Pero el medio más eficaz e idóneo que se sugiere será el uso de máscaras especiales para los PERSONAJES: máscaras especialmente elaboradas con una materia que el sudor no ablande, así que no serán ligeras para los actores que deberán llevarlas; se confeccionarán de tal modo que dejen libres los ojos, la nariz y la boca. Se interpreta de esta manera el sentido más profundo de la comedia. Los PERSONAJES no deberán, por lo tanto, aparecer como fantasmas, sino como realidades creadas, elaboraciones inalterables de la fantasía: y por lo tanto más reales y consistentes que la voluble naturalidad de los ACTORES. Las máscaras ayudarán a dar la impresión de la figura construida artísticamente y fijada de manera inalterable en la expresión del propio sentimiento fundamental, que es el remordimiento en el PADRE, la venganza en la HIJASTRA, el desdén en el HIJO, el dolor en la MADRE, con lágrimas de cera, fijas en lo más lívido de las ojeras y las mejillas, como se puede ver en las imágenes esculpidas y pintadas de las Mater dolorosa de las iglesias.

Y que incluso la vestimenta sea de paño y corte particular, sin extravagancia, con pliegues rígidos y de un volumen estatuario. En resumen, que no dé la idea de estar confeccionada con una tela, que se pueda comprar en cualquier tienda de la ciudad y en cualquier sastrería.

El PADRE rondará los cincuenta años: de frente amplia, pero no calvo, de cabello rojizo, con bigote espeso y crespo alrededor de una boca fresca, dispuesta a una sonrisa incierta y vana. Pálido, especialmente en la amplia frente; ojos azules y ovalados, centellantes y agudos; vestirá pantalones claros y chaqueta oscura: en ocasiones será melifluo, en otras tendrá gestos duros y ásperos.

La MADRE estará aterrada y sobrecogida por el intolerable peso de la vergüenza y de la humillación. Cubierta por un tupido velo de viuda, vestirá humildemente de negro, y cuando se levante el velo, mostrará un rostro nada atormentado, pero como si fuera de cera, y siempre estará con los ojos bajos.

La HIJASTRA, de dieciocho años, será desvergonzada, casi impúdica. Bellísima, ella también, vestirá de luto, pero con una elegancia vistosa. Mostrará desprecio por el aire tímido, afligido y casi desorientado del hermanito, un escuálido MUCHACHO de catorce años, también de negro; y en la. hermanita, en cambio, una NIÑA de aproximadamente cuatro años, habrá una ternura vivaz y estará vestida de blanco con una cinta de seda negra en la cintura.

El HIJO, de veintidós años, alto, casi inmovilizado en un contenido desdén por el PADRE y en una indiferencia ceñuda hacia la MADRE, llevará un sobretodo morado y una larga cinta verde alrededor del cuello.

EL CONSERJE. (Con el gorrito en la mano.) Disculpe, señor.

EL DlRECTOR. (Brusco, despectivo.) ¿Y ahora qué ocurre?

EL CONSERJE. (Tímidamente.) Han llegado unos señores que preguntan por usted.

El DIRECTOR y los ACTORES se dan la vuelta sorprendidos para mirar desde el escenario hacia abajo, en la sala.

EL DIRECTOR. (De nuevo enojado.) ¡Estamos ensayando! ¡Y usted sabe muy bien que no debe entrar nadie mientras estamos ensayando! (Dirigiéndose hacia el fondo.) ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren?

EL PADRE. (Dando un paso adelante, seguido por los demás, hasta llegar a una de las escalerillas) Hemos venido en busca de un autor.

EL DIRECTOR. (Entre sorprendido e iracundo.) ¿De un autor? ¿Qué autor?

EL PADRE. Del que sea, señor.

EL DIRECTOR. Pero si aquí no hay ningún autor, porque no estamos ensayando ninguna comedia nueva.

LA HIJASTRA. (Con una alegre vivacidad, subiendo rápidamente la escalerilla.) ¡Mucho mejor, mucho mejor entonces, señor! Nosotros podríamos ser su nueva comedia.

ALGUNO DE LOS ACTORES. (En medio de los comentarios bulliciosos y las risas de los demás.) ¡Escúchenla, escúchenla!

EL PADRE. (Siguiendo sobre el escenario a la HIJASTRA.) Bueno, pero ¿si no hay autor? (Al DIRECTOR.) A menos que usted quiera serlo…

La MADRE, con la NIÑA de la mano, y el MUCHACHO subirán los primeros peldaños de la escalerilla y se quedarán a la espera. El HlJO se quedará abajo, enojado.

EL DIRECTOR. ¿Están bromeando?

EL PADRE. ¿Cómo se le ocurre, señor? Todo lo contrario, le traemos un drama doloroso.

LA HIJASTRA. ¡Y podríamos ser su fortuna!

EL DIRECTOR. ¡Háganme el favor de largarse, que no tenemos tiempo para perderlo con locos!

EL PADRE. (Herido y melifluo.) Pero señor, usted sabe muy bien que la vida está llena de infinitos absurdos, que, descaradamente, ni siquiera tienen necesidad de parecer verosímiles, porque son verdaderos.

EL DIRECTOR. Pero, ¿qué diablos dice?

EL PADRE. Digo que puede considerarse una locura, sí señor, esforzarse en hacer lo contrario; es decir, crear lo verosímil para que parezca verdadero. Pero permítame hacerle la observación de que, si fuera locura, ésta es la única razón de su oficio.