Yo no podía saber que, muerto allá aquel hombre y ellos de regreso en la miseria, para alimentar a sus hijitos, ella (señalará a la MADRE) haya ido a trabajar de modista, y que precisamente fuera de esa… ¡de esa Madama Paz!

LA HIJASTRA. ¡Modista fina, si los señores necesitan saberlo! Servía aparentemente a las mejores señoras, pero estaba todo dispuesto para que luego estas señoras la sirvieran a ella… sin prejuicio de las otras, no tan dignas.

LA MADRE. Debe creerme, señor, si le digo que no me pasó ni remotamente por la cabeza que esa víbora me daba trabajo porque tenía puesto el ojo en mi hija…

LA HIJASTRA. ¡Pobre mamá! ¿Sabe, señor, qué cosa hacía esa mujer cuando le llevaba los trabajos de mamá? Decía que mi madre desperdiciaba la tela que le daba para coser, e iba restando y restando. Así que, como comprenderá, terminaba pagando yo, mientras que la pobre de mamá creía sacrificarse por mí, y por esos dos, cosiendo hasta la noche los encargos de Madama Paz. (Movimientos y exclamaciones de indignación de los ACTORES)

EL DIRECTOR. (Rápido.) Y allá encontró usted a…

LA HIJASTRA. (Señalando al PADRE.) ¡A él, a él, sí señor! ¡Un viejo cliente! ¡Mire qué escena para representar! ¡Magnífica!

EL PADRE. Con la aparición de ella, de la Madre.

LA HIJASTRA. (Rápido, con maldad.) ¡Casi a tiempo!

EL PADRE. (Gritando.) ¡No! ¡Fue justo a tiempo! ¡Porque por suerte la reconocí a tiempo! ¡Y me los llevé a todos a casa, señor! Usted se imagina ahora mi situación y la de ella, uno frente al otro. Ella, así como la ve, y yo que no puedo mirarla a los ojos.

LA HIJASTRA. ¡Ridículo! ¿Es posible, señor, pretender que yo, después de «eso», me comporte como una señorita modesta, bien criada y virtuosa, de acuerdo con sus malditas aspiraciones a una «sólida salud moral»?

EL PADRE. Aquí radica todo mi drama, señor: en la conciencia que tengo. Cualquiera de nosotros, como verá, se cree «único», pero eso no es cierto. Somos «muchos», señor. «Muchos» según las posibilidades de ser que tenemos en nosotros: «uno» con éste, «uno» con aquél. ¡Muy diversos! Y con la ilusión, mientras tanto, de ser siempre «el mismo para todos», y siempre el mismo para cada uno en todos nuestros actos. ¡Y eso no es verdad! ¡No es verdad! Sabemos muy bien que en cualquiera de nuestros actos, por alguna circunstancia desafortunada, nos quedamos sorprendidos y como en suspenso. ¡Y es que nos percatamos de no estar completos en ese acto, y que por lo tanto es una injusticia que se nos juzgue sólo por ese acto, que nuestra vida quede reducida a ese acto, como si nada más se debiera a él! ¿Comprende ahora la malicia de esta chica? Me ha sorprendido en un lugar, en un acto, en el cual y por el cual no debía conocerme, como yo no debía presentarme a ella, y por eso me quiere atribuir una realidad que nunca hubiera querido representar para ella. ¡Todo por culpa de un momento fugaz y vergonzoso de mi vida! Esto, señor, esto es lo que más lamento. Y por esto mismo se puede dar cuenta de que el drama adquiere un gran valor. ¡Pero luego también está la situación de los demás! La suya… (Señalará al HlJO.)

EL HlJO. (Alzando los hombros desdeñosamente.) ¡A mí déjame en paz! ¡Yo no tengo nada que ver!

EL PADRE. ¿Cómo que no?

EL HlJO. ¡No tengo nada que ver ni quiero tenerlo! ¡Sabes muy bien que no he sido creado para figurar en medio de ustedes!

LA HIJASTRA. ¡Nosotros, vulgares! ¡El, muy fino! Pero dése cuenta, señor. Cada vez que lo miro para mostrarle mi desprecio, él baja los ojos, y eso es porque sabe el mal que me ha hecho.

EL HIJO. (Casi sin mirarla.) ¡Yo!

LA HIJASTRA. ¡Sí, tú! ¡Tú! ¡Por ti me quedé en la calle! ¡Por ti! (Reacción de espanto entre los ACTORES) ¿Dime si con tu desdén no hiciste imposible, no digo ya la intimidad de la casa, sino la discreción que hace sentir menos incómodos a los que son recogidos? ¡Fuimos los intrusos que venían a invadir el reino de tu «legitimidad»! Si usted hubiera visto, señor, ciertas escenitas entre nosotros dos.