Un marido ideal

 

Oscar Wilde

Un marido ideal

 

PERSONAJES DE LA OBRA

 

CONDE DE CAVERSHAM.

VIZCONDE GORING, su hijo.

SIR ROBERT CHILTERN, sub­-secretario del Ministerio de Asuntos Exteriores.

VIZCONDE DE NANUAC, agre­gado a la embajada france­sa en Londres.

MASON, mayordomo de sir Ro­bert Chiltern.

MISTER MONTFORD.

JAMES y HAROLD, criados.

PHILIPPS, criado de lord Goring.

LADY CHILTERN.

LADY MARKBY

CONDESA DE BASILDON.

MISTRESS MARCHMONT.

MISS MABEL CHILTERN, her­mana de sir Robert Chiltern.

MISTRESS CHEVELEY



 

ACTO PRIMERO

 

Escena: habitación de forma octogonal en la casa de sir Robert Chiltern, en Grosvenor Square, Londres. Tiempo: el actual [del autor]. La habitación está brillantemente iluminada y llena de in­vitados. En lo alto de la escalera está lady Chiltern, una mujer de una belleza de tipo griego, de unos veintisiete años. Recibe a los invitados según van llegando. Al pie de la escalera cuelga una gran araña que ilumina un enorme tapiz francés del siglo XVIII, situado en la pared de la escalera, el cual representa el triunfo del amor, según un grabado de Boucher*. A la derecha hay una puerta que da al salón de baile. Se oye suavemente la músi­ca de recepción. Mistress Marchmont y lady Basildon, dos da­mas muy bellas, están sentadas en un sofa de estilo Luis XVI. Tienen figuras de exquisita fragilidad. Lo afectado de sus adema­nes posee un delicado encanto. A Watteau le hubiese gustado pintarlas.

* Haciéndose eco del antiguo ideal horaciano implícito en su ut pic­tura poesis (persona, cabría consignar aquí), Wilde establece plásticas analogías entre los personajes y obras pictóricas para describir a los pri­meros.

 

MISTRESS MAIZCHMONT. ––¿Irá a casa de los Hartlocks esta noche, Olivia?

LADY BASILDON. ––Supongo que sí. ¿Y usted?

MISTRESS MARCHMONT. ––Sí. Son horriblemente aburridas las fiestas que dan, ¿verdad?

LADY BASILDON. ––¡Horriblemente aburridas! Nunca sé por qué voy. Nunca sé por qué voy a ningún sitio.

MISTRESS MARCHMONT. ––Yo vengo aquí a éducarme.

LADY BASILDON. ––¡Ah! Odio que me eduquen.

MISTRESS MARCHMONT. ––Y yo. Le pone a una casi al nivel de las clases comerciales, ¿verdad? Pero la querida Gertrude Chiltern siempre me está diciendo que debo tener algún propósito serio en la vida. Así pues, vengo aquí a intentar encontrar uno.

LADY BASILDON. ––(Mirando a su alrededor a través de sus lentes.) No veo esta noche aquí a nadie al que se puede llamar propósito serio. El caballero que me ofreció el brazo para entrar a cenar no hizo más que hablarme de su esposa todo el tiempo.

MISTRESS MARCHMONT. ––¡Qué trivial!

LADY BASILDON. ––¡Terriblemente trivial! ¿De qué ha­blaba el que fue con usted?

MISTRESS MARCHMONT. ––De mí.

LADY BASILDON. ––(Lánguidamente.) ¿Y le interesaba?

MISTRESS MARCHMONT. ––(Moviendo la cabeza.) Ni por lo más remoto.

LADY BASILDON.