Él atribuía mucha importancia a no dar nunca un diagnóstico erróneo. Y su correspondencia era tan numerosa que no recordaba exactamente cuando veía una sola vez a un enfermo si la enfermedad había seguido el curso que él le señalara. No se ha olvidado, quizás, de que en el momento del ataque de mi abuela, yo la llevé a su casa, esa noche en que se hacía coser tantas medallas. Dado el tiempo transcurrido, no recordaba más la participación que se le enviara luego. "¿Su señora abuela ha muerto, verdad? me dijo con una voz en que una casi certidumbre calmaba una leve aprensión. ¡Ah! ¡En efecto! Por otra parte, desde el primer momento en que la vi, mi pronóstico fue completamente sombrío, lo recuerdo muy bien." Así es como el profesor E… supo o volvió a enterarse de la muerte de mi abuela, y debo decir en su elogio, que es el del cuerpo médico integro, sin manifestar, sin experimentar quizás satisfacción alguna. Los errores de los médicos son innumerables. Pecan habitualmente de optimismo en cuanto al régimen, por pesimismo en cuanto al desenlace. "¿Vino? En cantidades moderadas; no puede hacerle daño; en última instancia, es un tónico… ¿El placer físico? Después de todo, es una función. Se lo permito, sin abusos; usted me entiende. El exceso es un defecto para todo." Y, por consiguiente, qué tentación para el enfermo renunciar a esos dos revividores: el agua y la castidad. Por el contrario, si uno tiene algo en el corazón, albúmina, etc., ya no durará mucho tiempo. Habitualmente, trastornos graves aunque funcionales se atribuyen a un cáncer imaginario. Es inútil continuar unas consultas que no podrían detener una enfermedad incurable. Si el enfermo entregado a sí mismo se impone entonces un régimen implacable y luego cura o por lo menos sobrevive; al verse saludado el médico en la Avenida de la ópera, cuando lo creía desde hacía tiempo en el Pére Lachaise, creerá que ese sombrerazo es un gesto de insolencia desafiante. Un paseo inocente efectuado en sus barbas no le provocaría más enojo al presidente de la Corte de Assises que dos años antes pronunció una condena a muerte contra el rústico que parece no temer nada. A los médicos (no se trata de todos, es claro, y no omitimos mentalmente admirables excepciones), en general los descontenta y los irrita más la nulidad de su veredicto que lo que pueda alegrarlos su ejecución. Lo que explica que el profesor E., por más que experimentase alguna satisfacción intelectual al ver que no se había equivocado, supiera hablarme tristemente de la desgracia que nos hiciera. No le interesaba abreviar la conversación que le proporcionaba cierta soltura y un motivo de quedarse. Me habló de los grandes calores de esos días; pero, aunque era culto y podía expresarse en un francés correcto, me dijo: "¿A usted no le molesta esta hipertermia?". Porque la medicina ha hecho algunos pequeños progresos en sus conocimientos desde Molière, pero ninguno en su vocabulario. Mi interlocutor agregó: "-Deben evitarse los sudores que provoca clima semejante, especialmente en los salones recalentados. Puede remediarlo, cuando vuelva con ganas de beber, con el calor". (Lo que significa, evidentemente, bebidas calientes).
Debido a la manera como murió mi abuela, me interesaba el tema, y había leído poco antes en el libro de un gran sabio que la transpiración era perjudicial a los riñones, ya que expulsaba por la piel lo que debía salir por otro lugar. Lamentaba esos días caniculares, en los que había muerto mi abuela y estaba a punto de atribuirles la culpa de todo. No hablé de ello al doctor E., pero él mismo me dijo: "La ventaja de estos tiempos muy calurosos, en que la transpiración es muy abrumante, consiste en que el riñón se alivia en otro tanto. La medicina no es una ciencia exacta.
Adherido a mí, el profesor E. no pedía otra cosa que estar conmigo. Pero yo acababa de ver al marqués de Vaugoubert, que le hacía grandes reverencias a la princesa de Guermantes, a derecha e izquierda, después de haber retrocedido un paso. El señor de Norpois me lo había presentado hacía poco, y yo esperaba que él fuera quien me acercara al dueño de casa.
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