Eliot se cuida mucho de decir que no existen razones «ni por prudencia ni por cautela» para impedir su publicación pero, por otra parte, ningún director literario de Faber & Faber, incluido el mismo Eliot, estaba dispuesto a dar un informe que aconsejase la publicación. (Cuán diferente resulta esta postura: de la expuesta por el propio Eliot en sus ensayos de Criterion escritos en 1920, cuando estaba tan cercano a Pound tanto política como poéticamente.)

Más tarde ocurrió el episodio de la Whitman Press, después del cual se produjo la decisión final de publicarlo tomada por Warburg, respaldado por un caluroso informe de lector emitido por T. R. Fyvel. Ninguno de ellos recuerda nada acerca de un proyectado prólogo, pero Fyvel y otros me indicaron que Orwell no era demasiado comunicativo acerca de los escritos que tenía entre manos, ni siquiera con sus más íntimos amigos. Y por aquel entonces Warburg estaba enfermo o ausente, por lo que el original fue manejado por Senhouse (muchos de cuyos documentos personales fueron destruidos a su muerte; y los impresores también habían inutilizado sus registros). Pero las pruebas más evidentes siguen siendo el libro de Potts, las páginas en blanco, el contenido y el estilo tan característico del ensayo, que el lector podrá juzgar por sí mismo.

La historia completa puede prolongarse un poco más. El 3 de septiembre de 1945 Orwell escribía a un periodista laborista —Frank Barver— en estos términos: «He quedado sorprendido por la amistosa acogida dispensada a Rebelión en la granja después de que la obra estuviera durmiendo por más de un año, ya que ningún editor osaba publicarla antes del término de la guerra». Y el 18 de agosto, en una carta a Herbert Read, le contaba que él había dejado de escribir en Tribune durante su estancia en Francia, «y no he reanudado mi colaboración porque Bevan está aterrorizado temiendo se produzca un gran revuelo en torno a Rebelión en la granja, tanto más si el libro aparece antes de las elecciones como en un principio estaba previsto».

He querido recoger estas dos manifestaciones a falta de otras más evidentes. Ciertamente, el libro no estuvo «durmiendo» un año en las imprentas por las causas que indica Orwell, pues él mismo, en carta a Eliot del 5 de septiembre de 1944, decía: «Warburg está dispuesto a lanzar mi libro, pero no es probable que lo pueda hacer hasta él próximo año a causa de la escasez de papel». Y en otras cartas cruzadas entre Orwell y su primera mujer y entre él y su agente editorial —que se conservan en la Colección Berg, de Nueva York—, se habla de las complicaciones surgidas para la firma del contrato de edición, dificultades que se prolongaron hasta marzo de 1945. Todo ello hace suponer que Orwell pudo tener efectivamente su libro «durmiendo» durante un año, pero voluntariamente y a causa de las primeras dificultades surgidas al intentar editar lo que sería su obra maestra, tanto política como literaria.

En el inédito prólogo, Orwell mismo expresa las razones del retraso, fundadas en un ambiente en el que «los liberales le tienen miedo a la libertad y los intelectuales no vacilan en mancillar la inteligencia», aunque yo, personalmente, no crea en esta excesiva influencia. Tal vez ahora seamos más tolerantes con las opiniones discordantes y algunas veces, por desgracia, más indiferentes, pero es difícil reconstruir unas circunstancias en las que personas como Eliot y Gollancz llegaran a practicar la misma clase de autocensura. Por toda esta serie de circunstancias el prólogo de Orwell es destemplado —y recordemos cuán equilibrado, responsable y prudente era el autor—, pero él era consciente de su actitud y tal vez ello le hiciera renunciar a hacer patente esta destemplanza en la introducción a Rebelión en la granja. La fábula hubiera podido mermar su validez universal reduciéndose a un ataque directo y personal contra Stalin y, por otra parte, la validez de sus reflexiones sobre la corrupción que engendra el poder hubiera podido aparecer como el reflejo de una querella interna entre ingleses. Apareciendo tal y como apareció, Rebelión en la granja queda como un mensaje abierto, universal. Yo leí por vez primera la novela a los quince años y mi hijo mayor a los once, pues es una obra sin limitación de edades, pero dudo que a cualquiera de nosotros le hubiera conmovido tanto un mensaje si hubiera ido acompañado de una explícita introducción política. Y tal vez Orwell mismo se dio cuenta en el último momento de que las ideas contenidas en dicha introducción ya las había expuesto de modo fragmentario y disperso en otros escritos y en otras circunstancias.

«La libertad de prensa» no es en modo alguno expresión de una polémica superada y pasada de moda. Su contenido incide sobre uno de los temas más profundos y constantes en la labor periodística de Orwell, y algunas de sus ideas se cuentan entre las más originales e imaginativas jamás expuestas en habla inglesa sobre la política. Orwell sostiene que la cobardía es una amenaza tan grande para la libertad como la autocensura: «Libertad —decía Orwell en frase memorable— significa el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír». Y él se dedicó a esta tarea con todas sus fuerzas.

Aunque este prólogo no pueda situarse entre los mejores por él escritos, es sin duda uno de los más significativos. Es evidente que, en los últimos tiempos de su vida, Orwell no sintió deseos de atacar a aquellos que dificultaron la aparición de su libro o a los que no apreciaron su genialidad. El fulminante éxito de su obra y su traducción a no menos de dieciséis idiomas, antes de que Orwell falleciera, puso en evidencia a sus enemigos y le llevó a ser considerado en vida como el más grande satírico desde Swift y uno de los mejores periodistas y ensayistas desde Hazlitt.

La libertad de prensa
George Orwell

Este libro fue pensado hace bastante tiempo. Su idea central data de 1937, pero su redacción no quedó terminada hasta finales de 1943. En la época en que se escribió, era obvio que encontraría grandes dificultades para editarse (a pesar de que la escasez de libros existentes garantizaba que cualquier volumen impreso se vendería) y, efectivamente, el libro fue rechazado por cuatro editores. Tan sólo uno de ellos lo hizo por motivos ideológicos; otros dos habían publicado libros antirrusos durante años y el cuarto carecía de ideas políticas definidas. Uno de ellos estaba decidido a lanzarlo pero, después de un primer momento de acuerdo, prefirió consultar con el Ministerio de Información que, al parecer, le había avisado y hasta advertido severamente sobre su publicación. He aquí un extracto de una carta del editor, en relación con la consulta hecha:

«Me refiero a la reacción que he observado en un importante funcionario del Ministerio de Información con respecto a Rebelión en la granja. Tengo que confesar que su opinión me ha dado mucho que pensar... Ahora me doy cuenta de cuán peligroso puede ser el publicarlo en estos momentos porque, si la fábula estuviera dedicada a todos los dictadores y a todas las dictaduras en general, su publicación no estaría mal vista, pero la trama sigue tan fielmente el curso histórico de la Rusia de los Soviets y de sus dos dictadores que sólo puede aplicarse a aquel país, con exclusión de cualquier otro régimen dictatorial. Y otra cosa: sería menos ofensiva si la casta dominante que aparece en la fábula no fuera la de los cerdos (No está claro quién ha sugerido esta modificación, si es idea propia del Sr. X...