo deliberadamente cauteloso y hasta pedante al recurrir a todos los testimonios posibles para afirmar que el prólógo, en cuanto a estilo y contenido, no puede ser más que de Orwell. En él resuenan muchos temas que hallamos en sus escritos ocasionales redactados en 1944. En tanto que periodista, Orwell repetía sus ideas dentro de los más diversos contextos, insistiendo sobre ellas en gran parte porque, al estar persuadido de su certeza, no podía evitar hacerlo. Y existe muy poca relación entre el prólogo mencionado y el pesado y autobiográfico prólogo que redactó para la edición ucraniana de Rebelión en la granja, fechado en marzo de 1947. Las acusaciones que se contienen en este prólogo acerca de la autocensura, de la rusofilia y de la inclinación al totalitarismo de muchos intelectuales franceses puede ser también apreciada en su «London Letter» escrita para la Partisan Review en el verano de 1944, donde insiste sobre el «servilismo de los llamados intelectuales hacia Rusia» y asimismo, frecuentemente —con gran indignación de muchos de sus lectores—, en su columna «As I Please» en el Tribune, de manera especial en la publicada el primero de septiembre de 1944, en la que expone su ira ante la general indiferencia provocada por la batalla de Varsovia (en la que, como es sabido, las tropas alemanas aniquilaron la resistencia polaca ante la pasividad de los rusos detenidos a as puertas de la ciudad). Decía Orwell:

«Ante todo, un aviso a los periodistas ingleses de izquierda y a los intelectuales en general: recuerden que la deshonestidad y la cobardía siempre se pagan. No vayan a creerse que por años y años pueden estar haciendo de serviles propagandistas del régimen soviético o de otro cualquiera y después pueden volver repentinamente a la honestidad intelectual. Eso es prostitución y nada más que prostitución.

»Y después, una consideración más amplia: nada importa tanto al mundo en este momento como la amistad anglo—rusa y la cooperación entre los dos países, pero esto no podrá alcanzarse si no hablamos claro y sin rodeos. »

Ardua cuestión esta porque, además de los «compañeros de viaje» —y así consideraba Orwell en aquel momento a hombres como Victor Gollancz—, no eran pocos los que dudaban de si era prudente ese «hablar claro» a que aludía Orwell, ni siquiera de modo alegórico, tal y como se exponía en Rebelión en la granja.

Gollancz, con quien Orwell estaba ligado por contrato, fue el primero en rechazar el libro, probablemente sin sorpresa alguna para Orwell, quien, por razones obvias, ni esperaba ni quería que fuera editado por él, pues recordaba su rechazo del original de Homenaje a Cataluña. «Debo decirle —escribía Orwell a Gollanczque el texto es, creo yo, inaceptable políticamente desde su punto de vista (es anti—Stalin). » Por su parte Gollancz, en una carta del 23 de marzo de 1944, refuta sus alegatos y pide ver el manuscrito. Según la opinión de varios amigos de Orwell, lo que pretendía Gollancz era alertarle sobre la alarma existente entre los editores por las intemperancias de Orwell al hablar con demasiada claridad y sostener que la verdad no es un concepto relativo y dependiente de las circunstancias, pues con todo ello no hacía más que perjudicarse a sí mismo y poner en peligro las relaciones anglo—rusas. Es evidente que con todos estos comentarios aumentaban las habladurías entre editores y escritores acerca de la posición de Orwell, y para aclarar del todo la actitud de Gollancz en este asunto es ciertamente lamentable no poder disponer de sus documentos y cartas.

Orwell, evidentemente, esperaba complicaciones derivadas del contenido de su libro, que empezó a escribir en noviembre de 1943 a poco de haber pedido el cese en la BBC. El 17 de febrero de 1944 escribió al profesor Gleb Struve, que estaba entonces en la Escuela de Estudios Eslavos y Europeo—Orientales en Londres, diciéndole: «Estoy escribiendo un librito que espero le divertirá cuando aparezca, aunque me temo no va a tener el visto bueno político y por ello no estoy seguro de que alguien se atreva a publicarlo. Tal vez por lo que le digo adivine usted el tema». En aquel entonces Orwell había tenido ya dificultades con el New Statesman por unos escritos sobre España y con Gollancz por Homenaje a Cataluña y El camino de Wigan Pier. Al siguiente mes, los problemas surgieron con el Manchester Evening News, para el que había hecho una reseña de un libro de Harold Laski, a quien tachaba de complacencia hacia Stalin. El periódico rechazó la crítica.

No está nada claro todo lo referente al envío del manuscrito a Gollancz y lo que ocurrió después, pero en una carta a Fred Warburg del 13 de junio de 1945 y en otra al agente literario Leonard Moore del 3 de julio del mismo año, da algunas aclaraciones. En ellas alude a que el envío del original a Gollancz era una «pérdida de tiempo», ya que estaba casi seguro de que la obra no sería publicada por el editor, quien, por otra parte, se negaba a considerar a Rebelión en la granja como una novela debido a su brevedad, lo cual no era óbice para recordarle a Orwell la opción preferente que tenía sobre sus dos novelas siguientes. (No deja de ser curioso de qué modo un editor se obstina en retener a un autor cuyos libros no le complacen, aunque todo ello se desarrolle en los tonos más cordiales.)

Fue entonces cuando Orwell visitó a Jonathan Cape, quien, después de leer la novela, reconoció que era magnífica, pero también que sería impolítico publicarla en aquel momento. La carta que se menciona al comienzo del prólogo es un fragmento de la que le escribió Cape devolviéndole la novela. Es un breve fragmento del original que se guarda entre los documentos de Orwell, pero yo no he obtenido permiso para reproducirla por entero. El resto expresa las esperanzas de Cape de publicar cualquier otra obra de Orwell, por más que éste estaba, como ya hemos dicho, ligado a Gollancz por contrato, si bien este compromiso no era válido para Rebelión en la granja. El famoso comentario hecho por Orwell a T. S. Eliot tildando de estúpida la sugerencia de que «cualquier animal que no fuera el cerdo podía haber sido elegido para representar a los bolcheviques» está completamente justificado, y de la carta de Cape se desprende que éste enseñó el manuscrito a «un importante funcionario» del Ministerio de Información. (Yo tuve que esperar varios años antes de poder leer este informe en los Archivos Oficiales, aunque tal vez esta visión se confirmara en alguna charla de club en la que alguien aludiera a aquel desgarbado inconformista lleno de talento literario.) Y conviene recordar que en 1944 los libros no iban forzosamente a censura. Orwell estaba en lo cierto cuando decía que la censura se la hacían los escritores mismos.

Eliot también estuvo entre los que desaconsejaron la publicación. Mrs. Valerie Eliot publicó la carta enviada por el poeta en el The Times del 6 de enero de 1969. Esencialmente Eliot coincidía con los puntos de vista expresados por Cape, aunque el contenido de la carta es muy expresivo con respecto a la calidad literaria de Orwell: «Estamos de acuerdo en que la novela es una destacada obra literaria y que la fábula está muy inteligentemente llevada gracias a una habilidad narrativa que descansa en su propia sencillez, cosa que muy pocos autores habían logrado desde Gulliver». Pero después de este encomio seguían unos párrafos en los cuales dudaba de si «el punto de vista que ofrece es el más apto para criticar en el momento presente la situación política».