Entonces se puso a gruñir echando espuma por la boca y saltar de nuevo. Toyat se estaba preparando para atacar al tarmangani, y con estas maniobras también esperaba despertar el salvaje espíritu de lucha de sus compañeros.

—Es Tarzán de los Monos, amigo de los mangani —dijo M'walat.

—Es un tarmangani, enemigo de los mangani —exclamó Toyat—. Vienen con bastones de trueno y nos matan. Matan a nuestras hembras y a nuestros cachorros con un fuerte estruendo. Matad al tarmangani.

—Es Tarzán de los Monos —gruñó Gayat—. Cuando yo era un cachorrito, me salvó de Numa. Tarzán de los Monos es amigo de los mangani.

—¡Matad al tarmangani! —aulló Toyat, dando saltos en el aire.

Varios machos daban vueltas y brincos en el aire, cuando Gayat se colocó junto a Tarzán. El hombre mono los conocía bien. Sabía que tarde o temprano uno de ellos se excitaría tanto que saltaría sin previo aviso sobre él. M'walat y Gayat atacarían en su defensa; otros machos se lanzarían a la batalla y seguiría una pelea de la que no todos saldrían vivos, y ninguno sin heridas de mayor o menor gravedad. Pero Tarzán de los Monos no deseaba pelear con sus amigos.

—¡Alto! —ordenó alzando una mano abierta para llamar su atención—. Soy Tarzán de los Monos, poderoso cazador, poderoso luchador; hace mucho tiempo me alineé con la tribu de Kerchak; cuando Kerchak murió me convertí en rey simio. Muchos de vosotros me conocéis; todos sabéis que primero soy un mangani, que soy amigo de todos los mangani. Toyat quiere que me matéis porque odia a Tarzán de los Monos. Le odia no porque sea un tarmangani, sino porque Tarzán en una ocasión impidió que fuera rey. Esto fue hace muchas lluvias, cuando algunos de vosotros aún erais cachorros. Si Toyat ha sido un buen rey, Tarzán se alegra, pero ahora no está actuando como un buen rey, pues está tratando de volveros contra vuestro mejor amigo.

»¡Tú, Zutho! —exclamó de pronto, señalando con un dedo a un gran macho—. ¿Por qué saltas y gruñes con la boca llena de espuma? No hundas tus colmillos en la carne de Tarzán. ¿Has olvidado, Zutho, el tiempo en que estabas enfermo y los otros miembros de la tribu te abandonaron para que murieras? ¿Has olvidado quién te trajo comida y agua? ¿Has olvidado quién mantuvo apartados de ti, durante aquellas largas noches, a Sabor la leona, a Sheeta la pantera y a Dango la hiena?

Mientras Tarzán hablaba en tono de serena autoridad, los simios poco a poco se iban deteniendo a escuchar sus palabras. Fue un discurso largo para los habitantes de la jungla. Ni los grandes simios ni los pequeños monos se concentraban mucho rato en una sola idea. Antes de que terminara, uno de los machos dio la vuelta a un tronco podrido en busca de suculentos insectos. Zutho fruncía las cejas en gesto de desacostumbrada evocación. Entonces, dijo:

—Zutho recuerda —dijo—. Él es amigo de Tarzán —y se situó junto a M'walat. Al ver esto, los otros machos, excepto Toyat, parecieron perder interés en lo que sucedía y, o bien se alejaron en busca de comida, o se sentaron en la hierba.

Toyat aún despedía fuego por la mirada, pero al ver su causa perdida, prosiguió su danza de guerra a una distancia más prudente de Tarzán y sus defensores, y no tardó mucho en verse atraído también por la tarea más provechosa de cazar insectos.

Y así Tarzán volvió a reunirse con los grandes simios. Y mientras haraganeaba en la selva con los peludos brutos, pensaba en su madre adoptiva, Kala, la gran simia, la única madre que había conocido; recordó con un escalofrío de orgullo la manera salvaje con que le defendía de todos sus enemigos naturales de la jungla, y del odio y los celos del viejo Tublat, su macho, y de la enemistad de Kerchak, el terrible y viejo simio rey.

Como si le hubiera visto el día anterior, la memoria de Tarzán proyectó de nuevo en la pantalla del recuerdo el gran bulto y las feroces facciones del viejo Kerchak. ¡Qué bestia tan magnífica era! Para la mente infantil del niño simio, Kerchak era la personificación de la ferocidad y autoridad salvajes, y aún hoy lo recordaba casi con sobrecogimiento. El haber derribado y matado a aquel gigantesco gobernante no había dejado de parecerle algo casi increíble.

Revivió sus batallas con Terkoz y con Bolgani el gorila. Pensó en Teeka, a quien había amado, y en Thaka y Tana, y en el muchachito negro, Tibo, a quien había querido adoptar; y soñó, en aquellas ociosas horas diurnas, mientras Ibn Jad avanzaba lentamente rumbo al norte, hacia la ciudad del leopardo de Nimmr y en otra parte de la jungla se estaban preparando acontecimientos que atraparían a Tarzán en las redes de una gran aventura.

IV

BOLGANI EL GORILA

UN PORTEADOR porteador negro se cayó al trabarse el pie en una enredadera y arrojó su carga al suelo.