Tarzán, señor de la jungla
Un grupo de comerciantes, en busca de un imperio perdido lleno de riquezas que nadie ha visto, invade la selva de Tarzán de los Monos a la vez que James Blake, un estadounidense que Tarzán se había comprometido a rescatar, persigue el mismo destino. Siguiendo su rastro, Tarzán llegará al desconocido Valle del Sepulcro, donde los caballeros templarios siguen luchando en su Santa Cruzada para liberar Jerusalén. Tarzán, verdadero Señor de su vieja madre patria, tendrá que luchar, armado con lanza y escudo, al modo de las antiguas justas. Será entonces cuando los esclavistas lo golpeen.
Tarzán, señor de la jungla, marca un cambio importante en las tramas habituales hasta entonces en la serie de Tarzán y que ya se presagiaba en la novela anterior Tarzán el idómito. Si en las novelas anteriores, las aventuras estaban relacionadas, principalmente, con asuntos propios del hombre-mono y su familia, a partir de esta, Tarzán se convierte en un aventurero, aparentemente sin raíces, que actúa como el salvador y solucionador de problemas de un elenco de personajes secundarios que cambiarán en cada libro. Aunque continúan apareciendo los personajes habituales de novelas anteriores como Jad-bal-ja, Nkima el mono, y Muviro, su segundo en la tribu Waziri, éstos pasarán a tener una presencia ocasional perdiendo su anterior protagonismo. La novela también sigue la tendencia, ya vista por primera vez en El retorno de Tarzán y que se estableció definitivamente en Tarzán el indómito, de llevar a Tarzán a una nueva civilización perdida o tribu en cada nueva historia.

Edgar Rice Burroughs
Tarzán, Señor de la jungla
Tarzán - 11
ePUB v1.0
14.6.13

Título original: Tarzan, Lord of The Jungle
Edgar Rice Borroughs, 1927
Traducción: Emilio Martínez Amador
Portada original 1.ª edición EE.UU.: J. Allen St. John
Ilustraciones originales: James Allen St. John
ePub base v2.1
TARZÁN
Señor de la jungla

Pasaba por debajo de una rama baja, que golpeó al hombre mono en la cabeza y le hizo caer al suelo,
I
TANTOR EL ELEFANTE
LA GRAN mole avanzaba lanzando su peso primero a un lado y después al otro. Tantor el elefante se recostaba a la sombra del padre de los bosques. En el reino de su pueblo era casi omnipotente. Dango, Sheeta e incluso el poderoso Numa no eran nada para el paquidermo. Durante un centenar de años había recorrido la tierra que había temblado con las idas y venidas de sus antepasados a lo largo de incontables eras.
Había vivido en paz con Dango la hiena, Sheeta la pantera y Numa el león. Sólo el hombre le había hecho la guerra. El hombre, que posee la peculiaridad, única entre todas las especies creadas, de hacer la guerra contra todos los seres vivos, incluso los de su propia especie. El hombre, que es cruel; el hombre, que es inmisericorde; el hombre, el más odiado organismo vivo que la naturaleza ha ayudado a evolucionar.
En su largo centenar de años de vida, Tantor siempre había conocido al hombre. Siempre habían existido hombres negros; grandes guerreros corpulentos armados de lanzas y flechas, guerreros menudos negros, morenos árabes con toscos mosquetes y hombres blancos con poderosos rifles y armas para matar elefantes. Los hombres blancos habían sido los últimos en llegar y eran los peores. Sin embargo, Tantor no odiaba a los hombres, ni siquiera a los blancos. Odio, venganza, envidia, avaricia y lujuria son algunas de las deliciosas emociones reservadas exclusivamente a la obra más noble de la Naturaleza; los animales inferiores no las conocen. Tampoco conocen el miedo como lo conoce el hombre, sino como cierta precaución valiente que hace que el antílope y la cebra compartan precavidos abrevadero con el león.
Tantor tenía en común esta precaución con sus compañeros y evitaba a los hombres, en especial a los hombres blancos; y así, si aquel día hubiera habido allí otros ojos, su poseedor habría podido cuestionarse la veracidad de lo que veían, o atribuir su error a la penumbra del bosque, cuando escudriñaran la figura que yacía despatarrada sobre el rugoso lomo del elefante, medio adormilada por el calor y el balanceo del gran cuerpo; pues, a pesar del pellejo bronceado por el sol, la figura correspondía a la de un hombre blanco. Pero no había otros ojos para ver. Tantor dormitaba al calor del mediodía y Tarzán, señor de la jungla, permanecía soñoliento en el lomo de su poderoso amigo. Sopló una corriente de aire del norte, que no trajo al aguzado olfato del hombre mono ninguna percepción inquietante. La jungla estaba en paz y las dos bestias se hallaban satisfechas.
En la selva, Fahd y Motlog, de la tribu al-Harb, cazaban en el norte del manzil del jeque Ibn Jad del fandí al-Guad. Los acompañaban dos esclavos negros. Avanzaban con cautela y en silencio, siguiendo el rastro fresco de al-fil el elefante, pensando los dos árabes en el marfil y en carne fresca los esclavos negros. El abd Fejjuan, el esclavo negro de Galla, delgado guerrero que comía carne cruda y era un hambriento cazador, dirigía a los demás.
Fejjuan, al igual que sus camaradas, pensaba en la carne fresca, pero también en al-Habash, la tierra de la que le habían secuestrado cuando era niño. Pensaba volver a la solitaria cabaña de sus padres en Galla.
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