Es por hechos tan insignificantes como éste por lo que surgen las crisis. En concreto, éste alteró toda la vida de James Hunter Blake, un norteamericano joven y rico, que estaba de caza mayor en África por primera vez con su amigo Wilbur Stimbol, quien había pasado tres semanas en la jungla dos años atrás y era, naturalmente, el que guiaba la expedición y una autoridad infalible en todo lo referente a la caza mayor, jungla africana, safari, comida, tiempo y negros. El que Stimbol tuviera veinticinco años más que Blake también aumentaba sus pretensiones de omnisciencia.
Estos factores, en sí mismos, no constituían la base de las crecientes diferencias entre ambos hombres, pues Blake era un joven de veinticinco años, de tendencia flemática, al que el egoísmo de Stimbol le divertía más que otra cosa. La primera riña se había producido en la estación terminal cuando, debido a la actitud dominante y el mal genio de Stimbol, todo el objeto de la expedición se había abandonado por necesidad y lo que tenía que haber sido un estudio medio científico de la vida salvaje de África con cámaras de cinematógrafo se había convertido en una cacería vulgar y corriente.
En la terminal, mientras estaba en marcha la operación de asegurar el equipo y un safari, Stimbol había ofendido e insultado de tal manera al operador de la cámara que éste los había abandonado para regresar a la costa. Blake se sintió decepcionado, pero decidió seguir adelante y conseguir cuantas imágenes pudiera con una cámara fotográfica. No era hombre que gustara de matar por el simple hecho de quitar una vida, y, según señalaban los planes originales, no había que matar animales salvo para comer, además de la media docena de trofeos que Stimbol deseaba añadir a su colección.
Desde entonces habían tenido uno o dos altercados por la forma que Stimbol tenía de tratar a los porteadores negros, aunque Blake esperaba que estos asuntos estuvieran zanjados y Stimbol había prometido ceder el gobierno del safari a Blake, y contenerse antes de maltratar de nuevo a los hombres.
Se habían adentrado más de lo que tenían previsto, habían tenido la peor de las suertes en cuestión de caza y estaban a punto de dar media vuelta y regresar a la estación terminal. Ahora le parecía a Blake que, después de todo, proseguirían sin mayores dificultades y que él y Stimbol regresarían juntos a América, amigos contra viento y marea; pero entonces a un porteador negro se le trabó el pie en una enredadera y tropezó, y la carga se le cayó al suelo.
Stimbol y Blake caminaban juntos justo delante del porteador y, como guiada por un poder maléfico, la carga se estrelló contra Stimbol y le hizo caer al suelo. Stimbol y el porteador se pusieron en pie entre las risas de los negros que habían presenciado el accidente. Éste sonreía, pero aquél tenía el rostro enrojecido por la ira.
—¡Maldito canalla incapaz! —exclamó, y, antes de que Blake pudiera intervenir o el porteador protegerse de la ira del hombre blanco, saltó por encima de la carga caída y propinó un golpe tan fuerte a la cara del negro que le derribó, y cuando estuvo en el suelo le dio una patada en el costado. Sólo una; antes de que pudiera repetir la ofensa, Blake le agarró por el hombro, le hizo girar en redondo y le dio un puñetazo exactamente igual al que él había propinado al negro.
Stimbol cayó, rodó de costado y se llevó la mano a la automática que colgaba de su cadera, pero Blake fue más rápido aún.
—¡Ni se te ocurra! —espetó Blake con sequedad, apuntando a Stimbol con una pistola del calibre 45. Éste apartó la mano de la empuñadura de su pistola—. ¡Levántate! —ordenó Blake, y cuando el otro estuvo levantado, dijo—: Escúchame, Stimbol: se acabó. Tú y yo hemos terminado. Mañana por la mañana dividiremos safari y equipo, y, cojas la dirección que cojas, yo me iré en dirección contraria.
Blake había devuelto su pistola a la pistolera mientras hablaba; el negro se había levantado e intentaba cortar la sangre de su nariz, mientras los demás negros observaban ceñudos. Blake hizo una seña al porteador para que recogiera su carga y el safari se puso de nuevo en marcha; aquél fue un safari taciturno, sin risas ni canciones.
Blake montó el campamento en el primer terreno apropiado que encontraron, poco antes de mediodía para que la división del equipo, la comida y los hombres se hiciera durante la tarde y así ambos grupos pudieran partir temprano a la mañana siguiente.
Stimbol, hosco, no prestó ayuda alguna, pero cogió a un par de los askari, los nativos armados que actúan como soldados para los safaris, y salió a cazar. Había recorrido apenas un kilómetro y medio por un sendero de caza cubierto de un musgo que no había producido ruido alguno como respuesta a sus pasos, cuando uno de los nativos que iban delante levantó la mano en gesto de advertencia y se paró en seco.
Stimbol avanzó con cautela y el negro señaló hacia la jungla. Aquél vislumbró una masa negra que se alejaba lentamente de ellos.
—¿Qué es? —preguntó en un susurro.
—Gorila —respondió el negro.
Stimbol levantó el rifle y disparó a la figura que se retiraba. Al negro no le sorprendió que fallara.
—¡Diablos! —exclamó el blanco—. ¡Vamos, ve tras él! Tenemos que cogerlo. ¡Menudo trofeo!
La jungla era más despejada de lo usual y de cuando en cuando divisaban al gorila que se alejaba. Cada vez que disparaba, Stimbol fallaba. En su fuero interno, esto divertía y satisfacía a los negros, a quienes no les gustaba Stimbol.
A cierta distancia, Tarzán de los Monos, que cazaba con la tribu de Toyat, oyó el primer disparo y de inmediato subió a los árboles y corrió en la dirección de donde provenía el ruido. Estaba seguro de que el arma no había sido disparada por los beduinos, pues los conocía bien y sabía diferenciar entre los disparos de sus mosquetes y los de las armas modernas.
Pensó que quizás entre ellos hubiera un rifle, pues no era imposible, pero lo más probable era que el disparo anunciara la presencia de hombres blancos, y en el país de Tarzán era tarea suya saber qué extranjeros había y por qué. Por aquel tiempo no venían con frecuencia. Tarzán lamentaba estas ocasiones, pues cuando llegaba el hombre blanco la paz y la felicidad se convertían en cosa del pasado.
El hombre mono siguió corriendo sin errar a través de los árboles, hacia la dirección de la que provenían los disparos, y al acercarse a la escena de la persecución de Bolgani el gorila oyó ruido de arbustos que eran aplastados y voces de hombres.
Bolgani huía con más prisa que precaución, concentrada su mente y su atención en huir del odiado tarmangani y del temible bastón de trueno que rugía cada vez que aquél lo divisaba. Había abandonado su cautela acostumbrada y se apresuraba a escapar por la jungla ajeno a cualquier otro enemigo que pudiera acechar su camino. Por eso no vio a Histah la serpiente enroscada en una rama que colgaba en un árbol próximo.
A la enorme pitón, que por naturaleza tiene mal genio y es irritable, la perturbaron y molestaron los ruidos de la persecución y de la huida, y el rugido del rifle. En cualquier otro momento habría permitido que un gorila macho adulto pasara sin molestarle, pero en su estado actual hubiese atacado al propio Tantor.
Sus ojos pequeños y brillantes miraban con fijeza, observando la aproximación del peludo Bolgani, y al pasar el gorila por debajo de la rama de la que colgaba, Histah se lanzó sobre su presa.
Cuando los grandes anillos, fuertes, implacables, silenciosos, envolvieron a Bolgani, éste intentó desgarrarlos. Grande es la fuerza de Bolgani, pero más grande aún es la de Histah la serpiente. Un único grito espantoso, casi humano, brotó de los labios de Bolgani al darse cuenta de la desgracia que le había sobrevenido, y entonces cayó al suelo arañando inútilmente los anillos de acero vivo que se apretaban cada vez con más fuerza para aplastarlo y quitarle la vida; aplastarlo hasta que sus huesos cedieran ante tan tremenda presión, hasta que sólo quedara pulpa triturada dentro de una salchicha que entraría en las fauces distendidas de la serpiente.
Fue esta imagen la que avistaron a un tiempo Stimbol y Tarzán; Stimbol avanzaba torpemente a trompicones por la maleza, y Tarzán de los Monos, semidiós de la jungla, saltaba ágilmente entre el follaje de las ramas que se interponían en su camino.
Llegaron simultáneamente, aunque Tarzán era el único del grupo cuya presencia no sospechaban los demás, pues, como siempre, se había movido en silencio y con la mayor cautela, al desconocer la naturaleza de lo que iba a descubrir.
Cuando contempló la escena que se desarrollaba abajo, sus rápidos ojos y su conocimiento de la jungla le revelaron de un vistazo la historia completa de la tragedia de la que Bolgani era protagonista, y entonces vio a Stimbol que levantaba el rifle con intención de matar dos ejemplares de un solo tiro.
El corazón de Tarzán no albergaba un gran amor por Bolgani el gorila.
1 comment